– Espero que lo comprendas, Oli. Kalina tiene dieciocho años y a esas edades todo es romántico, maravilloso, inocente. Además, ella viene de una familia de Cracovia superconservadora y tan convencional como la mía (sí, sí, eso dijo el muy cabrón), de modo que nos vamos a casar. Pero eso no es todo. Estamos esperando un bebé, un pequeño Flavio III. ¿Te das cuenta? Por fin un chico (sí, también eso dijo el grandísimo hijo de puta, lo que le hizo comprender a Olivia algo que nunca había entendido hasta el momento. La tibia, por no decir casi fría reacción de su marido ante la muerte de las niñas). Pero no te preocupes Oli -añadió entonces Flavio-, yo sé ser generoso con las personas que se portan bien conmigo y tú has sido una mujer estupenda en todos los sentidos. Te dejaré como una reina, descuida.
Como una reina destronada, así pensó Olivia que quedaría. «Pero en fin -se había dicho procurando, una vez más, mirar el lado positivo de las cosas-, qué remedio me queda.» «En realidad -añadió después de haberlo pensado un poco más- no está del todo mal el papel de divorciada de un marido rico con mala conciencia y, según y cómo, es bastante menos humillante que el de malcasada.»
Por eso, ya se aprestaba a asumir el nuevo revés (uno más) cuando, de pronto, hizo su aparición en el horizonte un nuevo contratiempo. Uno que jamás hubiera imaginado podía visitarla a ella y mucho menos a Flavio Viccenzo. Crisis, he ahí el nombre de aquel nuevo espectro. Crisis, crash, crac. («¿Por qué todas las catástrofes -se había preguntado entonces- se escriben con "c"? ¿Con "c" de Cósima, de Clara, de Caridad o con "k" de Kalina, que es casi lo mismo?») «C» también de calamidad, colapso, cataclismo… Y «c» por fin de cambio (para mal, para peor imposible) como el que la esperaba ahora que la fortuna de Flavio se había ido por el mismo sumidero que tantas otras después de la crisis financiera internacional. Sí, tantas y tan malditas «ees».
Olivia enciende un nuevo Marlboro y mira su reloj, que es un carísimo Franck Muller, de serie limitada. «Mi último resto del naufragio -se dice con una sonrisa antes de añadir que va a llegar muy tarde y que seguro que ya están a bordo todos sus invitados desde hace más de una hora-. ¿Y qué estarán haciendo en el Sparkling Cyanide mientras me esperan? Confío en que Vlad les haya ofrecido una copa para romper el hielo, de modo que vayan conociéndose. Sí, seguramente, allí estarán todos ellos ojeándose con recelo: Ágata, mi hermana, Sonia San Cristóbal con su chico y su encantadora mamá, Cary Faithful y su novia Miranda, Pedro Fuguet y, por supuesto, mi guapísimo ex primo político Vlad Romescu. ¿Cuál de ellos es el que más me odia? ¿Cuál me hará el inmenso favor de facilitarme el paso al otro mundo? Seguro que, si mi querida hermana Ágata pudiera oírme en este momento, comenzaría a hacer un montón de preguntas sobre qué demonios me propongo con tan extraña reunión de "amigos". Imagino perfectamente lo que diría: "Carámbanos Oli" (Ágata es la única persona que conozco que utiliza esta expresión tan ñoña y trasnochada). "¡Carámbanos, Oli! cuéntame por favor qué estás tramando. ¿No es todo muy enrevesado? Cuando una quiere desaparecer de este mundo por las razones que sean -y acepto que tú tienes unas cuantas- no invita a otros a que la asesinen. Lo normal, si de normal puede hablarse en casos así, es quitarse de en medio y hay varias maneras de hacerlo, algunas incluso indoloras, si lo que temes es al sufrimiento. Pero tú tienes otra idea adicional en la cabeza, ¿verdad? ¿Cuál es la razón para preferir que tu muerte no parezca un suicidio? Venga, cuéntamelo, que para eso soy tu hermana…»
«En efecto, seguro que algo parecido a esto diría mi querida hermana Ágata si pudiera oírme ahora. Y es verdad. Desde luego tengo mis razones para hacer las cosas de esta manera y no de otra. ¿Te imaginas cuáles son, Agatita? No, claro que no. Tú nunca tuviste demasiada imaginación, querida, y eso a pesar de llamarte igual que una de mis escritoras favoritas y una de las personas más imaginativas e inteligentes que he tenido ocasión de leer. Pues sí, tesoro, para que lo sepas: tengo un plan muy bien trazado, que tú irás descubriendo poco a poco. Y no te será difícil, te lo aseguro. Pienso dejarte todas las pistas necesarias para que, una vez que yo muera, puedas descubrir "el porqué", también "el cómo", igual que hace tu tocaya en cada una de sus novelas. Igual también que en nuestra infancia, cuando jugábamos al escondite, ¿recuerdas? Tú siempre acababas encontrándome pero ni por asomo lo habrías logrado sin las pistas que yo me tomaba la molestia de dejarte, así como al descuido. Y ahora sí. ¿Lista para empezar nuestro nuevo juego, querida Ágata… o querida Agatha mejor dicho? Pon mucha atención, tesoro, comienza la partida.»
La llegada a bordo
Tal como había imaginado Olivia, todos sus invitados llegaron al puerto mucho antes que ella y la primera en hacerlo fue su hermana Ágata, que era extremadamente puntual. Allí se encontró con el primer imprevisto. Según le explicaron en Comandancia de Marina, el Sparkling Cyanide no estaba atracado en ningún pantalán sino fondeado fuera del puerto y a una distancia considerable de tierra. Debido a este contratiempo, Ágata tuvo que dar muchas vueltas hasta conseguir alquilar una zódiac que la llevara a bordo.
«Ya está mi querida hermana poniendo a prueba la paciencia de todos», se dijo mientras ayudaba al indolente marinero que le había tocado en suerte a embarcar su vieja y única maleta. Una vez instalada en popa y procurando, sobre todo, que su ordenador portátil no se mojara con el agua que encharcaba el fondo de la barca, Ágata Uriarte se entretuvo en observar la silueta cada vez más cercana del Sparkling Cyanide y en cavilar qué le depararía la singladura. Para empezar se dijo que, visto desde el mar, aquel velero azul marino de dos palos con cerca de cuarenta metros de eslora y ocho de manga (éstos eran datos facilitados por su marinero) parecía enorme. ¿Pero lo sería tanto como para permitirle tener los momentos de privacidad que necesitaba para continuar con sus actividades en internet y con su Club de Corazones Solitarios, por ejemplo? Seguramente no. Seguramente madame Poubelle iba a tener que tomarse unas forzosas vacaciones y ella abandonar el mundo virtual en el que se sentía tan cómoda para adentrarse en el real. O peor aún, en el tonto y caprichoso mundillo ricachón de su hermana Olivia que le resultaba tan desconocido como desasosegante.
– Sparkling Cyanide -vocalizó intentando que aquello sonara lo más irónico e impostadamente mundano posible, porque lo cierto es que nunca había estado a bordo de un barco así.