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«¿A Vorpatril? ¿Por qué?» Un momento…

—¿Dijo Vorpatril? —preguntó Miles bruscamente—. ¿O sólo llamó al almirante?

Clogston se encogió de hombros.

—Vorpatril es el único almirante que hay por aquí, aunque supongo que el práctico puede estar alucinando. Odio tener que sedar a alguien tan enfermo, sobre todo cuando acaba de salir de los efectos de una droga. Pero si el hermafrodita no se calma, tendremos que hacerlo.

Miles frunció el ceño y corrió al pabellón de aislamiento. Clogston lo siguió. Miles se quitó el casco, sacó de dentro el comunicador de muñeca y agarró con fuerza el vital enlace. Un técnico estaba preparando la segunda cama, despejada rápidamente, al parecer para el infectado lord Auditor.

Bel estaba ahora en la primera cama, seco y vestido con una túnica militar verde claro de paciente, lo cual parecía un avance. Pero el hermafrodita tenía la cara grisácea, los labios púrpura, los párpados temblorosos. Una sonda intravenosa, que no dependía de la gravedad potencialmente errática de la nave, inyectaba un líquido amarillo en su brazo derecho. El brazo izquierdo estaba atado a una plancha; un tubo de plástico lleno de sangre corría por debajo de un vendaje hasta conectar con un aparato híbrido sujeto con cinta plástica. Un segundo tubo hacía el viaje inverso, su oscura superficie húmeda de condensación.

—'S bala —gemía Bel—. 'S bala.

Los labios del cirujano de la flota dibujaron una mueca de descontento tras el visor. Se inclinó hacia delante para observar el monitor.

—La presión de la sangre está subiendo también. Creo que es hora de darle un calmante al pobre diablo.

—Espere.

Miles se acercó al borde de la cama para que el herm pudiera verlo y lo miró lleno de descabellada esperanza. Bel sacudió la cabeza. Los párpados se abrieron, los ojos se ensancharon. Los labios azules trataron de volver a moverse. Bel los lamió, inhaló profundamente y lo intentó una vez más.

—¡Alm'nte! Portento. 'S basta'do loscond'o en el bala. Lo' ijo. Sádic basta'do.

—Todavía cree que habla con el almirante Vorpatril —murmuró Clogston, preocupado.

—Con el almirante Vorpatril, no. Conmigo —susurró Miles. ¿Existía todavía aquella inteligente mente en el búnker de su cerebro? Bel mantenía los ojos abiertos, intentando enfocarlo, como si la imagen de Miles se agitara y se nublara ante su vista.

Bel conocía a un portento. No. Bel estaba intentando decirle algo importante. Bel luchaba con la muerte por la posesión de su propia boca para intentar transmitir un mensaje. ¿Bala? ¿Balística? ¿Balalaika? ¡No…, ballet!

—El ba escondió la biobomba en el ballet… ¿En el Auditorio Minchenko? —le preguntó Miles, impaciente—. ¿Es eso lo que estás intentando decir, Bel?

El tenso cuerpo se relajó, aliviado.

—Sí. Sí. Dilo. En las luces, creo.

—¿Había sólo una bomba? ¿O había más? ¿Lo dijo el ba, podrías asegurarlo?

—No sé. Casera, creo. Comprueba. Compras…

—¡Bien, lo tengo! Buen trabajo, capitán Thorne.

«Siempre fuiste el mejor, Bel.» Miles se dio media vuelta y habló por su comunicador de muñeca, exigiendo que le pasaran con Greenlaw, o Venn, o Watts, o alguien que tuviera autoridad en la Estación Graf.

—¿Sí? —preguntó por fin una entrecortada voz femenina.

—¿Selladora Greenlaw? ¿Está usted ahí?

La voz se tranquilizó.

—Sí, ¿lord Vorkosigan? ¿Tiene algo?

—Tal vez. Bel Thorne nos informa de que el ba dijo que ocultó la biobomba en algún lugar del Auditorio Minchenko. Posiblemente detrás de algunas luces.

Ella contuvo la respiración.

—Bien. Concentraremos nuestra búsqueda allí.

—Bel también cree que la bomba la preparó el propio ba, recientemente. Puede que haya hecho compras por la Estación Graf bajo la identidad de Ker Dubauer. Eso podría darles la pista de cuántas puede haber diseñado.

—¡Ah! ¡Bien! ¡Pondré a trabajar a la gente de Venn!

—Comprenda que Bel está en muy mal estado. También que el ba puede haber mentido. Comuníquemelo cuando sepa algo.

—Sí. Sí. Gracias.

Rápidamente, ella cortó la comunicación. Miles se preguntó si estaría encerrada en su bioaislamiento protector también, como iba a estarlo él, tratando de aplazar el momento crítico lo máximo posible.

—Basta'do —murmuró Bel—. Me paralizó. Me metió en la 'dita unicápsula. Me lo dijo. Entonces la cerró. Me dejó para que me muriera, 'maginando… Sabía… sabía lo de Nicol y yo. Vio mi cubo vid. ¿Dónde está mi cubo vid?

—Nicol está a salvo —le aseguró Miles. Bueno, tanto como cualquier otro cuadri de la Estación Graf en aquel momento: si no a salvo, al menos advertida. ¿Cubo vid? Oh, las pequeñas imágenes de los hipotéticos hijos de Bel—. Tu cubo vid está a salvo.

Miles no tenía ni idea de si eso era o no cierto: el cubo podía seguir en el bolsillo de Bel, destruido con las ropas contaminadas del herm, o podía haber sido robado por el ba. Pero la afirmación tranquilizó a Bel. Los agotados ojos del hermafrodita volvieron a cerrarse y su respiración se regularizó.

«Dentro de unas horas voy a tener ese aspecto. Entonces será mejor que no pierdas más tiempo, ¿eh?»

Con enorme disgusto, Miles soportó que un técnico le ayudara a quitarse el traje de presión y la ropa interior… para llevarlos a incinerar, supuso.

—Si van a atarme aquí, quiero una comconsola junto a mi cama inmediatamente. No, no puede quedarse con eso. —Miles esquivó al técnico, que intentaba quitarle el comunicador; luego se detuvo a tragar saliva—. Y algo para las náuseas. Muy bien, póngamelo en el brazo derecho, entonces.

En horizontal apenas se sentía mejor que en vertical. Miles se alisó la túnica gris claro y entregó su brazo izquierdo al cirujano, quien personalmente se encargó de pincharle la vena con una lengüeta médica que parecía del tamaño de una pajita para beber. Al otro lado, un técnico apretó un hipospray contra su hombro derecho…, una poción que contrarrestaría el mareo y los calambres que sentía en el estómago, esperaba. Pero no gritó hasta que el primer borbotón de sangre filtrada regresó a su cuerpo.

—Mierda, está fría. Odio el frío.

—No se puede evitar, milord Auditor —murmuró Clogston para tranquilizarlo—. Tenemos que bajar su temperatura corporal al menos tres grados. Nos conseguirá tiempo.

Miles se calló, al recordar incómodamente que todavía no tenían una cura para aquello. Sofocó un gemido de terror que escapaba bajo la presión del lugar donde lo había mantenido encerrado durante las últimas horas. Ni por un segundo se permitiría creer que no había cura, que esa biomierda se lo llevaría al otro barrio y que esta vez no regresaría…

—¿Dónde está Roic? —Se llevó la muñeca derecha a los labios—. ¿Roic?

—Estoy en la cámara exterior, milord. Tengo miedo de pasar este disparador a través de la biobarrera hasta que sepamos con seguridad que han desarmado la bomba.

—Bien, buena idea. Uno de esos tipos de ahí fuera debería ser el técnico artificiero que solicité. Búscalo y entrégaselo. Luego sé testigo por mí de los de interrogatorios, ¿quieres?

—Sí, milord.

—Capitán Clogston.

El doctor alzó la mirada mientras trabajaba con el filtro sanguíneo.

—¿Milord?

—En el momento en que tenga a un tecnomed…, no, a un doctor. En el momento en que tenga a algún hombre cualificado libre, envíelo a la bodega de carga donde el ba tiene los replicadores. Quiero que tome muestras, e intente ver si el ba los ha contaminado o los ha envenenado de alguna manera. Luego asegúrese de que todo el equipo funciona bien. Es muy importante que los niños haut estén vivos y bien.