Выбрать главу

– Es el protagonista de todo este plan.

Ella parpadeó sorprendida por su tono cínico.

– ¿Qué quieres decir?

– Que es muy obvio que tu tía lo ha preparado todo para que sea el elegido.

– ¿Insinúas que quiere que me case con el conde Boris? ¡no creo! – Karina frunció el ceño-. ¿Para qué, entonces, habría organizado las fiestas con todos esos hombres?

– Para cubrir las apariencias.

Ella negó con la cabeza.

– Como siempre, sospechando de todos.

Él se encogió de hombros.

– Quizá. ¿Cuántos años tiene ese conde?

– Treinta y cinco. No es mayor -dijo ella-. ¿Por qué? ¿Es que piensas que me van a juntar con un viejo?

– Se me había ocurrido pensarlo, sí.

Ella se rio a carcajadas.

– ¡Antes me escaparía! -dijo impulsivamente.

– No me digas. ¿Y adonde te irías?

Ella suspiró.

– Como no sé nada sobre el mundo, tendrías que ayudarme.

El problema era que la idea le sonaba demasiado atractiva a Jack. Tenía la certeza de que todo estaba arreglado para que Karina se casara con aquel conde. El tipo parecía estar bien, pero no le gustaba el enredo, el modo de llevar a Karina al redil. No le habría importado echarle una mano para huir de allí.

Sabía, no obstante, que aquella clase de pensamiento era absurdo. El futuro de Karina le pertenecía a ella y nada más que a ella. No era asunto suyo lo que decidiera hacer con su vida. Había sido adoctrinada para cumplir con una serie de obligaciones y él no era quién para intervenir. Además, hacer algo tan descabellado como eso no haría sino agravar definitivamente su situación y garantizarle la expulsión del cuerpo de policía.

A pesar de todo, le importaba y mucho la felicidad de Karina. No podía negarlo. Simplemente no sabía cómo ayudarla.

La idea de que acabara casándose con aquel hombre lo hería. Claro que aún lo heriría más que ella acabara enamorándose del conde.

No entendía de dónde procedían aquellos celos. Nunca antes los había sentido. Tampoco nunca le había importado nadie de verdad. ¿Por qué en aquella ocasión tenía que ser diferente? Karina no era suya ni nunca podría serlo. A pesar de todo, sentía que se pertenecían el uno al otro.

La verdad era que aquel trabajo lo estaba llevando a confundir lo personal y lo profesional.

Quizá había llegado la hora de marcharse de allí, de buscar otro empleo.

¡Ojalá el juicio llegara pronto y pudiera solucionar su vida!

Mientras tanto, solo le quedaba admitir que Karina se casaría con alguien antes del final del verano, y no sería con él.

Durante las siguientes semanas las cenas, fiestas y meriendas se sucedieron una tras otra, con numerosos pretendientes que asistían esperanzados.

Al principio resultó divertido, pero poco a poco se fue haciendo agotador.

De todos los hombres que la cortejaban el único a considerar era el conde Boris. No obstante, no producía en ella la misma excitación que provocaba Jack.

Entretanto, seguía aprendiendo a cocinar y continuaba con la biografía de su madre, dedicando las dos últimas horas del día exclusivamente a esa tarea. Recopilaba datos que luego introducía en el ordenador. Sabía que la tarea le llevaría años, pero aquel verano habría de ser particularmente fructífero.

Su verdadero entretenimiento consistía en escaparse con Jack por las mañanas para que la llevara a diversas bibliotecas. Encargaba que les dejaran preparado un almuerzo el día anterior y salían a primera hora de la mañana, para evitar que su tía la detuviera con alguna excusa.

No hablaban mucho durante el trayecto en coche. Pero, en cuanto llegaban a su destino, pedía al señor Barbera que se marchara y no volviera hasta pasadas tres horas. Una la dedicaba a buscar documentación y dos a pasear tranquilamente con Jack por el parque.

Jack disfrutaba también de aquellas escapadas, aunque, a la larga, resultaban más una agonía que un éxtasis. La relación iba haciéndose cada vez más profunda y compleja.

El modo en que sus cuerpos reaccionaban cuando estaban cerca lo instaba a ir cada vez un poco más lejos y tenía que luchar desesperadamente por no cometer ninguna tontería y acabar besándola.

Hablaban de todo con total compenetración y Jack tuvo que reconocer que nunca se había sentido tan próximo a nadie.

Solo necesitaba hablar con ella para que esa cercanía se hiciera patente.

También deseaba su cuerpo, con una fuerza a veces difícil de controlar. Pero sabía que tenía que poner freno a sus impulsos. Dejarse llevar no haría sino complicar las cosas aún más.

Un día, en el parque, Jack estuvo contándole cómo al regresar de un campamento de verano, se había encontrado con que la familia que lo acogía se había mudado sin decirle nada. Había dormido en la calle durante semanas hasta que los servicios sociales le buscaron otro hogar. Era curioso, pero hacía muchos años que no había pensado en aquello y, desde luego, no se lo había contado a nadie. Por algún motivo, Karina lo incitaba a abrirle su alma.

Generalmente, la conversación siempre acababa volviendo al tema del matrimonio.

– ¿Tu tía y tú ya habas decidido quién va a ser el afortunado? -preguntó él una mañana, mientras estaban tranquilamente sentados bajo un roble-. ¿Va a ser Boris?

Ella se sentó y suspiró.

– No lo sé. Sé que todo el mundo quiere que elija al conde. Pero jamás podré amarlo.

– ¿No?

– No.

Jaek no pudo evitar una profunda satisfacción al oír sus palabras. En el silencio quedaba dicho quién era la persona a la que ella podía amar. Él miró al horizonte, secretamente feliz, pero pronto lo conmovió una esperada melancolía. El verano estaba a punto de terminar. En cuestión de pocas semanas aquella mujer había despertado en él sentimientos desconocidos hasta entonces. Era especial para él y, probablemente, siempre lo sería. «Y, sin embargo, pronto acabaría aquel sueño.

Solo días antes había recibido la notificación de que el juicio tendría lugar el día antes de la última fiesta. Sus respectivos futuros serían decididos casi a la vez.

Él sabría si sería readmitido en el cuerpo de policía y ella quién sería el hombre que, finalmente, la hiciera suya, dejando a Jack de lado.

La melancolía se convirtió en una náusea.

Tenía la sensación de que iba a perder algo muy preciado cuando, en realidad, nunca lo había tenido. No le pertenecía a él, sino al pueblo de Nabotavia. Los dos habían sabido eso desde el principio.

Probablemente, acabaría casándose con el conde Boris y regresando a su tierra.

Mientras tanto, si Jack tenía suerte y recuperaba su trabajo, volvería a su solitario apartamento en Wilshire.

Pero ¿y si no podía volver a la policía, qué sucedería entonces? Había habido momentos en los que había llegado a pensar que ese sería el fin de su vida, que todo perdería sentido. Pero ya sabía que había cosas más importantes. Al conocer a Karina su vida y sus expectativas habían cambiado radicalmente. Le había abierto una ventana a un mundo que ni siquiera sabía que existía. ¿Acaso esa ventana volvería a cerrarse otra vez? Quizá emprendería otro camino después de aquello. Aún no lo sabía. Pero no quería pensar.

Miró a Karina. El sol hacía que sus ojos brillaran con tal intensidad que iluminaban su bello rostro. Le parecía tan encantadora y hermosa que a veces su visión le resultaba dolorosa. Aquello no era normal. No había sentido nada parecido por ninguna mujer antes. Claro que nunca había conocido a nadie como Karina.

– ¿Así que aún no estás convencida de comprometerte con Boris?-preguntó él, incapaz de mantenerse al margen.

Ella negó con la cabeza.

– No me ama.

– ¿Cómo lo sabes?

– Por el modo en que me mira -sonrió de lado-. Soy como un coche que está pensando en comprar porque puede quedar bien al volante -él se rio y ella Continuó-. Cualquier día empezará a darme patadas en las ruedas, para ver cómo están.