DeWar se reclinó en su asiento y levantó las dos manos en un gesto de derrota.
—Señora mía —dijo—, es tal como decís.
Perrund se echó a reír.
—No os rindáis tan fácilmente. Discutid.
—No puedo. Tenéis razón. Solo me alegro de que penséis que mi obsesión puede ser digna de encomio. Pero es tal como decís. Mi trabajo es toda mi vida y siempre estoy de servicio. Y siempre lo estaré, al menos hasta que me despidan, falle o, la Providencia no quiera que ocurra hasta un futuro lejano, el Protector fallezca de muerte natural.
Perrund bajó la mirada hacia el tablero.
—A una edad provecta, tal como dices —asintió antes de volver a mirarlo—. ¿Y todavía tenéis la sensación de que está pasando algo que podría impedir ese fin natural sin que os deis cuenta?
Una expresión avergonzada apareció en el rostro de DeWar. Volvió a coger la pieza del protector y, como si estuviera dirigiéndose a ella, dijo en voz baja:
—Su vida corre un peligro mayor del que todo el mundo parece creer. Y desde luego, mayor del que él piensa. —Levantó la mirada hacia lady Perrund con una pequeña y vacilante sonrisa en el rostro—. ¿O vuelvo a dejarme llevar por mis obsesiones?
—No sé —dijo Perrund mientras le acercaba la silla y bajaba también la voz— por qué estáis tan seguro de que hay gente que lo quiere muerto.
—Por supuesto que hay gente que lo quiere muerto —dijo DeWar—. Tuvo el valor de cometer un regicidio y la temeridad de crear una nueva forma de gobierno. Los reyes y duques que se opusieron a él desde el principio descubrieron que era un político mucho más hábil y un comandante mucho más capaz de lo que esperaban. Con gran habilidad y un poco de suerte logró alzarse con la victoria, y el apoyo de los siervos manumitidos de Tassasen ha hecho que cualquiera en el viejo reino, e incluso me atrevería a decir que en el viejo Imperio, que quiera oponerse abiertamente a él, tenga que pensárselo dos veces.
—En cualquier momento va a aparecer un «pero» o un «sin embargo» —dijo Perrund.
—En efecto. Pero hay algunos que han recibido la subida al poder de UrLeyn con todas las expresiones de entusiasmo imaginables y que se han distinguido por apoyarlo en público, pero saben en secreto que su existencia, o al menos su posición de supremacía, está amenazada por el gobierno del Protector. Estos son los que me preocupan y estoy seguro de que tienen planes para nuestro señor. Los primeros intentos de asesinato fracasaron, pero no por mucho. Y solo vuestra valentía detuvo al más decidido de ellos, señora —dijo DeWar.
Perrund apartó la mirada, y la mano sana fue a posarse sobre la otra.
—Sí —dijo—. A tu predecesor le dije que ya que yo había tenido que hacer su trabajo, lo más honesto sería que él tratara de hacer el mío, pero simplemente se echó a reír.
DeWar sonrió.
—El comandante ZeSpiole también cuenta esa historia.
—Mmmm. Bueno, puede que como comandante de la Guardia de Palacio, ZeSpiole haga un trabajo tan eficaz con los asesinos que ninguno de ellos llegue nunca lo bastante cerca como para que tengamos que recurrir a tus servicios.
—Puede, pero en cualquier caso volverán —dijo DeWar en voz baja—. Casi lamento que no lo hayan hecho aún. La ausencia de asesinos convencionales refuerza mi convicción de que hay algún asesino muy especial en alguna parte, esperando al momento preciso para atacar.
Perrund puso cara de preocupación, de tristeza incluso, pensó el hombre.
—Pero, vamos, DeWar —dijo—. ¿No es eso un exceso de pesimismo? Puede que no se produzca ningún intento de asesinato porque en el momento presente nadie quiera muerto al Protector. ¿Por qué asumir la explicación más negativa? ¿Es que nunca podéis estar, si no relajado, al menos satisfecho?
DeWar inspiró profundamente y luego exhaló. Volvió a dejar la pieza del protector en su sitio.
—En estos tiempos, nadie que practique mi profesión puede relajarse.
—Dicen que el tiempo pasado siempre fue mejor. ¿Sois de los que creen eso, DeWar?
—No, mi señora, nada de eso. —La miró a los ojos—. Creo que se dicen muchas tonterías sobre los tiempos pasados.
—Pero, DeWar, fueron días de leyendas, ¡días de héroes! —dijo Perrund con una expresión que revelaba que no hablaba del todo en serio—. ¡Las cosas eran mejores, todo el mundo lo dice!
—Algunos de nosotros preferimos la historia a las leyendas, señora —dijo DeWar con tono apesadumbrado—, y en ocasiones todo el mundo se equivoca.
—¿Tú crees?
—Sin duda. Antes todo el mundo creía que el mundo era plano.
—Muchos siguen creyéndolo —dijo Perrund con una ceja enarcada—. A los campesinos no les gusta pensar que podrían caerse de sus campos, y a muchos de los que conocemos la verdad nos cuesta aceptarla.
—Sin embargo, es un hecho. —DeWar sonrió—. Puede demostrarse.
—Igual que las sombras. Y las matemáticas.
Perrund asintió fugazmente, con la cabeza ladeada. Era un gesto que parecía aceptar y rechazar la cuestión al mismo tiempo.
—Qué mundo más veraz, bien que un poco deprimente, es el que os alberga, DeWar.
—Es el mismo en el que habita todo el mundo, mi señora. Lo que pasa es que solo algunos tenemos los ojos abiertos.
Perrund aspiró hondo.
—¡Oh! Vaya, entonces supongo que los que andamos dando tumbos de acá para allá, con los ojos totalmente cerrados, debemos darle las gracias a gente como vos.
—Nunca habría pensado que precisamente vos, mi señora, necesitarais un guía.
—Yo soy solo una concubina ignorante y lisiada, una pobre huérfana que tal vez hubiera tenido un fin terrible de no haber llamado la atención del Protector. —Obligó a moverse al brazo marchito flexionando el hombro izquierdo en dirección a él—. Por desgracia, además de atraer su atención, también atraje un golpe, pero estoy agradecida por ambas cosas. —Hizo una pausa y DeWar tomó aire para hablar, pero entonces ella señaló el tablero con la cabeza y dijo—: ¿Vais a mover o no?
DeWar suspiró e hizo un ademán en dirección al tablero.
—¿Qué sentido tiene, si soy un adversario tan deficiente?
—Debéis jugar, y jugar para ganar, aun a sabiendas de que probablemente perdáis —le dijo Perrund—. De lo contrario, no deberíais haber accedido a empezar la partida.
—Habéis cambiado la naturaleza del juego al informarme de mis debilidades.
—Ah, no, el juego sigue siendo el mismo, DeWar —dijo Perrund mientras se inclinaba repentinamente hacia adelante y añadía, con una pizca de deleite y algo parecido a un destello en la mirada—: Yo simplemente os he abierto los ojos.
DeWar se echó a reír.
—En efecto, señora mía. —Se adelantó para mover a su protector, pero entonces volvió a recostarse y, con un gesto de desesperación, dijo—: No. Me rindo, mi señora. Habéis ganado.
Se produjo cierto revuelo en el grupo de las concubinas que se encontraba más cerca de la puerta que conducía al resto del harén. En su elevado pulpito, Stike, jefe de los eunucos, se puso trabajosamente en pie y se inclinó frente a la pequeña figura que entraba a paso vivo en la alargada cámara.
—¡DeWar! —exclamó el protector UrLeyn mientras se colgaba la chaqueta del hombro y se acercaba a él—. ¡Y Perrund! ¡Cielo! ¡Querida mía!
Perrund se puso en pie al instante y DeWar vio que, ante la proximidad de UrLeyn, su rostro volvía a florecer, los ojos se abrían de par en par, la expresión de su cara se dulcificaba y afloraba a sus labios la más deslumbrante de las sonrisas. DeWar se levantó también y en su rostro se esfumó la más tenue de las expresiones de pesar que quepa imaginar, reemplazada por una sonrisa de alivio y una expresión de profesional seriedad.