¡Qué raramente nos desilusionamos! No estoy a punto de abandonar este infeliz Edén porque quiera convertirme en otra persona. El sueño, o la pesadilla, de la familia feliz nos obsesiona a todos; es una de las pocas ideas utópicas que todavía nos quedan en esta época. Y lo cierto es que, a pesar de todo -tal como le dije a Asif-, creo en el amor. Empezamos rodeados de amor y nos metemos en unos cuantos líos para seguir así durante el resto de nuestras vidas. ¿No es ése el estado en el que los hombres y las mujeres tienen más posibilidades de alcanzar la plenitud? La gente saca lo mejor de sí misma; los sádicos se hacen más dulces, los banqueros más generosos, los jueces disfrutan de la vida, incluso los corredores de apuestas se muestran compasivos. Y ahí fuera, esta noche, en esta apestosa ciudad, hay alguien, de eso estoy seguro, dispuesto a amarme.
Por otra parte, también Victor cree en eso. Durante tres años mantuvo una relación con una mujer casada que él estaba convencido de que abandonaría a su marido. Después de todo, era un matrimonio infeliz. Pero ella prefirió la infelicidad a Victor. ¿Fue eso un fracaso? La relación se terminó, pero tal vez la calidad de un amor no se puede medir por su duración.
En la universidad, a finales de los sesenta, Victor era un radical. Ahora vive en un apartamento decente y se gana bien la vida. Pero hay una cosa que siempre ha deseado. Tener otra oportunidad de vivir un amor ideal, casarse con la mujer idónea, antes de que sea demasiado tarde para que él pueda demostrar su nuevo entusiasmo, demasiado tarde para que pueda jugar por el suelo con sus hijos…, hijos que esta vez no le lanzarán insultos y la ropa por la ventana mientras él se marcha. Quiere saber si es capaz de hacerlo como se supone que hay que hacer estas cosas. Eso es todo. Como el resto de los mortales; ni más ni menos. Necesita tener la certeza de que este asunto esencial está a su alcance. Después de todo, mucha gente lo consigue y algunos hasta son felices.
Así que no tardaron en aparecer nuevas mujeres en la vida de Victor. Mujeres atractivas, buenas. Algunas eran un poco demasiado entusiastas, sobre todo la americana que, sin apenas haber entrado en el dormitorio, le explicó cómo pensaba reformar todo el apartamento. Pero ninguna le convenía. Demasiado mayores, demasiado cariñosas, demasiado preocupadas por sus carreras profesionales, demasiado pedigüeñas, demasiado esto o demasiado lo otro. Cada vez que conocía a una mujer, pensaba en él. Todos estábamos en ello, amigos, parientes y hasta uno de sus hijos. Los amores potenciales pasaban por su habitación como actrices por una audición para un papel que todavía no se había escrito.
Un día me vio con Nina y ella le encantó. Como Nina no le pertenecía, la veía tal como era y se sentía a gusto con ella. Pero en cuanto el otro asunto se ponía en marcha con una mujer -el deseo, la añoranza, los temores, las esperanzas-, Victor se sentía descolocado. Era demasiado para él. ¿Por qué no podía conseguirlo?
¿Por qué no puedo conseguirlo yo?
Tal vez sí que pueda.
No quiero preguntarme con quién estará Nina esta noche mientras yo permanezco aquí tumbado, recordando cómo, cuando yo aparecía, ella me cogía la cabeza y me susurraba al oído: «Y te quiero, y te quiero…» Me acariciaba las orejas y las comparaba con las del perro que vivía enfrente de su casa cuando era niña. Yo me sentía halagado. Se trataba de un perdiguero.
Me acaricio a través de los tejanos. Ojalá tuviera a alguien para hacérmelo. No todo se puede conseguir en solitario. No lo voy a hacer aquí. A Susan le ofenden mis lances solitarios. Pertenece a una generación de mujeres dadas a la desaprobación. Ella piensa que es feminista, pero simplemente tiene mal carácter.
Nina me animaba a masturbarme sobre su espalda, estómago o pies mientras ella dormía. Le gustaba que lo hiciese antes de que ella saliese precipitadamente, tenerme todavía sobre ella cuando ya estaba en el metro.
Ahora deseo a Nina, pero siempre deseo a Nina cuando tengo una erección. Voy a poner a prueba mi teoría de que uno debería masturbarse antes de pensar en una mujer seriamente. De ese modo descubre si la desea sólo sexualmente o si hay algo más.
Pero eso implica levantarme. Cada vez más a menudo me sorprendo adoptando posiciones antinaturales para realizar las actividades más triviales. Tengo que sentarme para ponerme los calcetines; mis hijos me traen los zapatos, si están de humor. Después tengo que atarme los cordones, echarme hacia atrás, ponerme de pie y dar unos pasos. Al igual que a mis hijos, cuando finalmente estoy vestido, haberlo conseguido me parece todo un logro. Últimamente, a menudo, cuando me acuesto lo único que hago es quitarme los pantalones. Ahora se me ocurre que tal vez por eso Susan me encuentra menos atractivo que antes.
Me levanto sin hacer ruido y me alejo de puntillas de esta mujer dormida.
Qué débil es el arco de mi orina, y cómo debo esforzarme para trazar un semicírculo respetable en dirección a la taza del wáter. Incluso cuando mis hijos eran muy pequeños y esos diminutos gusanos redondeados, sus penes, no eran más gruesos que un cable, el arco que trazaba su orina poseía una esplendorosa velocidad. En mi caso, en cambio, siempre acaba quedando una pringosa mancha en el suelo. Papá tenía cáncer de próstata. Le metían instrumentos metálicos y de plástico a través de la abertura de la polla.
He empezado a visitar hospitales. Ahora sé dónde está cada uno sin necesidad de consultar la guía. Pienso en la gente que conozco: a una mujer con la que viví durante una semana le han diagnosticado un tumor cerebral; otra amiga tiene cáncer de garganta, y un amigo acaba de sufrir una apoplejía; el cáncer de cojones es un mal endémico. Me invitan a más funerales que a cenas. Ésos son sus cuerpos. Por el momento no hablaré de sus mentes. Ya hemos entrado en la decrepitud antes de tener siquiera tiempo de aclimatamos.
¡Adelante! Hacia el lavabo.
Me bajo los pantalones y busco un lubricante adecuado. La última vez que hice esto, mientras Susan tenía varios amigos invitados a cenar, utilicé el champú de mis hijos y la sensación fue como si se me hubiera metido una avispa en la uretra. Debería haberme quejado al fabricante y haberle obligado a llevar a cabo experimentos con animales. Incluso la masturbación puede convertirse en un campo de minas médico.
En el armario encuentro una crema verdosa de olor azucarado. Escruto la etiqueta, pero me es difícil descifrar lo que pone sin mis gafas de leer. Después de examinarlo un buen rato, descubro que es un ungüento contra el envejecimiento de la piel.
Dios sabe qué cantidad de nuestro dinero se gasta Susan en esta grasa de cerdo. En una ocasión en que me sorprendió utilizándola como crema de manos, reaccionó indignada. Tal vez si me la aplico diariamente en la polla conseguiré que vuelva a estar como cuando tenía catorce años.
Hundo el pene en el tarro.
Hace algunos meses, en el pasillo de una empresa en la que tenía una cita, me fijé en alguien cuya cara me sonaba. ¿Quién es?, pensé, confundido. Por fin me di cuenta de que era Susan, vestida con ropa ceñida y a la moda, por no mencionar el esmalte de uñas púrpura. No trataba de parecer joven, pero no se había percatado de lo cambiada que estaba.
Últimamente, sin embargo, Susan se muestra preocupada por el deterioro de su cuerpo. Decía que después de tener el segundo hijo sabía que no volvería a recuperar su cara de antes. Entonces sólo soportaba verse en fotografías. Se pasa el día poniéndose grasa en las grietas de la cara, y los fines de semana mueve los brazos como si fueran aspas de molinos de viento ante vídeos de ejercicios físicos, mientras los niños y yo permanecemos sentados en la escalera.
– Mamá está adelgazando -dirá uno de nosotros con optimismo.
No es que haya perdido su atractivo, sino que ha entrado en la edad madura y por lo tanto en un periodo diferente de la vida. Por desgracia para ella, ya sólo recibe muestras de respetuosa consideración.