Eso arrancó un bufido a la Selladora. Miles continuó.
—Aunque el ba y Russo Gupta cometieron ambos delitos en Graf, los cometieron primero en los imperios de Cetaganda y Barrayar. Considero que tenemos prioridad. Y aún peor: su mera presencia continuada en la Estación Graf es peligrosa porque, se lo prometo, tarde o temprano sus furiosas víctimas cetagandesas los seguirán. Creo que ya han saboreado lo bastante la medicina cetagandesa para que imaginar a los auténticos agentes cetagandeses cayéndoles encima sea realmente desagradable. Entréguennos a ambos criminales, y nos perseguirán a nosotros.
—Hum… —dijo ella—. ¿Y su flota comercial retenida? ¿Sus multas?
—Déjelo… bajo mi responsabilidad. Estoy dispuesto a transferir la propiedad de la Idris a la Estación Graf, en pago de todos los gastos y multas. —Añadió prudentemente—: Tal como está.
Ella abrió los ojos de par en par.
—La nave está contaminada —dijo, indignada.
—Sí. Así que no podemos llevárnosla, de todas formas. Limpiarla podría ser un bonito ejercicio de entrenamiento para sus equipos de biocontrol. —Decidió no mencionar los agujeros—. Incluso con esos gastos, saldrán ganando. Me temo que el seguro de los pasajeros tendrá que cubrir el valor de cualquier cargamento que no pueda ser recuperado. Pero espero que la mayor parte no necesite pasar por cuarentena. Y pueden dejar que se marche el resto de la flota.
—¿Y sus hombres, los que están detenidos?
—Dejaron marchar a uno de ellos. ¿Lo lamentan? ¿No pueden permitir que el valor del alférez Corbeau redima a sus camaradas? Ése ha sido uno de los actos más valientes de los que he sido testigo. Verlo entrar allí desnudo y sacrificándose por salvar la Estación Graf sabiendo lo que le esperaba…
—Eso… sí. Eso fue notable —concedió ella—. Para cualquiera. —Lo miró, pensativa—. Usted fue también por el ba.
—Lo mío no cuenta —dijo Miles automáticamente—. Yo ya estaba… —Se tragó la palabra «muerto». No estaba, maldición, muerto todavía—. Yo ya estaba infectado.
Ella alzó las cejas, con curiosidad.
—Y si no lo hubiera estado, ¿qué habría hecho?
—Bueno… Ése era el momento oportuno. Tengo una especie de don para calcular el momento oportuno.
—Y para el lenguaje ambiguo.
—Eso también. Pero el ba era sólo mi trabajo.
—¿Le ha dicho alguien que está bastante loco?
—De vez en cuando —admitió él. A pesar de todo, una lenta sonrisa asomó a sus labios—. Aunque no mucho desde que me nombraron Auditor Imperial. Es útil.
Ella hizo una mueca, muy suave. ¿Se estaba ablandando? Miles lanzó la siguiente andanada.
—Mi petición es humanitaria, también. Creo… espero, que las damas haut cetagandesas tengan algún tratamiento en sus anchas mangas para su propio producto. Propongo llevar al práctico Thorne con nosotros… corriendo con los gastos, para que comparta la cura que tan desesperadamente busco para mí mismo. Es de justicia. El herm estaba, en cierto sentido, a mi servicio cuando resultó infectado. En mi grupo de trabajo, si le parece.
—Mm. Los barrayareses cuidan de los suyos, al menos. Una de sus pocas cosas positivas.
Miles abrió la mano en un gesto igualmente ambiguo de reconocimiento por aquel leve cumplido.
—Thorne y yo trabajamos ahora con un margen de tiempo que no espera debates de ningún comité, me temo, ni el permiso de nadie. Este paliativo —indicó torpemente el filtro sanguíneo—, nos consigue un poco de tiempo. En este momento, nadie sabe si será suficiente.
Greenlaw se frotó el entrecejo, como si le doliera.
—Sí, desde luego… Desde luego debe usted… ¡Oh, demonios! —Tomó aliento—. Muy bien. Quédese con sus prisioneros y sus pruebas y todo el maldito lote… y con Thorne… y márchese.
—¿Y los hombres de Vorpatril detenidos?
—Ellos también. Lléveselos a todos. Sus naves pueden marcharse, menos la Idris. —Arrugó la nariz en gesto de disgusto—. Pero discutiremos el importe restante de sus multas y gastos más adelante, cuando la nave haya sido tasada por nuestros inspectores. Más tarde. Su gobierno podrá enviar a alguien para esa misión. No a usted, preferiblemente.
—Gracias, señora Selladora —canturreó Miles, aliviado. Cortó la comunicación y se desplomó contra las almohadas. El pabellón parecía girar a su alrededor, muy despacio, con sacudidas cortas. Al cabo de un momento, decidió que el problema no era de la habitación.
El capitán Clogston, que había estado esperando junto a la puerta a que el Auditor terminara aquella negociación de alto nivel, avanzó para observar un poco más el filtro sanguíneo. Luego trasladó su mirada a Miles.
—Problemas de ataques, ¿eh? Menos mal que alguien me lo ha dicho.
—Sí, bueno, no queríamos que lo confundiera con un exótico síntoma cetagandés. Es bastante rutinario. Si sucede, no se deje llevar por el pánico. Me recupero yo solito en cosa de unos cinco minutos. Normalmente me produce una especie de resaca después, aunque no es que pueda notar la diferencia en este momento. No importa. ¿Qué puede decirme del alférez Corbeau?
—Comprobamos el hipospray del ba. Estaba lleno de agua.
—¡Ah! ¡Bien! Eso pensaba. —Miles sonrió con lobuna satisfacción—. ¿Puede declararlo libre de biohorrores, entonces?
—Teniendo en cuenta que ha estado caminando por esta nave en pelotas, no hasta que estemos seguros de haber identificado todos los posibles elementos que pueda haber soltado el ba. Pero en el primer análisis de sangre y de tejidos que hicimos no apareció nada.
Un signo de esperanza… Aunque Miles trató de no considerarlo demasiado optimista.
—¿Puede enviarme al alférez? ¿Es seguro? Quiero hablar con él.
—Creemos que lo que tienen el hermafrodita y usted no se contagia por contacto ordinario. Cuando estemos seguros de que la nave está limpia de todo lo demás, podremos quitarnos estos trajes, lo cual será un alivio. Aunque los parásitos podrían contagiarse sexualmente… Tendremos que estudiar eso.
—No me gusta tanto Corbeau. Envíemelo, pues.
Clogston dirigió a Miles una mirada extraña y se marchó. Miles no estaba seguro de si el capitán no había entendido el chiste malo o simplemente lo consideraba demasiado penoso para merecer una respuesta. Pero la teoría de la transmisión sexual provocó un nuevo rosario de desagradables especulaciones en la mente de Miles. ¿Y si los médicos descubrían que podían mantenerlo vivo indefinidamente, pero no deshacerse de los malditos bichos? ¿No podría tocar a Ekaterin durante el resto de su vida más que a través de la imagen de holovid…? También le sugería una nueva serie de preguntas que hacerle a Guppy sobre sus recientes viajes…
Bueno, los médicos cuadris eran competentes y recibían copias de las descargas médicas barrayaresas; sus epidemiólogos estaban ya sin duda trabajando en ello.
Corbeau atravesó las biobarreras. Ahora llevaba mascarilla desechable y guantes, además de la túnica médica y las zapatillas de paciente. Miles se sentó, apartó la bandeja y se abrió su propia túnica, dejando que la pálida telaraña de las viejas cicatrices producidas por la granada de aguja sugirieran lo que pudieran sugerir a Corbeau.
—¿Me mandó llamar, lord Auditor? —Corbeau inclinó la cabeza con un gesto nervioso.
—Sí. —Miles se rascó pensativo la nariz con la única mano que tenía libre—. Bien, héroe. Acaba de hacer un movimiento muy bueno para su carrera.
Corbeau se encorvó un poquito, cohibido.
—No lo hice por mi carrera. Ni por Barrayar. Lo hice por la Estación Graf, y los cuadris, y Garnet Cinco.