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—Sí, lord Vorkosigan.

Si los bebés haut habían sido inoculados con los mismos viles parásitos que en ese momento campaban por su cuerpo, ¿podrían reducir la temperatura de los replicadores para congelarlos a todos y detener el proceso de la enfermedad? ¿O afectaría el frío a los niños, dañándolos…? Se estaba buscando problemas, sacando conclusiones anticipadas sin tener datos suficientes. Un agente entrenado, condicionado para hacer la correcta desconexión entre acción e imaginación, podría haber realizado una inoculación semejante, eliminando todo el ADN que pudiera incriminar a los altos haut antes de abandonar el escenario. Pero este ba era un aficionado. Este ba tenía otro tipo de condicionamiento. «Sí, pero ese condicionamiento debe de haber salido mal de alguna manera, o este ba no habría llegado tan lejos…»

—E infórmeme del estado del piloto Corbeau, en cuanto lo sepa —añadió Miles mientras Clogston se volvía. El médico alzó una mano, asintiendo.

Unos minutos después, Roic entró en el pabellón. Se había quitado el pesado traje de trabajo, y ahora llevaba un traje bioprotector militar de Nivel Tres, más cómodo.

—¿Cómo van las cosas ahí fuera?

Roic se encogió de hombros.

—No muy bien, milord. El ba ha entrado en una especie de extraño estado mental. Dice tonterías, pero ninguna relacionada con el tema, y los tipos de inteligencia dicen que su estado psicológico es también parte de su estrategia. Están tratando de estabilizarlo.

—¡El ba tiene que permanecer con vida! —Miles se incorporó a medias mientras se le pasaba por la cabeza la idea de que lo llevaran a la cámara de al lado para encargarse de los interrogatorios—. Tenemos que llevarlo de vuelta a Cetaganda. Para demostrar que Barrayar es inocente.

Se hundió de nuevo en la cama y miró el ronroneante aparato que filtraba su sangre. Expurgaba los parásitos, sí, pero también drenaba la energía que los parásitos le habían robado para crearse. Lo vaciaba de la agilidad mental que tan desesperadamente necesitaba ahora.

Reagrupó sus dispersos pensamientos, y explicó a Roic la noticia que le había dado Bel.

—Regresa al interrogatorio, y cuéntales lo que ha pasado. Mira a ver si pueden confirmar el escondite en el Auditorio Minchenko, y sobre todo si pueden conseguir algo que sugiera que hay más de una bomba. O no.

—Bien —Roic asintió. Contempló el creciente conjunto de aparatos que rodeaban a Miles—. Por cierto, milord. ¿Le ha mencionado ya al doctor el problema de sus ataques?

—Todavía no. No ha habido tiempo.

—Bien. —Roic hizo una mueca pensativa, de un modo severo que Miles decidió ignorar—. Me encargaré yo entonces, ¿de acuerdo, milord?

Miles se encogió de hombros.

—Sí, sí.

Roic salió del pabellón para realizar sus dos encargos.

Llegó la comconsola remota: un técnico colocó una bandeja sobre el regazo de Miles, puso encima la placa vid y lo ayudó a sentarse, colocando más almohadas detrás de su espalda. Miles estaba empezando a temblar otra vez. Muy bien, el aparato era de uso militar barrayarés, no algo que hubieran tomado de la Idris. Ahora volvía a tener un enlace visual seguro. Introdujo los códigos.

El rostro de Vorpatril tardó un par de segundos en aparecer; encargándose de todo desde la sala de tácticas de la Príncipe Xav, el almirante sin duda tenía unas cuantas cosas más que hacer en aquel momento. Apareció por fin con un «¡Sí, milord!». Sus ojos escrutaron la imagen de Miles en su placa vid. Al parecer no se sintió tranquilizado por lo que vio. Su mandíbula se tensó.

—¿Está usted…? —empezó a decir, pero lo cambió sobre la marcha—. ¿Es muy grave?

—Todavía puedo hablar, y mientras pueda hablar, tengo que registrar algunas órdenes. Mientras esperamos los resultados de la búsqueda de la bomba… ¿Está enterado de eso? —Miles puso al corriente al almirante acerca de los datos suministrados por Bel sobre el Auditorio Minchenko, y continuó—. Mientras tanto, quiero que seleccione y prepare la nave más rápida de su escolta que tenga capacidad para la carga que va a llevar. Esa carga seremos yo, el práctico Thorne, un equipo médico, nuestro prisionero el ba y los guardias, Guppy el contrabandista jacksoniano, si puedo arrancarlo de las garras de los cuadris y un millar de replicadores uterinos en funcionamiento, con sus asistentes médicos cualificados.

—Y yo —dijo firmemente la voz de Ekaterin desde un lado. Su cara asomó brevemente en el enlace vid de Vorpatril, mirándolo con el ceño fruncido. Había visto a su marido servido como muerto en bandeja más de una vez con anterioridad; quizá no se preocuparía tanto como el almirante. Ver cómo un Auditor Imperial se derretía hasta convertirse en un moco humeante en el curso de tu misión sería una notable mancha negra en su historial, aunque no podía decirse que la carrera de Vorpatril no estuviera ya hecha polvo por este episodio.

—Mi nave correo viajará en convoy, llevando a lady Vorkosigan. —Cortó la objeción de Ekaterin—. Puede que necesite a un portavoz que no esté en cuarentena médica. —Ella se limitó a emitir un poco convencido «Hum»—. Pero quiero asegurarme de que no nos entretiene nadie por el camino, almirante, así que haga que el departamento de su flota empiece a trabajar rápidamente para conseguir permisos de paso por todos los espacios locales que vamos a tener que atravesar. Velocidad. Velocidad es la clave. Quiero marcharme en el momento en que sepamos que el aparato infernal del ba ha sido retirado de la Estación Graf. Al menos si llevamos la alarma biológica encima, nadie querrá detenernos y abordarnos para hacer inspecciones.

—¿A Komarr, milord? ¿O a Sergyar?

—No. Calcule la ruta de salto más corta posible directamente a Rho Ceta.

Vorpatril sacudió la cabeza, sorprendido.

—Si las órdenes que recibí del Cuartel General del Sector Cinco significan lo que pensamos, difícilmente podrá pasar por ahí. Lo recibirán con fuego de plasma y bombas de fusión en el momento en que aparezca en el agujero de gusano: eso es lo que yo esperaría.

—Suéltalo, Miles —dijo la voz familiar de Ekaterin.

Él sonrió brevemente al notar la familiar exasperación en su voz.

—Para cuando lleguemos allí, habré conseguido el permiso del Imperio de Cetaganda.

«Espero.» O todos iban a tener más problemas de los que Miles podía imaginar.

—Barrayar va a devolverles a sus bebés haut secuestrados. Colgando de un largo palo. Yo voy a ser el palo.

—Ah —dijo Vorpatril, alzando especulador sus grises cejas.

—Ponga al corriente a mi piloto de SegImp. Pienso empezar en el momento en que todo y todos hayan subido a bordo. Puede comenzar por el material.

—Comprendido, milord. —Vorpatril se puso en pie y desapareció de la imagen. Ekaterin se adelantó y le sonrió.

—Bueno, estamos haciendo algunos progresos por fin —le dijo Miles, con lo que esperaba que pareciera buen humor, y no histeria reprimida.

La sonrisa de ella se torció a un lado. Sin embargo, sus ojos eran cálidos.

—¿Algunos progresos? Me pregunto cómo llamas a una avalancha.

—Nada de metáforas árticas, por favor. Ya tengo bastante frío. Si los médicos mantienen esta… infección bajo control en ruta, tal vez me den permiso para recibir visitas. No hará falta la nave correo más tarde, de todas formas.

Un tecnomed apareció, sacó una muestra de sangre del tubo de salida, añadió una intravenosa al conjunto, alzó las barandillas de la cama y luego se inclinó y empezó a atarle el brazo izquierdo.

—Eh —objetó Miles—. ¿Cómo voy a poder desenmarañar todo este lío con una mano atada a la espalda?

—Órdenes del capitán Clogston, milord Auditor. —Firmemente, el técnico terminó de asegurarle el brazo—. Procedimiento estándar si hay riesgo de ataques.