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Su mirada al consignatario dejó claro que no consideraba que la pérdida de los beneficios corporativos komarreses tuviera el peso suficiente para violar este principio.

—Los acontecimientos demostraron… —vaciló, y volvió a formular la frase—. Durante un tiempo, pensé que los acontecimientos me daban la razón.

—Durante un tiempo —repitió Miles—. ¿Ya no?

—Ahora… bueno… lo que sucedió a continuación fue bastante… bastante preocupante. Hubo un movimiento no autorizado de una compuerta de personal en la bodega de carga de la Estación Graf que está junto al lugar donde estaba atracada la Idris. Sin embargo, no se avistó ninguna nave ni cápsula personal… Los sellos del tubo no estaban activados. Para cuando el guardia de seguridad de la Estación llegó allí, la bodega estaba vacía. Pero había bastante sangre en el suelo y signos de que habían arrastrado algo hasta la compuerta. La sangre, en las pruebas, resultó ser de Solian. Parecía que estaba intentando regresar a la Idris y alguien lo empujó.

—Alguien que no dejó huellas de pisadas —añadió Brun ominosamente.

Ante la mirada inquisitiva de Miles, Vorpatril se explicó:

—En las zonas de gravedad donde viven los planetarios, los cuadrúmanos se trasladan en pequeños flotadores personales. Los manejan con las manos inferiores, dejando libres sus brazos superiores. No hay huellas de pisadas. No tienen pies, tampoco.

—Ah, sí. Comprendo —dijo Miles—. Sangre, pero ningún cuerpo… ¿Se ha encontrado algún cadáver?

—Todavía no —respondió Brun.

—¿Se ha buscado?

—Oh, sí. En todas las trayectorias posibles.

—Supongo que se les habrá ocurrido que un desertor podría intentar simular su propio asesinato o suicidio, para librarse de ser perseguido.

—Podría haber pensado eso —dijo Brun—, pero vi el suelo de la bodega de carga. Nadie podría perder tanta sangre y vivir. Debía de haber tres o cuatro litros como mínimo.

Miles se encogió de hombros.

—El primer paso en una preparación criónica de emergencia es quitarle la sangre al paciente y sustituirla por criofluido. Eso puede dejar fácilmente varios litros de sangre en el suelo, y la víctima…, bueno, vivir potencialmente.

Había tenido una experiencia personal del proceso, o eso le habían dicho Elli Quinn y Bel Thorne después, en aquella misión de la Flota de los Dendarii Libres que salió desastrosamente mal. Cierto, no recordaba esa parte, a pesar de la vívida descripción de Bel.

Brun alzó las cejas.

—No había pensado en eso.

—Se me acaba de ocurrir —dijo Miles, como pidiendo disculpas. «Podría enseñarte las cicatrices.»

Brun frunció el ceño, y luego negó con la cabeza.

—No creo que hubiera habido tiempo antes de que los miembros de seguridad de la Estación llegaran al lugar.

—¿Aunque hubiera una criocámara portátil preparada?

Brun abrió la boca y luego la volvió a cerrar. Finalmente, dijo:

—Es un planteamiento complicado, señor.

—No insisto —dijo Miles tranquilamente. Consideró el otro extremo del proceso de criorresurrección—. Pero me gustaría señalar que hay otras explicaciones para varios litros de sangre fresca de una persona, además del cadáver de la víctima. Como un laboratorio de resurrección o un sintetizador hospitalario. El producto sin duda aparecería en un estudio de ADN. Ni siquiera se podría considerar un falso positivo, exactamente. Pero un laboratorio de bioforenses detectaría la diferencia. Los rastros de biofluido también serían obvios, si a alguien se le ocurriera buscarlos. Odio las pruebas circunstanciales —añadió con tristeza—. ¿Quién hizo la comprobación de la sangre?

Brun se agitó, incómodo.

—Los cuadrúmanos. Les entregamos el escáner del ADN de Solian en cuanto desapareció. Pero el oficial de relaciones de seguridad de la Rudra ya había llegado entonces: estaba allí en la bodega, observando a sus técnicos. Me informó en cuanto el analizador avisó de que la sangre encajaba. Por eso me acerqué a verlo con mis propios ojos.

—¿Recogió otra muestra para hacer una segunda comprobación?

—Yo… creo que sí. Puedo preguntarle al cirujano de la flota si recibió una muestra antes de que, hum, los acontecimientos nos desbordaran.

El almirante Vorpatril parecía desagradablemente sorprendido.

—Pensé que el pobre Solian había sido asesinado. Por algún… —guardó silencio.

—No me parece que esa hipótesis pueda descartarse todavía —lo consoló Miles—. En cualquier caso, usted lo pensó sinceramente en ese momento. Que su cirujano examine las muestras más concienzudamente, por favor, y que me informe.

—¿Y a Seguridad de la Estación Graf también?

—Ah… mejor que no.

Aunque los resultados fueran negativos, la investigación sólo serviría para levantar más sospechas de los cuadrúmanos respecto a los de Barrayar. Y si eran positivos… Miles quería pensárselo primero.

—En cualquier caso, ¿qué pasó luego?

—El hecho de que Solian fuera el encargado de seguridad de la Flota hace que su asesinato… su aparente asesinato, resulte especialmente siniestro —admitió Vorpatril—. ¿Intentaba regresar a la nave con algún tipo de advertencia? No podíamos saberlo. Así que cancelé todos los permisos, pasé a estado de alerta, y ordené que todas las naves se alejaran de los puntos de atraque.

—Sin ninguna explicación del porqué —intervino Molino.

Vorpatril se lo quedó mirando.

—Durante una alerta, un comandante no se para a explicar sus órdenes. Espera que sean obedecidas al instante. Además, por la manera en que ustedes se habían estado comportando, quejándose por los retrasos, no me pareció que tuviera necesidad de repetirme. —Un músculo dio un tirón en su mejilla; inspiró, y regresó a su narración—. En este punto, sufrimos una especie de ruptura de comunicaciones.

«Aquí viene la pantalla de humo, por fin.»

—Teníamos entendido que una patrulla de seguridad compuesta por dos hombres y enviada a reemplazar a un oficial que se retrasaba en presentarse…

—¿El alférez Corbeau?

—Sí. Corbeau. Teníamos entendido, en ese momento, que la patrulla y el alférez fueron atacados, desarmados y detenidos por los cuadris. La verdadera historia, tal como se vio más tarde, fue más compleja, pero eso fue lo que tuve que dilucidar mientras trataba de sacar a nuestro personal de la Estación Graf y prepararme para cualquier contingencia hasta la evacuación inmediata del espacio local.

Miles se inclinó hacia delante.

—¿Creyó que eran unos cuadris cualesquiera los que atraparon a sus hombres o entendió que eran de Seguridad de la Estación?

A Vorpatril no llegaron a rechinarle los dientes, pero casi. A pesar de todo, respondió:

—Sí, sabíamos que eran de seguridad.

—¿Le pidió consejo a su oficial jurídico?

—No.

—¿Ofreció voluntariamente su consejo el alférez Deslaurier?

—No, milord —consiguió susurrar Deslaurier.

—Ya veo. Continúe.

—Le ordené al capitán Brun que enviara una patrulla de asalto en represalia; tres hombres para controlar una situación que consideré letalmente peligrosa para el personal de Barrayar.

—Armados con algo más que aturdidores, tengo entendido.

—No podía pedir a mis hombres que se enfrentaran a tantos sólo con aturdidores, milord —dijo Brun—. ¡Hay un millón de mutantes de esos ahí fuera!

Miles enarcó las cejas.

—¿En la Estación Graf? Creí que la población residente estaba en torno a los cincuenta mil. Civiles.

Brun hizo un gesto impaciente.

—Un millón contra doce, cincuenta mil contra doce… No importa, necesitaban armas de disuasión. Mi patrulla de rescate necesitaba entrar y salir lo más rápidamente posible tras tratar con la mínima resistencia o los mínimos argumentos posibles. Los aturdidores son inútiles como armas de intimidación.