Ekaterin se sintió enormemente alarmada cuando Miles la invitó (persuadió; bueno, la empujó) para que se uniera al guardaespaldas en la escuela orbitaclass="underline" intimidada al principio, agotada y al borde del motín a medio camino, orgullosa y satisfecha al final. Con los pasajeros, cuando había problemas de presurización, el método habitual era meter a los clientes de pago en burbujas llamadas unicápsulas donde tenían que esperar pacientemente a que llegara el rescate. Miles se había visto atrapado en esas cápsulas alguna que otra vez. Había jurado que ningún hombre, y sobre todo ninguna esposa suya, volvería a verse tan artificialmente indefenso en una emergencia. Todo su grupo viajaba con los trajes especiales siempre a mano. Lamentablemente, Miles había dejado su propia armadura de batalla en el almacén…
Roic se apartó de la portilla, con aspecto especialmente estoico y leves arrugas verticales de preocupación entre sus cejas.
—¿Ha tomado todo el mundo sus píldoras contra el mareo? —preguntó Miles.
Roic asintió inmediatamente.
—¿Has tomado tú las tuyas? —preguntó Ekaterin.
—Oh, sí. —Miles contempló su sencilla túnica civil de color gris y sus pantalones—. Antes tenía un biochip muy útil en el nervio vago que me impedía perder el almuerzo en caída libre, pero lo perdí con el resto de mis tripas en aquel desagradable encuentro con la granada de agujas. Tendría que reponerlo un día de estos…
Miles avanzó un paso y echó otro vistazo. La estación había crecido hasta ocultar la mayor parte de la visión.
—Bien, Roic. Si algún cuadri de visita en Hassadar molestara lo suficiente para ganarse una visita a la cárcel de la Guardia Municipal, y luego un puñado más de cuadris aparecieran e intentaran sacarlos por la fuerza con armas militares, y destruyeran el lugar y quemaran a algunos de tus camaradas, ¿qué pensarías de los cuadrúmanos en ese caso?
—Hum… No los valoraría muy positivamente, milord. —Roic hizo una pausa—. Estaría bastante molesto, en realidad.
—Es lo que me figuraba —Miles suspiró—. Bueno, allá vamos.
Sonaron golpes metálicos mientras la Kestrel se posaba suavemente y las abrazaderas de atraque se situaban con fuerza en su sitio. El flexotubo gimió, buscando su sello, guiado por el jefe de máquinas de la Kestrel en los controles de la escotilla, y luego se selló con un chasquido.
—Todo listo, señor —informó el ingeniero jefe.
—Muy bien, chicos, vamos de desfile —murmuró Miles, e hizo un gesto a Roic.
El guardaespaldas asintió y salió por la compuerta; al cabo de un instante, llamó:
—Listo, señor.
Todo estaba, si no bien, bastante aceptable. Miles recorrió el flexotubo con Ekaterin detrás. Miró por encima del hombro mientras flotaba hacia delante. Ella estaba esbelta y arrebatadora con la túnica roja y las calzas negras, el pelo recogido en una sofisticada trenza. La gravedad cero tenía un efecto encantador en la anatomía femenina bien desarrollada que era mejor no hacerle ver a Ekaterin, según decidió Miles. Como movimiento de apertura, aquel primer contacto con la Estación Graf en la sección de gravedad cero estaba claramente calculado para desequilibrar a los visitantes y recalcar de quién era este espacio. De haber querido ser amables, los cuadris los hubieran recibido en una de las secciones con gravedad.
La compuerta de la Estación se abrió dando paso a una espaciosa bodega cilíndrica cuya simetría radial ignoraba tranquilamente los conceptos de «arriba» y «abajo». Roic flotó con una mano en el asidero situado junto a la escotilla, la otra cuidadosamente apartada de su canana. Miles dobló el cuello para ver la media docena de cuadrúmanos, hombres y mujeres, con semiarmaduras paramilitares y flotando en posiciones de fuego cruzado por toda la bodega. Llevaban las armas al hombro, enmascarando la amenaza con formalidad. Brazos inferiores, más gruesos y más musculosos que los superiores, emergían de sus caderas. Ambos pares de brazos estaban protegidos por deflectores de plasma. A Miles no se le escapó que aquella gente podía disparar y recargar al mismo tiempo. Qué interesante, aunque dos llevaban la insignia de seguridad de la Estación Graf, el resto llevaba uniforme y placa de la Milicia de la Unión.
Impresionante fachada, pero no eran las personas que quería ver. Se dirigió a los tres cuadris y al planetario con piernas que esperaban directamente frente a la escotilla. Sus expresiones levemente molestas, cuando advirtieron su aspecto no demasiado impresionante, fueron rápidamente suprimidas en tres de los cuatro rostros.
El oficial de seguridad de mayor grado de la Estación Graf era rápidamente reconocible por su uniforme, sus armas y su expresión. Otro cuadri varón de mediana edad también llevaba una especie de uniforme estacionario, azul pizarra, de estilo conservador diseñado para tranquilizar a la gente. Una cuadri de pelo blanco iba vestida con un jubón más recargado de terciopelo marrón con las mangas superiores con tajos de los que sobresalía un tejido plateado de seda, bombachos cortos a juego y mangas inferiores estrechas. El planetario también llevaba el uniforme azul pizarra, pero con pantalones y botas de fricción. El pelo corto y grisáceo flotaba alrededor de la cabeza que se volvió hacia Miles.
Miles se atragantó, tratando de no maldecir en voz alta.
«Dios mío. Es Bel Thorne.» ¿Qué demonios estaba haciendo aquí el ex mercenario hermafrodita betano? La contestación llegó por sí sola en cuanto se formuló la pregunta. «Bien. Ahora sé quién es nuestro observador de SegImp en la Estación Graf.» Cosa que, bruscamente, elevó la fiabilidad de los informes a un nivel altísimo… ¿o no? La sonrisa de Miles se congeló, ocultando, esperaba, su súbito desconcierto mental.
La mujer del pelo blanco estaba hablando en un tono muy gélido… Una parte de la mente de Miles la catalogó automáticamente como la persona de rango más alto y más vieja presente.
—Buenas tardes, lord Auditor Vorkosigan. Bienvenido a la Unión de Hábitats Libres.
Miles, guiando todavía con una mano a una parpadeante Ekaterin hacia la bodega, consiguió asentir amablemente como respuesta. Dejó la segunda agarradera para que Ekaterin se sujetara, y consiguió mantenerse en el aire sin dar un giro, el lado derecho hacia arriba en relación con la mujer cuadrúmana.
—Gracias —contestó con voz neutra. «Bel, ¿qué demonios…? Hazme una señal, maldita sea.»
El hermafrodita respondió a su mirada interrogativa con frío desinterés y, como quien no quiere la cosa, alzó una mano para rascarse la nariz, haciendo una señal, tal vez. «Espera…»
—Soy la Selladora jefa Greenlaw —continuó la mujer cuadri—, y he sido asignada por mi gobierno para recibirlo a usted y proporcionar arbitrio entre ustedes y sus víctimas en la Estación Graf. Éste es el jefe Venn, de personal de seguridad de la Estación Graf; el jefe Watts es el supervisor de Relaciones Planetarias de la Estación Graf, y el práctico Bel Thorne.
—Cómo están ustedes, señora, señores, honorable herm —continuó la boca de Miles en piloto automático. Estaba demasiado desconcertado por la presencia de Bel para tomar nota de algo más que de aquel «sus víctimas», de momento—. Permítanme presentarles a mi esposa, lady Ekaterin Vorkosigan, y a mi ayudante personal y hombre de armas, Roic.