Yalde estaba sentada en un gran sofá, el mismo que ocupaba el general, en la sala de recepción principal de la casa, y estaba dándole con sus propias manos las frutas de un cuenco de cristal, mientras él jugueteaba con su larga cabellera negra, enredándola y desenredándola con una de sus grandes manos. Era de noche, una campanada más o menos después de terminar el pequeño banquete que YetAmidous había celebrado. Los hombres aún llevaban la ropa de la cena. En compañía de YetAmidous se encontraban RuLeuin, hermano de UrLeyn, BreDelle, médico del Protector, el comandante de la guardia ZeSpiole, los generales duque Simalg y duque Ralboute, y unos cuantos ayudantes de campo y miembros de menor importancia de la corte.
—No, son paredes de papel o algo así —dijo RuLeuin—. Las atravesó para entrar.
—Hazme caso, estaba en el techo. Sería el mejor lugar. Al menor indicio de peligro: ¡Puf! Se deja caer. O podría dejar caer una bala de cañón sobre el responsable, sin más. Sería facilísimo. Hasta un idiota podría hacerlo.
—Tonterías. Estaba detrás de las paredes.
—ZeSpiole tendría que saberlo —interrumpió YetAmidous la discusión de RuLeuin y Simalg—. ¿ZeSpiole? ¿Qué tienes que decir?
—Yo no estaba allí —dijo ZeSpiole moviendo la copa a su alrededor—. Y la cámara pintada no se usó nunca cuando yo era jefe de guardaespaldas.
—Pero, a pesar de ello, seguro que sabías que existía —dijo YetAmidous.
—Pos supuesto que sabía que existía —dijo ZeSpiole. Dejó de agitar la copa a su alrededor el tiempo justo para que un criado se la rellenara de vino—. Mucha gente sabe de su existencia, pero nadie entra allí nunca.
—¿Y cómo consiguió DeWar sorprender al asesino de la Compañía de Mar? —preguntó Simalg. Era un duque con vastas posesiones en el este, pero había sido uno de los primeros miembros de las grandes familias nobiliarias en declararse partidario de UrLeyn durante la guerra de sucesión. Era un hombre flaco y de aspecto permanentemente apático, con una larga cabellera castaña—. Estaba en el techo, ¿verdad, ZeSpiole? Decidme que tengo razón.
—Detrás de las paredes —dijo RuLeuin—. Atravesó un retrato, ¡un retrato al que se le habían agujereado los ojos!
—No puedo decirlo.
—¡Pero debéis hacerlo! —protestó Simalg.
—Es un secreto.
—¿De veras?
—De veras.
—Ahí lo tenéis —dijo YetAmidous a los demás—. Es un secreto.
—¿Eso lo dice el Protector o su atildado salvador? —preguntó Ralboute. Hombre menudo pero musculoso, el duque Ralboute había sido otro de los primeros conversos a la causa de UrLeyn.
—¿Os referís a DeWar? —preguntó ZeSpiole.
—¿No os parece un presuntuoso? —preguntó Ralboute antes de dar un trago a su copa.
—Sí, un presuntuoso —dijo el doctor BreDelle—. Y demasiado inteligente. Demasiado.
—Y escurridizo —añadió Ralboute mientras se alisaba la túnica sobre el enorme corpachón y se limpiaba algunas migas.
—Probad a sentaros sobre él —sugirió Simalg.
—Puede que lo haga sobre vos —repuso Ralboute al otro noble.
—No lo creo.
—¿Creéis que DeWar se acostaría con el Protector si pudiera? —preguntó YetAmidous—. ¿Pensáis que le gustan los hombres? ¿O son solo rumores?
—Nunca se la ve en el harén —dijo RuLeuin.
—¿Y lo dejarían entrar? —preguntó BreDelle. Al médico de la corte solo se le permitía entrar en el harén por razones profesionales, y eso únicamente cuando su enfermera no podía encargarse del asunto.
—¿Al jefe de los guardaespaldas? —dijo ZeSpiole—. Sí. Podría escoger entre las concubinas de la casa. Las que visten de azul.
—Ah —dijo YetAmidous y acarició la barbilla de la chica de pelo azabache que lo acompañaba—. Las chicas de la casa. Un nivel por debajo de mi pequeña Yalde.
—Creo que DeWar no hace uso de ese privilegio.
—Dicen que frecuenta la compañía de la concubina Perrund —dijo RuLeuin.
—La del brazo inútil —asintió YetAmidous.
—Yo también he oído eso —asintió BreDelle.
—¿Una de las de UrLeyn? —Simalg puso cara de espanto—. No querréis decir que yace con ella. ¡Providencia! El Protector debería asegurarse de que puede quedarse en el harén tanto tiempo como se le antoje… como eunuco.
—Me cuesta creer que DeWar sea tan tonto o tan inmoderado —dijo BreDelle—. Será amor cortés, nada más.
—Yo he oído que visita una casa de la ciudad, aunque no muy a menudo —dijo RuLeuin.
—¿Una casa de chicas? —preguntó YetAmidous—. ¿O de chicos?
—Chicas —confirmó el primero.
—Si yo fuera una de las chicas y tuviera que recibir a ese tipo, creo que pediría el doble —dijo Simalg—. Despide un olor extraño. ¿No os habéis fijado?
—Puede que tengáis un olfato especial para esas cosas —dijo el doctor BreDelle.
—Tal vez DeWar tenga una dispensa especial del Protector —sugirió Ralboute—. Un permiso secreto para acostarse con Perrund.
—¡Pero si está lisiada! —dijo YetAmidous.
—Ya, pero, a pesar de ello, yo la encuentro preciosa —dijo Simalg.
—Y hay que decir que existe gente que encuentra atractiva la imperfección —añadió el doctor BreDelle.
—Acostarse con la regia Lady Perrund. ¿Has disfrutado de ese privilegio, ZeSpiole? —preguntó Ralboute al otro hombre.
—Por desgracia, no —dijo ZeSpiole—. Y tampoco creo que lo haya hecho DeWar. Sospecho que el suyo es un encuentro de las mentes, no de los cuerpos.
—Sigo pensando que es demasiado inteligente —musitó Simalg, mientras pedía más vino.
—¿Qué privilegios echas de menos de la posición que ocupa ahora DeWar? —preguntó Ralboute mientras bajaba la mirada hacia la fruta que estaba pelando. Despidió a una criada que se ofreció a hacerlo por él.
—Echo de menos estar cerca del Protector todos los días, pero poco más. Es un trabajo enervante. Un trabajo para un hombre joven. Mi puesto actual ya es bastante emocionante sin tener que tratar con embajadores asesinos.
—Oh, venga, ZeSpiole —dijo Ralboute mientras sorbía la fruta, escupía un montón de semillas sobre un cuenco y volvía a succionar y tragar. Se limpió los labios—. Seguro que estáis resentido con DeWar, ¿no? Os ha usurpado el puesto.
ZeSpiole guardó silencio un momento.
—A veces, duque, la usurpación puede ser el camino correcto, ¿no os parece? —Recorrió la concurrencia con la mirada—. Todos nosotros usurpamos al viejo rey. Era algo que había que hacer.
—Sin duda —dijo YetAmidous.
—Desde luego —asintió RuLeuin.
—¡Mmmmm! —asintió BreDelle con la boca llena de pulpa de fruta.
Ralboute asintió. Simalg exhaló un pequeño suspiro.
—Fue nuestro Protector el que lo hizo —dijo—. El resto nos limitamos a ayudarlo.
—Y a mucha honra —dijo YetAmidous mientras daba una palmada a su asiento.
—Entonces, ¿no sentís el menor resentimiento hacia él? —preguntó Ralboute a ZeSpiole—. Sois un hijo de la Providencia, sin duda. —Sacudió la cabeza y usó los dedos para abrir otra fruta.
—No estoy más resentido con él que cualquiera de vosotros con el Protector —dijo ZeSpiole.
Ralboute dejó de comer.
—¿Por qué debería estar resentido con UrLeyn? —preguntó—. Lo admiro, y admiro lo que ha hecho.
—Como por ejemplo, traernos aquí, al palacio —dijo Simalg—. Podríamos seguir siendo simples oficiales sin privilegios. Le debemos al Gran Edil tanto como el mercader que cuelga su documento de voto… ¿cómo lo llamáis? Su carta de emancipación. Como cualquier mercader que cuelga su carta de emancipación de la pared.