Y en cualquier caso, según se dice, DeWar y Perrund murieron en las montañas, en una avalancha acaecida en las montañas, hace cinco años. La nieve y el hielo de las implacables cordilleras es ahora su única tumba; pero como fallecieron tras la que parece haber sido una vida en común próspera y feliz, he de repetir que prefiero la última versión de su destino, aunque no exista ninguna prueba que la sustente.
Y ahora creo que ha llegado el fin de mi relato dividido. Estoy seguro de que ha quedado mucho por decir, mucho que podría haberse añadido de haberse sabido —de haber sabido yo— un poco más, o haberse descubierto algún detalle más, pero, como he señalado hace poco, a veces (en realidad, probablemente siempre) hay que contentarse con lo que se tiene.
Mi mujer regresará pronto del mercado. (Sí, me casé, y la amo ahora como siempre lo he hecho, por ella misma, no por mi amor perdido, aunque tengo que admitir que se parece un poco a la buena doctora). Se ha llevado a dos de nuestros nietos a comprar regalos y cuando vuelvan tengo que jugar con ellos. Ahora que soy tan mayor ya casi no trabajo, pero sigue habiendo una vida que vivir.