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Abrió unos ojos que, extrañamente, no estaban pegajosos ni irritados. El techo sobre él no se agitaba y se doblaba ante su visión como si fuera un espejismo visto a través del calor del desierto. El aliento entraba fresco por su nariz, sin impedimentos. No había flema. Ni tubos. ¿No había tubos?

El techo era desconocido. Rebuscó en su memoria. Bruma. Ángeles y demonios en biocontenedor, atormentándolo; alguien exigiéndole que orinara. Indignidades médicas, piadosamente vagas ahora. Intentar hablar, dar órdenes, hasta que una hipnospray de oscuridad lo abatió.

Y antes de eso: casi desesperación. Enviar mensajes frenéticos por delante de su pequeño convoy. La llegada de informes de varios días con agujeros de gusano bloqueados, extranjeros internados por ambos bandos, cargamentos confiscados, concentración de naves, todo contaba su propia historia a Miles, con sus peores detalles. Sabía demasiados detalles. «¡No podemos librar una guerra ahora, idiotas! ¿No sabéis que hay niños casi presentes?» Su brazo izquierdo se sacudió, y no encontró más resistencia que una suave colcha bajo sus dedos atenazados.

—¿… llegado ya?

El hermoso rostro de Ekaterin se inclinó sobre él desde un lado. No medio oculto tras el atuendo bioprotector. Miles temió por un momento que sólo fuera una proyección holovid, o alguna alucinación, pero el cálido y real beso de su boca le reafirmó de su presente solidez antes incluso de que su mano vacilante le tocara la mejilla.

—¿Dónde está tu mascarilla? —preguntó, inquieto. Se apoyó en un codo, combatiendo una oleada de náuseas.

Desde luego no estaba en la abarrotada y utilitaria enfermería de la nave militar de Barrayar donde lo habían trasladado desde la Idris. Su cama se encontraba en una cámara pequeña pero elegante que olía a estética de Cetaganda, desde los adornos de plantas vivas a la serena iluminación o la vista de la costa desde la ventana. Las olas lamían suavemente una playa de arenas claras vista a través de extraños árboles que proyectaban delicados dedos de sombra. Casi con toda certeza era una proyección vid, ya que los detalles subliminales de la atmósfera y los sonidos de la habitación también le susurraban camarote de nave espacial. Llevaba un atuendo suelto de seda de suaves tonos grises, y sólo sus extraños cierres indicaban que era una bata de paciente. Sobre la cabecera de su cama, un discreto panel mostraba indicadores médicos.

—¿Dónde estamos? ¿Qué está pasando? ¿Detuvimos la guerra? Esos replicadores que encontraron en su… es un truco, lo sé…

El desastre finaclass="underline" sus rápidas naves interceptaron noticias de Barrayar por tensorrayo que anunciaban que las charlas diplomáticas se habían roto tras el descubrimiento, en un almacén en las afueras de Vorbarr Sultana, de un millar de replicadores vacíos robados al parecer del Nido Estelar, con sus ocupantes desaparecidos. ¿Supuestos ocupantes? Ni siquiera Miles estaba seguro. Una aturdidora pesadilla de implicaciones. Naturalmente, el Gobierno de Barrayar había negado conocer cómo llegaron allí, o dónde estaban ahora sus contenidos. Y no lo creyeron…

—El ba… Guppy, prometí… Todos esos bebés haut… Tengo que…

—Tienes que tumbarte y quedarte quieto. —Una firme mano sobre su pecho lo empujó hacia la cama—. Todos los asuntos más urgentes han sido atendidos.

—¿Por quién?

Ella se ruborizó un poco.

—Bueno…, por mí, principalmente. El capitán de la nave de Vorpatril no debería de haberme dejado intervenir, técnicamente, pero decidí no recordárselo. Ejerces una mala influencia sobre mí, amor.

«¿Qué? ¿Qué?»

—¿Cómo?

—Tan sólo repetí tus mensajes, y exigí que los transmitieran a la haut Pel y el ghem-general Benin. Benin estuvo brillante. En cuanto recibió tus primeros despachos, comprendió que los replicadores hallados en Vorbarr Sultana eran señuelos, sacados del Nido Estelar por el ba poco a poco hace un año, mientras preparaba todo esto. —Frunció el ceño—. Al parecer fue un plan premeditado del ba, con la idea de causar este tipo de problema. Un plan de apoyo, por si alguien descubría que no todo el mundo murió a bordo de la nave de los niños, y seguía la pista hasta Komarr. Casi funcionó. Podría haber funcionado, si Benin no hubiera sido tan concienzudo y sereno. Imagino que las circunstancias políticas internas de su investigación eran ya entonces extremadamente difíciles. Desde luego, puso su reputación en juego.

Y posiblemente incluso su vida, si Miles interpretaba bien aquellas sencillas palabras.

—Tanto más honor para él, entonces.

—Las fuerzas militares… las de ellos y las nuestras, han retirado la alerta y se están dispersando. Los cetagandeses han declarado que es un asunto civil e interno.

Miles se echó hacia atrás, enormemente aliviado.

—Ah.

—Creo que no podría haber contactado con ellos sin el nombre de la haut Pel. —Ekaterin vaciló—. Ni el tuyo.

—El nuestro.

Ella sonrió al oír eso.

—Lo de lady Vorkosigan pareció hacer efecto. Contuvo a ambas partes. Eso, y gritar la verdad una y otra vez. Pero no podría haber aguantado sin el nombre.

—¿Puedo sugerir que el nombre no podría haber aguantado sin ti? —Su mano libre se tensó sobre la de ella. Ekaterin le devolvió el apretón.

Miles se incorporó de nuevo.

—Espera… ¿No deberías ir vestida con un traje bioprotector?

—Ya no. Acuéstate, maldición. ¿Qué es lo último que recuerdas?

—Mi último recuerdo claro es estar en la nave de Barrayar a unos cuatro días del Cuadrispacio. Y el frío.

La sonrisa de Ekaterin no cambió, pero sus ojos se ensombrecieron al recordar.

—El frío, sí. Los filtros sanguíneos no hicieron efecto, ni siquiera funcionando los cuatro a la vez. Podíamos ver cómo se te escapaba la vida: tu metabolismo no podía soportarlo, no podía sustituir los recursos que se extraían ni siquiera con las intravenosas y los tubos nutrientes y las múltiples transfusiones de sangre. Al capitán Clogston no se le ocurrió otra manera de contener a los parásitos que poneros a ti y a Bel en estasis. Una hibernación fría. El siguiente paso habría sido la criocongelación.

—Oh, no. ¡Otra vez no…!

—Era el último recurso, pero no fue necesario, gracias al cielo. Una vez que Bel y tú estuvisteis sedados y lo suficientemente helados, los parásitos dejaron de multiplicarse. Los capitanes y tripulaciones de nuestro pequeño convoy fueron muy buenos y conseguimos llegar lo más rápido posible, quizás incluso un poco más. Oh… sí, estamos aquí; llegamos a la órbita de Rho Ceta… ayer, creo.

¿Había dormido ella desde entonces? No mucho, sospechó Miles. Su rostro, aunque alegre ahora, estaba tenso por la fatiga. Él extendió de nuevo la mano, para tocar levemente sus labios con dos dedos, como hacía habitualmente con su imagen holovid.

—Recuerdo que no quisiste decirme adiós adecuadamente —se quejó.

—Supuse que eso te daría más motivos para regresar a mí. Aunque sólo fuera para decir la última palabra.

Él reprimió una risa y dejó que su mano cayera de nuevo sobre la colcha. La gravedad artificial probablemente no llegaba a dos ges en aquella cámara, a pesar de que sentía el brazo como si estuviera cargado de pesos de plomo. Tenía que admitir que no se sentía exactamente… bien.

—Bueno, qué, ¿me he librado de todos esos parásitos infernales?

Ella sonrió de nuevo.

—A la perfección. Bueno, es decir, esa terrible doctora cetagandesa que trajo consigo la haut Pel dijo que estabas curado. Pero sigues muy débil. Se supone que tienes que descansar.

—¡Descansar, no puedo descansar! ¿Qué más está pasando? ¿Dónde está Bel?

—Chis, chis. Bel está vivo también. Podrás verlo pronto, y a Nicol también. Están en un camarote, pasillo abajo. Bel sufrió… —Ella frunció el ceño, vacilante—. Sufrió más daños que tú, pero esperan que se recupere, en su mayor parte. Con el tiempo. —A Miles no le gustó cómo sonaba eso. Ekaterin siguió su mirada—. Ahora mismo estamos a bordo de la propia nave de la haut Pel…, es decir, su nave del Nido Estelar, que la trajo desde Eta Ceta.