Porque no era un agente. Porque era un renegado.
—El delito no es asesinato —susurró Miles, los ojos espantados—. El delito es secuestro.
Los asesinatos se habían sucedido, en una cascada de pánico cada vez mayor, cuando el ba, con fundados motivos, intentaba borrar su rastro. Bueno, Guppy y sus amigos tenían que morir puesto que habían sido testigos del hecho de que una persona no había desaparecido con el resto de la nave condenada. Una nave secuestrada, aunque brevemente, antes de su destrucción… Los mejores secuestros eran trabajos desde dentro, oh, sí. El Gobierno cetagandés tenía que estar volviéndose loco con todo aquello.
—Milord, ¿se encuentra bien…?
—No, no lo interrumpa —dijo la voz de Ekaterin con un feroz susurro—. Está pensando. Hace esos ruiditos raros cuando está pensando.
Desde el punto de vista del Jardín Celestial, una nave cargada con niños del Nido Estelar había desaparecido en lo que tendría que haber sido una ruta segura a Rho Ceta. Todos los agentes de inteligencia y de las fuerzas de rescate del Imperio se habrían implicado en el caso. De no ser por Guppy, la tragedia habría sido considerada un error de funcionamiento que había lanzado a la nave, fuera de control e incapaz de enviar señales, a su feroz tumba. Ningún superviviente, ningún naufragio, ningún cabo suelto. Pero estaba Guppy. Y dejaba un desordenado rastro de pruebas descabelladamente sugerentes a cada paso.
¿Dónde estarían ahora los cetagandeses? Demasiado cerca para la comodidad del ba, obviamente; resultaba increíble que, cuando Guppy apareció en la barandilla del hotel, el ba no se hubiera muerto de un ataque al corazón sin necesidad de la remachadora. Pero la pista del ba, marcada por Guppy con bengalas de señales, conducía directamente desde el escenario del crimen al corazón de un Imperio a veces enemigo: Barrayar. ¿Qué estaban deduciendo los cetagandeses de todo eso?
«Bueno, ahora tenemos una pista, ¿no?»
—Bien —jadeó Miles, más tenso aún—. Bien. Supongo que estará grabando esto. Así que mi primera orden con la Voz del Emperador, almirante, es anular la orden de reunión del Sector Cinco. Eso era lo que iba a pedirme, ¿no?
—Gracias, milord Auditor, sí —dijo Vorpatril, agradecido—. Normalmente, preferiría morir antes que ignorar una llamada semejante, pero… dada nuestra situación actual, van a tener que esperar un poco. —Vorpatril no estaba dramatizando: era una simple declaración de hechos—. No demasiado, espero.
—Van a tener que esperar mucho —dijo Miles—. Ésta es mi siguiente orden con la Voz del Emperador. Copie todo, todo, lo que tenga grabado desde las últimas veinticuatro horas y envíelo por canal abierto, con la prioridad más alta, a la Residencia Imperial, el Alto Mando en Barrayar, al Cuartel General de SegImp y a los Asuntos Galácticos de SegImp en Komarr. Y —tomó aliento, y alzó la voz para anular el escandalizado grito de Vorpatril de «¡Copia! ¿En un momento como éste?»—, con remite del lord Auditor Miles Vorkosigan de Barrayar a la urgentísima y personalísima atención del ghem-general Dag Benin, jefe de Seguridad Imperial, Jardín Celestial, Eta Ceta, personal, urgente, muy urgente, por el pelo de Rian que esto es verdad, Dag. Exactamente esas palabras.
—¿Qué? —gritó Vorpatril, y luego rápidamente bajó la voz y repitió angustiado—. ¿Qué? ¡Un encuentro en Marilac sólo puede significar una guerra inminente con los cetagandeses! ¡No podemos entregarles ese tipo de información sobre nuestra posición y nuestros movimientos… envuelta en papel de regalo!
—Obtenga de Seguridad de la Estación Graf la grabación completa y sin cortes del interrogatorio de Russo Gupta y envíela también, en cuanto pueda. Antes.
Un nuevo terror estremeció a Miles, una visión como un sueño febriclass="underline" la gran fachada de la mansión Vorkosigan, en la capital barrayaresa de Vorbarr Sultana, bajo una lluvia de fuego de plasma, su antigua piedra fundiéndose como mantequilla; dos contenedores llenos de fluido estallando entre nubes de vapor. O una plaga, dejando a todos los protectores de la mansión muertos y amontonados en los pasillos, o huyendo para morir en las calles; dos replicadores casi maduros desatendidos, congelándose lentamente, sus diminutos ocupantes muriendo por falta de oxígeno, ahogándose en su propio líquido amniótico. Su pasado y su futuro, todo destruido a la vez… Nikki también; ¿sería barrido con los otros niños al intentar un frenético rescate, o desaparecería, sin que nadie lo echara de menos, fatalmente solo? Miles había esperado llegar a ser un buen padrastro para Nikki… Eso estaba por ver ahora, ¿no? «Ekaterin, lo siento…»
Pasarían horas, días, antes de que el nuevo tensorrayo pudiera llegar a Barrayar y Cetaganda. Gente enloquecidamente inquieta podría cometer errores fatales en cuestión de minutos. De segundos…
—Y si suele usted rezar, Vorpatril, rece para que nadie haga ninguna estupidez antes de que los mensajes lleguen. Y para que nos crean.
—Lady Vorkosigan —susurró apremiante Vorpatril—, ¿puede estar delirando por la enfermedad?
—No, no —lo tranquilizó ella—. Está pensando demasiado rápido y saltándose todos los pasos intermedios. Suele hacerlo. Puede ser muy frustrante. Miles, amor, hum… para el resto de los mortales, ¿te importaría explicarte un poco mejor?
Él tomó aliento, dos o tres veces, para detener sus temblores.
—El ba. No es un agente ni está en ninguna misión. Es un criminal. Un renegado. Quizás esté loco. Creo que secuestró la nave anual de niños haut que iba a Rho Ceta, la envió contra el sol más cercano con todos a bordo (probablemente asesinados ya) y se largó con su cargamento. Que pasaba por Komarr, y que abandonó el Imperio de Barrayar en una nave comercial propiedad personal de la emperatriz Laisa… y no quiero ni imaginar cómo considerarán de incriminador ese pequeño detalle ciertas mentes del Nido Estelar. ¡Los cetagandeses creen que nosotros robamos sus bebés, o que fuimos cómplices del robo y, santo Dios, asesinamos a una Consorte Planetaria, y por eso están a punto de declararnos la guerra por error!
—¡Oh! —dijo Vorpatril, aturdido.
—La seguridad del ba se basaba en el secreto, porque en cuanto los cetagandeses se pusieran en la pista adecuada, no descansarían hasta castigar este crimen. Pero el plan perfecto se estropeó cuando Gupta no murió según lo previsto. La frenética actividad de Gupta atrajo a Solian, a ustedes, a mí… —Añadió más despacio—: La pregunta es, ¿para qué demonios quiere el ba a esos niños haut?
—¿Podría estar robándolos para alguien? —sugirió Ekaterin, vacilante.
—Sí, pero se supone que los ba son insobornables.
—Bueno, si no se trata de una compra o un soborno, ¿podría tratarse de un chantaje o una amenaza? ¿Tal vez una amenaza a algún haut a quien el ba sea leal?
—O tal vez a alguna facción del Nido Estelar —conjeturó Miles—. Excepto que… Los ghem-lores tienen facciones, los lores haut tienen facciones. Pero el Nido Estelar siempre se ha movido al unísono. Incluso cuando cometieron una traición indiscutible, hace una década, las damas haut tomaron todas las decisiones conjuntamente.
—¿El Nido Estelar cometió traición? —repitió Vorpatril, asombrado—. ¡No nos enteramos de eso! ¿Está seguro? No me enteré de que se hubieran producido entonces ejecuciones en masa en el Imperio, y debería haberlo hecho. —Hizo una pausa y añadió, en tono más apagado—: ¿Cómo podrían un puñado de damas haut fabricantes de niños cometer traición, en cualquier caso?
—No se hizo público. Por varios motivos. —Miles se aclaró la garganta.
—Lord Auditor Vorkosigan. Éste es su enlace de comunicación, ¿no? ¿Está usted ahí? —intervino una nueva voz.
—¡Selladora Greenlaw! —exclamó Miles feliz—. ¿Han llegado a lugar seguro? ¿Todos ustedes?