Empuñará el bastón negro con que tocará a tu puerta. Se aparecerá en tu dintel y con una mano levantará el bastón y tú temerás su amenaza, sólo que con la otra mano se tocará la cabeza con una resignación, una dulzura y un dolor tales que tu miedo se desvanecerá. Ella se tocará la cabeza como si tocara un muro o se anunciara para no causar temor o te quisiera saludar, pero no hay tiempo, las facciones sombrías de la mujer, tu visitante, te pedirán algo con la mirada pero tú no sabrás atender su súplica a tiempo, las otras mujeres del caserío reaccionarán al fin, se acercarán con violencia a tu puerta, le gritarán a la mujer oscura, le arrancarán el bastón negro de las manos, la arrojarán al suelo y le pegarán con los pies mientras ella, levantándose con miradas de miedo y orgullo, se cubrirá la cabeza, desafiante, con las manos y se alejará arrastrando los pies hasta perderse en la bruma del ocaso.
Ne-el regresará y te contará que esa mujer será una viuda que no tendrá derecho a salir de su casa.
Todos se preguntarán por qué, conociendo la ley, se atreverá a salir y dirigirse a ti.
Sospecharán de ti.
La ley dirá que ver a una viuda es exponerse a morir y ellos no se explicarán por qué esta viuda se atreverá a salir y vendrá a buscarte a ti.
Será la primera vez que las otras mujeres pierdan la serenidad o la alejada indiferencia, cambien el tono de voz, se exalten y apasionen. El resto del tiempo, serán sumisas y calladas. juntarán las fresas amarillas y las moras negras y blancas, arrancarán las raíces comestibles y contarán con particular cuidado, abriendo sus caparazones verdes y depositándolas en cazuelas de barro, las diminutas esferas verdes que llaman pisa.
Juntarán también los huevos de pájaro, correteando tras la cola de zarza y los racimos de fruta de las moras negras. Cocinarán para los hombres los sesos, las tripas, las gargantas gordas de las bestias de la pradera. Y al caer la tarde fabricarán cuerdas hechas de fibras del campo, agujas de hueso y vestidos de cuero.
Tú te darás cuenta, cuando las acompañes a distribuir comida y vestidos a las casas de los hombres y de los enfermos, que aunque la latitud de este trabajo diario y monótono se restringe al espacio de la estacada de huesos, si habrá un espacio lejano dentro de la fortaleza donde una construcción más suntuosa que las demás se levantará, fabricada también con el marfil de la muerte.
Una noche habrá una gran alharaca y todos correrán fuera de sus viviendas a ese espacio, convocados por los tambores que ya habrás escuchado pero también por una música nueva, rápida como el vuelo de las aves raposas, sólo que de una dulzura que nunca habrás oído antes…
Los hombres habrán excavado un espacio más profundo que ancho y de la casa grande y amarillenta como una gran boca de muelas enfermas saldrán cargando el cuerpo de un hombre joven y desnudo, seguido por la marcha lenta y en su lentitud misma tan rabiosa como adolorida, de un hombre de largo pelo blanco y espaldas cargadas, con el rostro cubierto por una máscara de piedra y el cuerpo protegido por pieles blancas. Le precederá otro muchacho, desnudo como el cadáver, portando una vasija. Los hombres depositarán en tierra el cuerpo joven y el viejo se acercará a mirarlo, quitándose por un momento la máscara de piedra y paseando los ojos de los pies a la cabeza del cadáver.
Tendrá un rostro amargo, pero sin la voluntad necesaria para oponerse y actuar.
Luego los hombres descenderán el cuerpo al hoyo y el viejo enmascarado vaciará lentamente sobre él la vasija de perlas de marfil que tendrá el adolescente triste entre las manos.
Entonces surgirá el canto que tú esperabas desde el principio, a-nel, como si todos aguardaran la ocasión única para unirse al coro plañidero, los gritos, las caricias, los suspiros que el viejo escuchará impasible, regando las perlas sobre el cadáver hasta que, fatigado, se apoyará en dos hombres que lo regresarán a la casa de marfil al son de la música triste y dulce del cilindro con hoyos mientras los demás hombres de la empalizada seguirán arrojando objetos a la tumba abierta.
Esa noche, ne-el te mostrará un objeto robado de la tumba. Es el cilindro de hueso con numerosos hoyos. Ne-el se lo llevará instintivamente a la boca, pero tú, instintivamente también, colocarás tu mano sobre el instrumento y la boca de ne-el. Temerás algo, sospecharás más, sentirás que tus días en este lugar no serán pacíficos, desde la aparición de la mujer con el bastón te convencerás de que este lugar no es bueno…
Habrá un presagio en el vuelo de las auras sobre los campos donde tú trabajarás la mañana después del funeral del hombre joven. Ne-el regresará con más noticias. Los cazadores hablarán aunque las mujeres callen. Ne-el aprenderá rápidamente las palabras clave del lenguaje de la isla y te dirá, a-nel, ese muchacho es el hijo mayor del viejo, ese viejo es el que manda aquí, ese muchacho muerto sería quien lo sucediera en el trono de marfil, el primero entre todos los hijos del basil, así llaman al viejo, fader basil, tiene varios hijos que no serán iguales entre si, habrá el primero, el segundo y el tercero, y ahora el segundo será el preferido y el que suceda al viejo fader basil. Se dirán cosas terribles, a-nel, se dirá que el segundo hijo habrá matado al primero para ser él mismo el primero, pero entonces, dirá a-nel, ¿no temerá el viejo que el segundo también lo mate a él para ser el nuevo fader basil?.
Callarás, a-nel. Yo oiré más y te contaré.
¿Entenderemos?
Que si. No sabré por qué, pero creo que sí entenderemos.
Ne-el, yo también estoy entendiendo lo que dicen las mujeres…
Ne-el se detendrá en la puerta y volteará a mirarte con una inquietud y un asombro que son como la división entre adentro y afuera, ayer y hoy.
Detenido a la entrada de la choza, con la luz amarillenta a sus espaldas, te pedirá…
A-nel, repite lo que acabas de decir…
Yo también entiendo lo que dicen las mujeres…
Eso sé.
¿Entiendes o entenderás?
Entiendo.
¿Sabes o sabrás?
Supe. Sé.
¿Qué sabes?
Ne-el, hemos regresado. Ya estuvimos aquí.
Eso se.
Se mueve el cielo. Las nubes veloces no sólo cargan aire y rumor; vienen poseídas de tiempo, el cielo mueve al tiempo y el tiempo mueve a la tierra. Las temporadas se suceden como rayos instantáneos o inasibles, pero jamás precedidos por el rumor del trueno: caen rasgando el firmamento y los ríos vuelven a correr, los bosques se inundan de olores profundos y los árboles renacen, vuelan los pájaros amarillos, petirrojos, coliblancos, las crestas negras y los abanicos azules: crecen las plantas, caen los frutos, y más tarde las hojas y los bosques vuelven a desnudarse cuando ne-el y tú conservan el secreto de su pasado resurrecto.
Han estado aquí.
Conocen la lengua de este lugar, la lengua regresa y en ese mismo instante nadie les hace caso porque la viuda del primer hijo del jefe se ha arrojado cubierta de pieles negras sobre la tumba de su marido, lanzando imprecaciones contra el segundo hijo, acusándolo de asesinar al primogénito, acusando al viejo fader basil de ceguera e impotencia, indigno de ser el basil, hasta que la compañía de hombres con lanzas irrumpe en el espacio abierto frente a la casa de osamentas y a la orden de un joven hombre de negro pelo trenzado, labios largos y mirada veloz y furtiva, gestos implacables pero ciertos y postura inaugural, adornado por argollas de metal en las muñecas y collares de piedra en el cuello, da la orden de alancear a la mujer, si tanto quiere a su marido difunto, que se una para siempre a él, es tu hermano, logra gritar la viuda antes de callar, bañada en sangre.
Con la humedad de la sangre, la mujer parece hundirse en la tierra mojada y convertirse en una sola con el cadáver de su joven esposo.
No quiero salir, dices abrazada a tu hija. Tengo miedo.
Sospecharán, te contesta ne-el. Sigue trabajando igual que siempre. Igual que yo.