—Hemos vuelto a la Estación Graf —repuso la Selladora—. Parece prematuro decir que es segura. ¿Y usted?
—Todavía estoy atrapado a bordo de la Idris. Aunque no totalmente carente de recursos. Ni de ideas.
—Necesito hablar con usted urgentemente. Tiene usted más autoridad que ese testarudo de Vorpatril.
—Ah, mi enlace tiene un canal de audio abierto con el almirante Vorpatril en estos momentos, señora. Puede hablar con ambos a la vez, si lo desea —la cortó Miles rápidamente, antes de que ella se expresara sin ningún tapujo.
Greenlaw vaciló sólo un instante.
—Bien. Necesitamos que Vorpatril contenga, repito, contenga todas sus fuerzas de asalto. Corbeau confirma que el ba lleva encima una especie de control remoto o interruptor aparentemente conectado con la bomba biológica que ha ocultado en la Estación Graf. No es ningún farol.
Miles miró sorprendido el silencioso vid del puente. Corbeau estaba ahora sentado en el asiento del piloto, con el casco de control puesto, el rostro inexpresivo aún más ausente.
—¡Corbeau lo confirma! ¿Cómo? Iba completamente desnudo… ¡El ba lo vigila cada segundo! ¿Un comunicador subcutáneo?
—No hubo tiempo para implantarle ninguno. Hace parpadear las luces de la nave siguiendo un código preacordado.
—¿De quién fue la idea?
—Suya.
Un chico colonial avispado. El piloto estaba de su parte. Oh, era bueno saberlo… Los temblores de Miles se estaban convirtiendo en estertores.
—Todos los cuadris adultos de la Estación Graf que no se ocupan de servicios de emergencia están buscando la biobomba —continuó Greenlaw—, pero no tenemos ni idea de qué aspecto tiene, ni de su tamaño o de si está disfrazada de otra cosa. Ni de si hay más de una. Estamos intentando evacuar a tantos niños como sea posible en las naves y lanzaderas que tenemos a mano, para sellarlas luego, pero ni siquiera podemos estar seguros de ellas… Si lanzan ustedes una fuerza de asalto sin autorización antes de que esa amenaza haya sido hallada y neutralizada… juro que le daré a nuestra milicia la orden de abatirlos en el mismo espacio. ¿Me oye, almirante? Confirme.
—La oigo —dijo Vorpatril, reacio—. Pero señora… el Auditor Imperial en persona ha sido infectado con uno de los bioagentes letales del ba. No puedo… no toleraré… no voy a quedarme aquí sentado sin hacer nada mientras lo escucho morir…
—¡Hay cincuenta mil vidas inocentes en la Estación Graf, almirante… lord Auditor! —Greenlaw calló un segundo y añadió, cohibida—: Lo siento, lord Vorkosigan.
—No estoy muerto todavía —replicó Miles, casi contento. Una nueva y desagradable sensación luchó con el tenso temor que atenazaba su vientre—. Voy a desconectar un momento —añadió—. Ahora mismo vuelvo.
Indicando a Roic que se quedara quieto, Miles abrió la puerta de la oficina de seguridad, salió al pasillo, abrió su visor, se inclinó y vomitó en el suelo. «No lo puedo evitar.» Con un gesto de rabia volvió a conectar la temperatura de su traje. Contuvo el mareo, se secó la boca, volvió dentro, se sentó de nuevo y encendió el comunicador.
—Continúe.
Dejó que las voces de Vorpatril y Greenlaw siguieran discutiendo y estudió con más atención la imagen del puente. Un objeto tenía que estar allí, en alguna parte… ¡Ah! Allí estaba, una pequeña maleta criocongeladora, colocada cuidadosamente junto a uno de los asientos vacíos, cerca de la puerta. Un modelo comercial estándar, sin duda comprado allí mismo, en la Estación Graf, en los últimos días. Todo aquello, aquel lío diplomático, aquella extravagante cadena de muertes que serpenteaba por medio Nexo, con dos imperios tambaleándose al borde de la guerra, se reducían a eso. Miles recordó el viejo cuento barrayarés sobre el malvado mago mutante que guardaba su corazón en una caja para esconderlo de sus enemigos.
«Sí…»
—Greenlaw —interrumpió Miles—. ¿Tiene algún modo de enviarle señales a Corbeau?
—Mediante una de las boyas de navegación que emite a los canales de los pilotos en control ciberneural. Pero no podemos establecer contacto por voz… Corbeau no estaba seguro de cómo lo recibiría en sus percepciones. Estamos seguros de que podemos hacerle llegar algún código sencillo con parpadeos o sonidos.
—Tengo un mensaje sencillo para él. Urgente. Transmítaselo lo antes posible. Dígale que abra todas las puertas estancas internas que hay en la cubierta central de la cabina central. Y que desconecte los vids de seguridad de allí, si puede.
—¿Por qué? —preguntó ella, suspicaz.
—Tenemos personal atrapado allí que va a morir dentro de poco si no lo hace —repuso Miles rápidamente. Bueno, era cierto.
—Bien —contestó ella—. Veré qué puedo hacer.
Miles cortó la comunicación, se giró en su asiento e hizo un gesto a Roic como de cortarse el cuello para que hiciera lo mismo. Se inclinó hacia delante.
—¿Puedes oírme?
—Sí, milord. —La voz de Roic sonaba apagada a través del grueso visor del traje de trabajo, pero resultaba suficientemente audible. Ninguno de los dos tenía que gritar en un espacio tan reducido.
—Greenlaw nunca ordenará ni permitirá que se lance una fuerza de asalto para intentar capturar al ba. Ni suya, ni nuestra. No puede. Hay demasiadas vidas cuadris en juego. El problema es que no creo que esta política vaya a hacer más segura la Estación. Si este ba asesinó de verdad a una Consorte Planetaria, no parpadeará siquiera ante unos pocos miles de cuadris. Prometerá colaborar hasta el final, y luego pulsará el botón de su biobomba y saltará, por si el caos que deja a su paso retrasa o interrumpe la persecución un día o dos más. ¿Me sigues hasta ahora?
—Sí, milord. —Roic tenía los ojos muy abiertos.
—Si podemos acercarnos hasta la puerta del puente sin ser vistos, creo que tenemos una oportunidad de reducir al ba nosotros mismos. En concreto, tú lo reducirás; yo lo distraeré. No tendrás ningún problema. Los disparos de aturdidor y disruptor neural rebotarán en este traje tuyo de trabajo. Las agujas no lo atravesarán tampoco, llegado el caso. Y harán falta más que los segundos que necesitarás para cruzar esa pequeña habitación para que el fuego de plasma lo atraviese.
Roic hizo una mueca.
—¿Y si le dispara a usted? Ese traje de presión no es tan bueno.
—El ba no me disparará. Eso te lo garantizo. Los haut cetagandeses, y sus hermanos los ba, son físicamente más fuertes que nadie, pero no son más fuertes que un traje de energía. Ve por sus manos. Agárralas. Si llegamos hasta ahí, el resto vendrá solo.
—¿Y Corbeau? El pobre hijo de puta está en cueros. Nada va a detener lo que le disparen.
—Corbeau será el último a quien decida disparar —dijo Miles—. ¡Ah! —Sus ojos se ensancharon y se giró en el asiento. Al borde de la imagen vid, media docena de diminutas imágenes empezaban a apagarse—. Vamos al pasillo. Prepárate a correr. Lo más silenciosamente que puedas.
Desde su enlace de comunicación, la voz reducida de volumen de Vorpatril suplicó apasionadamente al Auditor Imperial que volviera a abrir el canal. Instó a lady Vorkosigan a que le pidiera lo mismo.
—Déjelo en paz —dijo Ekaterin con firmeza—. Sabe lo que está haciendo.
—¿Qué está haciendo? —gimió Vorpatril.
—Algo. —La voz de Ekaterin se redujo a un susurro. O tal vez era una oración—. Buena suerte, amor.
Otra voz, algo más remota, intervino: el capitán Clogston.
—¿Almirante? ¿Puede contactar con el lord Auditor Vorkosigan? Hemos terminado de preparar su filtro sanguíneo, y estamos preparados para probarlo, pero ha desaparecido de la enfermería. Estaba aquí hace un minuto…
—¿Oye eso, lord Vorkosigan? —intentó Vorpatril, a la desesperada—. Tiene que presentarse en la enfermería. Ahora.