Выбрать главу

Cristobalina, siempre temerosa de los reveses de fortuna de última hora, había redoblado por aquel entonces las oraciones a su milagrero escapulario. También las limosnas a algunos santos locales para que nada se torciese, pero algo debió de cortocircuitarse allá en los cielos porque, con el traje de novia colgado en el armario, una fatídica mañana en que la niña estaba fantaseando en casa con su velo de tul ilusión, recibió de Flavio un Frank Müller de brillantes muy caro y una carta de despedida muy corta. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Dónde estuvo el fallo? ¿Cómo se desvaneció el hechizo? Doña Cristina, que sabía leer los corazones (y más aún las mentes) del sexo opuesto igual que libros abiertos, nunca tuvo dudas al respecto. En su opinión, los hombres, incluso los más inteligentes y triunfadores, o mejor dicho, precisamente éstos, son criaturas frágiles, vanidosas, y sobre todo dependientes. De ahí que cualquier mujer que sepa manipular con astucia estos tres defectos masculinos tiene todas las de ganar muy por delante incluso de sus congéneres más bellas y jóvenes.

Doña Cristina nunca había visto a Olivia más que a través de las páginas de alguna revista de chismorreos, pero no necesitaba conocerla en persona para hacerle la radiografía. Porque ella, además de saber leer hombres, también sabía leer rostros femeninos, aun a través de una foto. Y la cara de Olivia no tenía secretos para una profesional del amor como Cristobalina alias Ana Christie, ahora reconvertida en doña Cristina. Aquellos labios finos pero determinados que Olivia Uriarte lucía en las instantáneas. Esos ojos taimados que siempre buscaban los de Flavio como los de una cobra a su rata, y sobre todo aquella forma suya de posar en las fotos siempre un pasito detrás de él para que no se sintiera eclipsado… «Maldita, maldita bruja» -se dice la doña casi en voz alta, y luego, controlándose y ya para sí de modo que no pueda oírla su adorable niña sonríe-: En todo caso, qué poco te ha durado tu influjo, querida cobra, apenas unos años. Y es que, por lo que dice esta invitación que tengo acá, también te ha llegado la hora como a cada chancho su San Martín. Porque de lo que no cabe la menor duda, querida -razona doña Cristina como si tuviera delante la cara de Olivia Uriarte- es de que te han dado el chaucito, el adiós para siempre. ¿Cuál será la causa del despido? Quién sabe. Me faltan datos para deducir si Flavio te cambió por otra o por simple… desgaste de material, digamos. Pero lo que está clarísimo, linda mía, es que la idea del divorcio fue de él y no tuya. Porque ¿qué hombre presta su barco a una ex esposa para que pasee con sus amigos a menos que sea él quien la ha plantado como un ají? Qué pena -ironiza doña Cristina mientras dirige las siguientes palabras dedicadas a Olivia a la tostada con gelée de frambuesa a la que acaba de dar un mordisco-: Te han abandonado, además, en el peor momento posible, ¿verdad? No sólo porque son inciertos estos tiempos que vivimos sino porque ¿cuántos años tienes ahora, maldita víbora? ¿cuarenta y cuatro, cuarenta y seis? En todo caso malísima edad para tipas como tú. Un ERE y te dejaron fuera de plantilla -remacha doña Cristina con tono patronal mientras que la Ana Christie que aún lleva dentro opina que los ricos son siempre causa de gran precariedad amatoria para según qué mujeres que no sirven para otra cosa. Por su parte, la Cristobalina que también lleva dentro tiene algo que añadir al respecto y lo expresa así-: Una-buena-patada-en-el-poto, he ahí lo que mejor explica la generosidad de Flavio para contigo, linda mía, porque, como decimos allá en mi tierra: Marido rumboso, marido culposo.

Quizá una mujer menos experimentada que Cristobalina alias Ana Christie, alias doña Cristina, al enterarse de que el gran amor de su hija estaba de nuevo libre, habría caído a continuación en la ingenuidad de albergar esperanzas de que la boda que no tuvo lugar años atrás pudiera celebrarse ahora, pero ella sabe que eso es del todo imposible. Y no porque Flavio no esté dispuesto, a lo mejor sí puede estarlo (los hombres, según su experiencia, son románticos de espoleta retardada y un amor inacabado es siempre un amor maravilloso y deseable de retomar). No es posible porque su niña se ha enamorado de otro. De un perfecto don nadie, según doña Cristina, pero de un hombre bueno, según Cristobalina. Doña Cristina y Cristobalina, naturalmente, están de acuerdo en todo, y, hasta ahora siempre ha mandado la primera sobre la segunda pero… será la edad que debilita las voluntades más firmes. Será el paso del tiempo que ablanda incluso las pieles de yacaré, pero lo cierto es que por un momento la cuzqueña que llegó a Europa treinta años atrás con la maleta llena de sueños prevalece sobre la doña. Y Cristobalina se dice que, en el fondo, es comprensible que, después de tan gran desengaño como el sufrido con Flavio, su hija haya elegido como ha elegido. Porque la cuzqueña, que en toda su vida no ha amado ni ha sido amada nunca por nadie más que por el perro Pisco, aunque no lo aprueba, casi -y dice bien casi- comprende lo que le ha ocurrido a su niña. ¿Y qué le ha ocurrido? Churri, eso es lo que le ha ocurrido o, lo que es lo mismo, la aparición en su vida de un insignificante camarero búlgaro de nombre Kardam Kovatchev.

Sucedió que, después de aquella ruptura que la llevó, para gran dolor de su madre, a ingresar en una clínica con las muñecas desgarradas y casi desangrándose, Sonia buscó refugio en su trabajo y poco tiempo después había logrado convertirse en una de las más bellas modelos del mundo, en una de las más envidiadas también. Sin embargo, nunca volvió a ser la misma Tanto es así que meses más tarde, una vez salida de aquella clínica de reposo tan cara, llegaron incluso a arrestarla. A doña Cristina no le gusta recordar este episodio de la vida de su hija, porque hasta el día de hoy no lo entiende. ¿Cómo una niña que puede comprarse todo lo que se le antoje acaba sustrayendo unos pendientes en una joyería? «Es muy común -eso le había dicho el psicólogo chapetón que la había tratado al salir de la clínica- que cuando a una muchacha inestable se la desposee de lo que más quiere, aparezcan rasgos de cleptomanía. Ni siquiera hace falta que haya una tentativa de suicidio de por medio como en el caso de su hija, señora San Cristóbal. Mire los muchos casos que se conocen de actrices y modelos riquísimas. Yo lo llamo "compensación emocional".»

Y con todo, nada de esto era lo peor. Lo peor, según doña Cristina, era que, después de lo ocurrido, su niña, que había vuelto a ser cortejada por otros cuatro o cinco Flavios tan guapos y ricos como él, acabó rechazándolos a todos porque, según ella, ya había elegido a su hombre, Kardam Kovatchev, el tal Churri. Un tipo ni guapo, ni rico, ni siquiera inteligente o emprendedor, sino un simple camarero que trabajaba en la clínica en la que estuvo internada tres meses tras su intento de suicidio. «Un perfecto don nadie», eso opina de él doña Cristina. Un mindundi que la conquistó contándole un cuento tristísimo sobre una hermana suya de nombre Cósima. Una muchacha, por lo visto muy parecida físicamente a Sonia, a la que le había pasado algo terrible y muy injusto que doña Cristina ahora no recuerda porque, como es lógico, no prestó la menor atención a los traumas familiares del tal Churri.