»Las mujeres del Nido Estelar os trajeron a Bel y a ti para trataros aquí. Las damas haut no dejaron que ninguno de nuestros hombres subiera a bordo para protegeros, ni siquiera al soldado Roic al principio, lo cual causó una discusión de lo más estúpida; me dieron ganas de abofetearlos a todos, hasta que al final decidieron que Nicol y yo podríamos acompañaros. Al capitán Clogston le molestó mucho que no le permitieran ayudar. Quería impedir que les entregaran los replicadores hasta que cooperaran, pero puedes apostar a que me opuse a esa idea.
—¡Bien!
Y no sólo porque Miles quisiera que aquellas pequeñas bombas de tiempo estuvieran lejos de Barrayar lo antes posible. No podía imaginar un plan diplomáticamente más desastroso ni psicológicamente más repugnante, a esas alturas.
—Me acuerdo de que intenté calmar a ese idiota de Guppy, que estaba histérico porque volvía con los cetagandeses. Hice promesas… Espero no haberle mentido entre dientes. ¿Es cierto que todavía tenía una reserva de parásitos encima? ¿Lo han curado también? ¿O… no? Juré por mi nombre que si cooperaba y declaraba, Barrayar lo protegería, pero esperaba estar consciente cuando llegáramos…
—Sí, la doctora cetagandesa lo trató también a él. Dice que el residuo latente de parásitos no se habría disparado otra vez, pero la verdad es que no creo que estuviera segura. Al parecer, nadie ha sobrevivido antes a esta bioarma. Me dio la impresión de que el Nido Estelar quiere a Guppy para investigarlo más de lo que la Seguridad Imperial de Cetaganda lo quiere por sus cargos criminales, y si tienen que luchar por él, el Nido Estelar ganará. Nuestros hombres ejecutaron tu orden: está todavía en la nave de Barrayar. A algunos de los cetagandeses no les hace ninguna gracia, pero les dije que tendrían que tratar el asunto contigo.
Miles vaciló, y se aclaró la garganta.
—Hum… también me parece recordar que grabé algunos mensajes. Para mis padres. Y para Mark e Iván. Y para los pequeños Aral y Helen. Espero que tú no… No los enviaste, ¿verdad?
—Los aparté.
—Oh, bien. Me temo que no estuve muy coherente.
—Tal vez no —admitió ella—. Pero me parecieron muy conmovedores.
—Lo pospuse demasiado, supongo. Puedes borrarlos ya.
—Jamás —dijo ella firmemente.
—Pero estaba farfullando.
—Aun así. Voy a conservarlos. —Se acarició el pelo, y su sonrisa se torció—. Tal vez puedan ser reciclados algún día. Después de todo… la próxima vez, puede que no tengas tiempo.
La puerta de la cámara se abrió, y dos mujeres altas y espigadas entraron. Miles reconoció de inmediato a la mayor de ellas.
La haut Pel Navarr, Consorte de Eta Ceta, era quizá la número dos en la extraña jerarquía secreta del Nido Estelar, después de la mismísima Emperatriz, la haut Rian Degtiar. Apenas había cambiado de aspecto desde la primera vez que Miles la vio hacía una década, excepto quizá por su peinado. Su inmensamente largo pelo rubio estaba hoy recogido en una docena de trenzas que colgaban desde su nuca de una oreja a otra, sus decorados extremos oscilando alrededor de sus tobillos junto con el borde de su falda y otros adornos. Miles se preguntó si el inquietante aspecto de Medusa era intencionado. Su piel seguía siendo pálida y perfecta, pero no podía, ni siquiera por un instante, ser considerada joven. Demasiada calma, demasiado control, demasiada fría ironía…
Fuera de los santuarios más internos del Jardín Celestial, las altas haut normalmente se movían en la intimidad y la protección de burbujas de fuerza personales, protegidas de ojos indignos. El hecho de que entrara aquí sin velo era suficiente para decirle a Miles que ahora se encontraba en una reserva del Nido Estelar. La mujer morena que la acompañaba era lo bastante mayor para tener vetas de plata en el pelo que la envolvía junto con sus largas túnicas, y una piel que, aunque inmaculada, estaba claramente suavizada por la edad. Fría, remota, desconocida para Miles.
—Lord Vorkosigan. —La haut Pel le dirigió un gesto con la cabeza relativamente cordial—. Me alegro de encontrarlo despierto. ¿Vuelve a ser usted mismo?
«¿Por qué, quién era antes?» Miles temió adivinarlo.
—Eso creo.
—Fue toda una sorpresa que nos volviéramos a encontrar de esta forma, aunque, dadas las circunstancias, no es una sorpresa desagradable.
Miles se aclaró la garganta.
—También fue una sorpresa para mí. Los bebés de los replicadores… ¿los han recuperado? ¿Están todos bien?
—Mi gente terminó de examinarlos anoche. Todo parece ir bien con ellos, a pesar de sus horribles aventuras. Lamento que no pueda decirse lo mismo de usted.
Hizo un gesto a su compañera; la mujer resultó ser una doctora que, con bruscos murmullos, terminó un breve reconocimiento medico de su huésped barrayarés. Completando su trabajo, supuso Miles. Sus veladas preguntas sobre los parásitos artificiales recibieron corteses evasivas, y entonces Miles se preguntó si era médico… o diseñadora de cañones. O veterinaria, excepto que la mayoría de los veterinarios que Miles había conocido mostraban signos de apreciar a sus pacientes.
Ekaterin se mostró más decidida.
—¿Pueden darme una idea de qué efectos secundarios a largo plazo podemos esperar de esta desafortunada exposición para el lord Auditor y el práctico Thorne?
La mujer indicó a Miles que volviera a abrocharse la bata, y se volvió para hablar por encima de su cabeza.
—Su marido —en su boca, el término sonó completamente extraño—, sufre microcicatrices musculares y circulatorias. El tono muscular debería recuperarse gradualmente con el tiempo hasta alcanzar sus niveles anteriores. Sin embargo, añadido a su anterior criotrauma, esperaría una mayor concurrencia de problemas circulatorios más adelante en su vida. Aunque, dado lo poco que viven ustedes, quizás unas cuantas décadas de diferencia no parezcan significativas.
«Todo lo contrario, señora.» Colapsos, trombosis, obstrucciones sanguíneas, aneurismas, Miles supuso que eso era lo que quería decir. «Oh, qué alegría. Añádelas a la lista, junto con las pistolas de aguja, las granadas sónicas, el fuego de plasma y los rayos disruptores neurales. Y los remachadores y el duro vacío.»
Y los ataques. ¿Qué interesantes sinergias podían esperarse cuando sus microcicatrices circulatorias se cruzaran en el camino con sus ataques? Miles decidió guardar esa pregunta para su propio médico, más tarde. Les vendría bien un desafío. Iba a convertirse otra vez en un maldito proyecto de investigación. Militar además de médico, advirtió con un escalofrío.
La mujer haut continuó dirigiéndose a Ekaterin.
—El betano sufrió muchos más daños internos. Puede que nunca recupere el pleno tono muscular, y necesitará estar preparado contra problemas circulatorios de todo tipo. Un entorno en gravedad baja o cero-ge podría ser lo más seguro durante su convalecencia. Por su compañera, la hembra cuadri, deduje que puede que eso sea fácil de proporcionar.
—Lo que Bel necesite se conseguirá —juró Miles. Por recibir una herida tan grave al servicio del Emperador, ni siquiera haría falta un Auditor Imperial para librar a Bel de SegImp y arrancar una pequeña pensión médica en el trato.
La haut Pel hizo un pequeño gesto con la barbilla. La médico dirigió a la Consorte Planetaria una reverencia obediente, y se excusó.
Pel se volvió hacia Miles.
—En cuanto se sienta suficientemente recuperado, lord Auditor Vorkosigan, el ghem-general Benin ruega tener la oportunidad para hablar con usted.