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A mi hermana Ágata para que en caso de emergencia pueda consultar con Mycroft H

«¿Porqué me habrán dejado aquí un libro que es para otra persona y quién será ese Mycroft H? No había ningún Mycroft en la novela Némesis, de eso estoy segura, porque vi la película y me encantó. Qué lindo ambiente todo lleno de personas distinguidas, todo de lo más regio. Incluso me acuerdo del desenlace. Al final la asesina es una persona de lo más interesante que mata a alguien para evitarle un sufrimiento mayor.»

«Me encantan las historias ambiguas en las que los malos acaban siendo los buenos y al revés -añade ahora doña Cristina, sentada una vez más ante su mesa de tocador y mirándose a los ojos en el espejo-. Son mucho más reales que todas esas cojudeces que uno ve y lee por ahí, dónde va a parar.»

El doctor Pedro Fuguet acababa de deshacer el equipaje y se disponía a guardar su ordenador portátil en el armario cuando le sobresaltó oír, al otro lado de la puerta, la inconfundible voz de Olivia Uriarte dirigiéndose a alguien.

– Sonia, tesoro, no sabes cuánto siento no haber estado aquí para daros la bienvenida. Me alegro muchísimo de tenerte a bordo. ¿Te gusta tu camarote?

Aquellas palabras no podían ser más mundanas e intrascendentes y, sin embargo, tuvieron el efecto de sonar dentro de la cabeza de Fuguet igual que un timbre de alarma.

«¡Dios mío! -se dijo-. Es ella, ya está aquí. -Y como tenía el ordenador tan a mano, y como aún faltaban unos treinta minutos para la hora de la cena, inmediatamente pensó en ponerlo en marcha y buscar amparo en ese inmenso y misericordioso mundo virtual que era siempre su refugio. Se sentó en la cama para encenderlo pero, a pesar de que esperó varios minutos, no logró pasar en Internet Explorer más allá de esa frustrante barrera que dice "Atención no se puede mostrar esta página". Probó conectar su módem, el que siempre usaba cuando estaba de viaje, pero fracasó también-. En este barco no hay wi-fi y, al menos de momento, tampoco cobertura -se dijo, y se sintió de pronto solo, sin recursos-. Como un náufrago en alta mar -añadió tratando de reírse de sí mismo y de su dependencia de aquel divino artilugio-. Venga, tonto -se recriminó entonces-. Esto de recurrir a cada rato a la red se está convirtiendo en un vicio de lo más estúpido. Además, ya sabías a lo que te exponías acudiendo a esta cita. Tarde o temprano llegará el momento de encontrarte con ella, de modo que vete haciéndote a la idea.»

Cerró su ordenador y ya se disponía a guardarlo cuando, de repente, un alegre repiqueteo de nudillos sonó en su puerta. Y su sonido parecía imitar una vieja contraseña muy conocida de éclass="underline" un timbrazo largo y dos cortos.

– ¿Estás ahí, Fug?

– ¿Te has fijado -le estaba diciendo en ese mismo momento Sonia San Cristóbal a su novio Churri- en qué reloj tan maravilloso llevaba Olivia en la muñeca?

– No -contestó él.

– Es un Franck Muller de serie limitada, un tourbillon. Tiene más de veinte años, pero precisamente por eso me gusta, es raro. ¿No te rechifla? Me encantaría tener uno. Y por cierto: ¿a que es un cielo y superguapísima mi amiga?

– No -contestó él.

– Verdaderamente tienes que hacer un esfuerzo por ser un poquito más simpático con la gente, Churri. A Olivia, hace un momento, por ejemplo, no sólo no le has dado la mano, sino que le pusiste una cara… Mira, si actúas así por lo que me hizo hace unos años, de verdad que no vale la pena, eso está más que olvidado. Mami dice que cambié mucho después de todo aquello, pero para mí que fue para bien. Si no, no te habría conocido a ti, ¿a que no?

– No -contestó él.

– Fíjate si será un sol Olivia que, a pesar de cómo la miraste, te dio un abrazote bien fuerte e incluso preguntó amablemente por tu hermana Cósima. Y mientras tanto, tú venga ponerle cara de asco. No hay que juzgar a las personas que uno no conoce de nada, Churri. Porque tú nunca habías visto a Olivia antes, ¿verdad? Claro que entonces… ¿Cómo demonios sabía de tu hermana?

Él no contestó.

También Vlad Romescu se encontraba en su camarote en la zona destinada a la tripulación en ese momento. En la mano tenía una nota manuscrita que acababa de entregarle uno de los marineros.

Corazón,

Es fundamental que esta noche cenes con todos nosotros, luego te explicaré por qué. Te aseguro que es por algo que te interesará, Besos,

O.

«No pienso hacerlo -se dijo-. A ver si Olivia se ha creído que esto es un crucero turístico y yo el capitán aquel de Vacaciones en el mar que cena con los invitados y sonríe todo el rato como un gilipollas.»

Con la nota aún en la mano, Vlad enciende un cigarrillo y da dos largas caladas. Fumar en esta parte del barco está prohibido por las ordenanzas, pero qué carajo importa ya. «Gracias a la quiebra de Flavio, dentro de muy poco este barco y todo lo demás desaparecerá sin dejar rastro, igual que este papel», añade al tiempo que acerca la brasa de su cigarrillo a la nota de Olivia y observa cómo comienza a quemarse empezando por la esquina superior. Arde despacio, y Vlad se entretiene en ver oscurecerse las palabras escritas, una tras otra. Primero la palabra Corazón, luego es fundamental, hasta llegar a por qué. Pero entonces ocurre algo imprevisto. El fuego continúa hacia abajo de modo que quema Besos, O., pero en cambio, deja incólume, como en una isla, la última frase de la misiva.

«Qué bobada», se dice Vlad, dispuesto a deshacerse de los restos que quedan de aquella nota que desde luego no piensa obedecer de ninguna manera. Sin embargo, se detiene. Y es que la frase sin quemar es por algo que te interesará, y Vlad, que es supersticioso o prudente o las dos cosas, se dice que el destino rara vez se entretiene en dar avisos tan claros como éste.

«Está bien, iré -decide-. Pero no pienso hablar con ninguno de esos pijos de mierda; no entra en mis obligaciones. Es más, me sentaré, no donde diga Olivia sino donde me dé la gana, junto a Ágata, por ejemplo. Me cae bien. Supongo que por lo poco que se parece a la grandísima hija de puta de su hermana.»

– ¿Qué haces, Miri? -acaba de preguntar Cary Faithful a su novia en ese mismo momento.

– Nada, escribir un rato. Redacto mis memorias, ¿sabes? Serán una bomba aunque mucho me temo que en este barco no hay wi-fi, de modo que mi público tendrá que esperar un poquito más para leerlas -bromea ella.

Él la mira. Con su BlackBerry en la mano y el ceño fruncido, Miranda parece realmente concentrada en su labor.

– ¿Y las escribes ahí? Vaya trabajera, el teclado es demasiado pequeño. Espero que no se te ocurra contar la verdad sobre mí. Sospecho que mi depravada vida jamás pasaría la censura -bromea también, porque sabe perfectamente que no tiene nada que temer. Miranda nunca haría ni diría nada que pudiera perjudicarle, no existe en el mundo persona más leal. ¿Cuántas veces ha tenido ella en su mano la otra BlackBerry gemela de ésta, la que le pertenece a él? ¿Cuántas veces habría podido descubrir, por ejemplo, toda una colección de mensajes comprometedores de Paul, también de otros amantes eventuales, y sin embargo, nunca ha visto ni por supuesto sospechado nada?

– ¿Y en qué consisten tus memorias, Miri?

– Verás, mi amor, cada vez que conozco gente nueva, me gusta hacer un pequeño perfil y anotar mis impresiones. Más adelante y sólo con estos datos, logro reconstruir punto por punto todo lo que he vivido en su compañía. Yo soy extremadamente observadora.