—Un argumento con el que estoy familiarizado. —Miles se echó hacia atrás y se frotó los labios—. Adelante.
—Mi patrulla llegó al lugar donde nuestros hombres estaban siendo retenidos…
—El Puesto de Seguridad Número Tres de la Estación Graf, ¿no es así? —interrumpió Miles.
—¿Sí?
—Dígame… En todo el tiempo que la flota lleva aquí, ¿ninguno de sus hombres de permiso ha tenido ningún encontronazo con los de seguridad de la Estación? ¿Ningún borracho, ningún desorden, ninguna violación de seguridad, nada?
Brun, con cara de que le estuvieran sacando las palabras de la boca con tenazas dentales, dijo:
—Tres hombres fueron arrestados por los agentes de seguridad de la Estación la semana pasada por hacer carreras de sillas flotantes de manera peligrosa mientras estaban borrachos.
—¿Y qué les sucedió? ¿Cómo resolvió el asunto el consejero legal de su flota?
—Se pasaron unas cuantas horas encerrados —murmuró el alférez Deslaurier—, luego me encargué de que pagaran sus multas y me comprometí ante el magistrado de la Estación a que serían confinados a sus habitaciones durante el resto de nuestra estancia.
—¿Entonces estaban familiarizados con los procedimientos estándar para recuperar a los hombres de cualquier contratiempo que pudieran haber tenido con las autoridades de la Estación?
—Esta vez no estaban borrachos ni hubo desórdenes. Se trataba de nuestras propias fuerzas de seguridad cumpliendo con su deber —dijo Vorpatril.
—Continúe —suspiró Miles—. ¿Qué sucedió con su patrulla?
—Sigo sin tener informes de primera mano, milord —dijo Brun, envarado—. Los cuadris sólo han dejado que un oficial médico desarmado los visitara en el lugar donde están confinados. Hubo un intercambio de disparos, fuego de plasma y de aturdidores, dentro del Puesto de Seguridad Número Tres. Los cuadris asaltaron a montones el lugar, y nuestros hombres, superados, fueron hechos prisioneros.
Los «montones» de cuadris incluían, cosa bastante lógica desde el punto de vista de Miles, a la mayoría de las brigadas de bomberos profesionales y voluntarios de la Estación Graf. «Fuego de plasma. En una estación espacial civil. Oh, me duele la cabeza.»
—Bien —dijo Miles en voz baja—, después de disparar contra la central de policía y prender fuego al lugar, ¿qué nos faltaba para rematar la faena?
El almirante Vorpatril apretó los dientes brevemente.
—Me temo que, cuando las naves komarresas atracadas no obedecieron mis órdenes de urgencia para desamarrar y permitieron en cambio quedarse atrapadas, perdí la iniciativa de la situación. A esas alturas ya había demasiados rehenes en manos de los cuadris, los capitanes-propietarios independientes komarreses pasaron por completo de obedecer mis órdenes, y la propia milicia de los cuadrúmanos, tal como suena, consiguió rodearnos. Permanecimos en una situación de equilibrio durante dos días enteros. Luego se nos ordenó que nos retiráramos y esperásemos su llegada.
«Gracias a los dioses.» La inteligencia militar no andaba muy lejos de la estupidez militar. Pero ser medio estúpidos y saber parar era algo realmente raro. Vorpatril merecía algo de crédito por eso, al menos.
—No teníamos muchas opciones a esas alturas —intervino Brun, sombrío—. No podíamos amenazar con volar la estación con nuestras propias naves atracadas.
—No podrían haber volado la estación en ningún caso —señaló Miles con suavidad—. Habría sido un asesinato en masa. Una orden criminal. El Emperador lo habría mandado fusilar.
Brun dio un respingo, y se calló.
Vorpatril apretó los labios.
—¿El Emperador, o usted?
—Gregor y yo habríamos lanzado una moneda al aire para ver quién lo hacía primero. —Se hizo el silencio—. Afortunadamente —continuó Miles—, parece que los ánimos se han enfriado por aquí. Le doy las gracias por eso, almirante Vorpatril. Podría añadir que los destinos de sus respectivas carreras son asunto de ustedes y de su mando de operaciones.
«A menos que consigan que llegue tarde al nacimiento de mis primeros hijos, en cuyo caso será mejor que empiecen a buscar un agujero bien profundo.»
—Mi trabajo es librar de los cuadris a tantos súbditos del Emperador como sea posible, al precio más bajo que pueda. Si tengo suerte, cuando haya acabado, nuestras flotas comerciales podrán atracar de nuevo aquí algún día. Por desgracia, me han dado ustedes una mano de cartas especialmente difícil en esta partida. Sin embargo, veré qué puedo hacer. Quiero copias de todas las transcripciones relacionadas con estos últimos acontecimientos para revisarlas, por favor.
—Sí, milord —gruñó Vorpatril—. Pero —su voz se volvió casi angustiada—, ¡seguimos sin saber qué ha sido del teniente Solian!
—Dedicaré a esa cuestión toda mi atención también, almirante. —Miles lo miró a los ojos—. Se lo prometo.
Vorpatril asintió brevemente.
—¡Pero, lord Auditor Vorkosigan! —intervino con apremio el consignatario Molino—. Las autoridades de la Estación Graf intentan multar a nuestras naves komarresas por los daños causados por las tropas de Barrayar. Tiene que quedarles claro que sólo los militares son responsables de esta… actividad criminal.
Miles vaciló un largo instante.
—Qué suerte para usted, consignatario —dijo por fin—, que en el caso de un ataque auténtico, lo contrario no fuera cierto.
Dio un golpecito a la mesa y se puso en pie.
3
Miles se puso de puntillas para asomarse a la portilla junto a la escotilla de personal de la Kestrel mientras la nave maniobraba hacia el punto de atraque asignado. La Estación Graf era una enorme amalgama, un aparente caos de diseño, cosa que no resultaba sorprendente en una instalación que llevaba tres siglos expandiéndose. Enterrado en el núcleo de la retorcida estructura había un pequeño asteroide metálico, vaciado para conseguir espacio y el material empleado en los edificios del más antiguo de los muchos hábitats de los cuadrúmanos. También en algún lugar de sus secciones más internas todavía podían verse, según las guías-vid, los elementos de la nave de salto desmontada y reconfigurada en la que la primera banda de endurecidos pioneros cuadris había realizado su histórico viaje hasta aquel refugio.
Miles se apartó e indicó a Ekaterin que se asomara a mirar. Reflexionó sobre la astrografía política del cuadrispacio, o más bien, como se denominaba formalmente, la Unión de Hábitats Libres. Desde aquel punto de partida, los grupos de cuadris habían construido colonias en ambas direcciones por todo el interior de los dos anillos de asteroides que hacían el sistema tan atractivo para sus antepasados. Varias generaciones y un millón de esfuerzos más tarde, los cuadrúmanos ya no corrían peligro de quedarse sin espacio, energía ni materiales. Su población podía extenderse tan rápidamente como quisieran construir.
Sólo un puñado de sus muchos hábitats dispersos mantenían zonas con gravedad artificial para los humanos con piernas, ya fueran visitantes o residentes, o para tratar con foráneos. La Estación Graf aceptaba a los galácticos y su comercio, como hacían las arcologias orbitales llamadas Metropolitan, Santuario, Minchenko y Union Station. Esta última era la sede del Gobierno cuadrúmano, una variante de representación democrática de abajo arriba basada, según tenía entendido Miles, en el grupo de trabajo como unidad primaria. Esperó por Dios santo no tener que acabar negociando con un comité.
Ekaterin echó un vistazo y, con una sonrisa nerviosa, indicó a Roic que mirara también. Roic agachó la cabeza y apretó la nariz contra la portilla, lleno de curiosidad. Éste era el primer viaje de Ekaterin fuera del imperio de Barrayar, y la primera aventura de Roic fuera de Barrayar. Miles dio las gracias a sus costumbres levemente paranoicas por haberlos hecho pasar por un cursillo intensivo sobre el espacio y los procedimientos de caída libre y seguridad antes de sacarlos del planeta. Había tirado de los hilos para conseguir acceso a las instalaciones de la academia militar, aunque en una semana libre entre clases, para que recibieran una versión a medida del largo curso que los otros camaradas más viejos de Roic habían recibido como parte de la rutina de su antiguo entrenamiento en el Servicio Imperial.