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– ¿Qué? -preguntó él sobresaltado.

– ¿No quieres?

– ¡Claro que quiero! – respondió él en un tono brusco-. Pero no podemos.

Ella respiró profundamente.

– Nunca antes me había sentido así. No sé mucho de estas cosas, pero siento que necesito que me hagas tuya.

Él negó con la cabeza.

– No hables así, Karina. No sabes lo que estás diciendo.

– ¿Tú crees que no? -dijo ella con una sonrisa inesperadamente sabia.

Él dudó unos segundos.

– No olvides que tienes que llegar virgen al matrimonio.

Ella negó con la cabeza.

– Puede que mi matrimonio sea inevitable, pero no creo que al marido en cuestión vaya a importarle mucho que sea virgen o no. Para él no será más que un modo de conseguir poder y estatus. Le podré proporcionar todo eso, pero mi corazón no. Ese le pertenece a otra persona.

Jack la miró sin saber qué decir. ¿Cómo podía amarlo de ese modo? La tomó de la mano y la condujo hasta el sofá, sentándose con ella y tomándola en sus brazos.

– Mi futuro ya está encauzado. Sé lo que va a ser mi vida a partir de ahora. Pero ¿y tú?

Ella suspiró.

– Te preguntas con quién acabaré casándome, ¿verdad?

– Exacto.

– No lo sé. La duquesa tiene un favorito, pero yo aún no he decidido.

– Boris – afirmó él, tratando de mantener la calma-. Todos quieren que sea Boris. Supongo que acabarás haciendo lo que se espera de ti.

– ¿Qué crees tú que debería hacer?

– Es tu vida y tú tienes que decidir.

Ella asintió.

– ¿Y si lo dejo todo y huyo contigo?

Él le apretó la mano.

– No vas a hacer eso. Eres una princesa y tienes unas responsabilidades. Yo soy un policía y volveré a mi puesto. Los dos hemos de cumplir con nuestro cometido. Tú misma me dijiste que estabas destinada a un futuro por el bien de tu pueblo.

Ella frunció el ceño.

– Te mentí.

– No, no me mentiste. Me dijiste exactamente la verdad. Por mucho que ahora nos duela, llegará un día en que nos alegremos de haber tomado el camino correcto.

Karina ya no estaba segura de eso. Lo había creído tiempo atrás, pero dudaba de que sus actos tuvieran una auténtica repercusión en la gente. Puede que se enfadaran con ella, que pensaran que lo que hacía era inconveniente. Pero nadie se ofendería si ella no regresaba a Nabotavia con un marido.

Sabía que estaba siendo tremendamente egoísta. Después de todo, no tenía más que ver todo lo que su hermano Marco había tenido que pasar con la muerte de su esposa y sus posteriores nupcias.

Ella había tenido una vida fácil, solo enturbiada por pequeñas peleas con su tía.

Todo lo que se esperaba de ella era que se casara y se fuera a vivir a Nabotavia cómo una verdadera princesa. ¿No era ese el sueño de toda chica?

Sí, podría ser el sueño de toda chica, pero no de toda mujer.

– Si hubiera algún modo de que estuviéramos juntos, ¿me aceptarías?

Él la miró fijamente.

– Te deseo, es algo patente y no puedo ocultarlo -respiró profundamente preparándose para la gran mentira-. Pero eso ya me ha ocurrido antes y me volverá a ocurrir. No es más que deseo. Lo superaré y tú también.

Ella se volvió hacia él con los ojos llenos de dolor. Pero nada la disuadió de decir lo que estaba a punto de decir.

– Pues yo te amo total y sinceramente. Jamás en mi vida amaré a nadie del modo que te amo a ti.

– Eso no es cierto. No lo digas.

– Es la única verdad que siento aquí y ahora -le tomó la mano-. Así que voy a hacerte una propuesta formal. ¿Quieres casarte conmigo?

¿Acaso no acababa de oír de sus labios que no la amaba? Sí, lo había oído, pero no había creído su falsa confesión.

– Tú sabes que eso es imposible.

Ella le apretó la mano y buscó su mirada.

– Pues yo quiero que me digas un modo de hacer que sea posible. Dime, ¿qué puedo hacer? ¿Hay algún lugar al que podamos huir?

– Tienes que volver a Nabotavia, Karina. Es tu cometido y el de toda tu familia.

Ella cerró los ojos y asintió.

Sabía que él tenía razón.

– Tú podrías venir conmigo.

Él negó con la cabeza.

– Sabes que eso es imposible.

– ¿Porqué?

– Porque yo no puedo ser tu marioneta. Necesito tener mi propia vida, mi propia identidad En el cuerpo de policía soy alguien, en Nabotavia no sería nadie.

– Así que me estás diciendo que no.

– Exacto.

Ella no respondió. Se quedó en silencio tratando de controlar sus emociones.

– ¿Cuándo regresas a tu país? -le preguntó él.

– A finales de año -respondió ella-. ¿Vendrás a verme?

– Creo que, una vez hayas decidido quién será tu marido, lo mejor será que no volvamos avernos.

Ella asintió y se levantó.

– Eres mucho más razonable que yo -le dijo ella.

Él se levantó y la siguió hasta la puerta.

– Karina, ¿estás bien?

Ella sonrió.

– Sí, claro, estoy perfectamente -respondió, con los ojos llenos de lágrimas-. Adiós, Jack.

Desapareció en la oscuridad de la noche.

La reunión tuvo lugar en la biblioteca. Toda la familia estaba allí. Marco actuó como cabeza visible y fue el primero en decir que era partidario de que se casara con Boris.

– Tiene la edad adecuada -apuntó Marco-. No podría ser de mejor familia y ya tiene un incentivo para unirse a nosotros. No tendremos que preocuparnos porque trate de favorecer a ninguna otra facción. Me ha dicho que siente un gran afecto por Karina y que estaría dispuesto a casarse con ella.

¡Dispuesto! Karina se mordió el labio para evitar decir lo que pensaba.

– Yo estoy de acuerdo -dijo la duquesa-. Creo que harían una pareja maravillosa.

– ¿Por qué no escuchamos lo que Karina tenga que decir? -dijo Garth cuando le llegó el turno.

– Gracias, Garth -respondió la princesa mirando a unos y a otros-. Me gustaría decir que el conde Boris me parece un hombre estupendo y que me cae muy bien, que os agradezco que os preocupéis por mi bienestar y que os quiero mucho- respiró profundamente-. Pero no me voy a casar con él. No puedo, porque estoy enamorada de Jack Santini.

Todos los rostros mostraron su patente desconcierto y la duquesa fue la primera en darle voz.

– ¡Lo sabía! ¡Sabía que ese cazafortunas nos crearía problemas! Va detrás de su dinero. ¡Lo despediré inmediatamente!

Marco le puso la mano a Karina en el brazo.

– Dime, Karina, ¿qué ha pasado con tu aclamado sentido del deber?

Sus palabras fueron como una daga en el corazón, pero ella no se alteró.

– Sigo creyendo en el sentido del deber, Marco. Pero no puedo seguir adelante con toda esta farsa; sencillamente, no puedo -luchó contra las lágrimas que amenazaban con salir-. Sé que te he hecho muchas promesas, Marco. Estaba segura de que podría mantenerlas. Pero ahora me siento incapaz.

La decepción que se leía en su mirada la hirió profundamente. Lo último que deseaba en el mundo era que Marco se sintiera defraudado. Pero no tenía otra elección. Amaba a Jack con todo su corazón y no podía fingir lo contrario.

– ¡Eres una necia! ¡Jamás te casarás con él! -dijo la duquesa.

– Tienes toda la razón, tía -respondió ella-. Porque se lo he pedido y me ha dicho que no.

La sorpresa duró breves segundos, tras los cuales todo el mundo se puso a hablar a la vez.

Karina se levantó y se dirigió a todos.

– La cuestión es que no voy a casarme. Sé que no se puede cancelar la fiesta a estas alturas, así que sigamos adelante y tratemos de disfrutar lo más que podamos.

Sin decir más, se dio la vuelta y se encaminó hacia la salida.

A pesar de los sentimientos de Karina, la fiesta resultó deliciosa.

Donna había hecho verdaderos milagros con su pelo, y le había colocado una tiara de diamantes que ensalzaba aún más su belleza natural. Llevaba un espectacular vestido azul que dejaba adivinar sus imponentes curvas con elegante detalle. Parecía un ángel cuando se movía.