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Y se movía mucho. Bailó con tantos hombres que perdió la cuenta. Toda la atención estaba centrada en ella y se sentía ligeramente culpable, pues todo aquel despliegue de sonrisas e intentos de seducción se basaba en la falsa premisa de que habría de escoger marido.

No obstante, durante toda la noche, y baile tras baile, siguió fiel a su determinación, añadiendo otra: no acabaría la noche sin poder danzar en brazos del único hombre al que amaba.

Fuera del local del club de campo en el que estaba teniendo lugar la fiesta estaba Jack, coordinando los esfuerzos de varios hombres por hacer de aquel un lugar seguro. Las grandes ventanas permitían tener una vista particularmente buena de lo que sucedía en el interior.

Jack podía ver lo bien que Karina se lo estaba pasando. Debería haberse alegrado por ella, pero no podía. Cada vez que la veía en brazos de otro ser se retorcía de rabia.

Por suerte, sus obligaciones y la visita del duque lo mantenían ocupado.

Era curioso cómo a lo largo de las semanas que llevaba a su servicio había llegado a trabar una cierta amistad con el anciano.

Escuchaba atento sus explicaciones sobre los problemas de traducir Shakespeare al nabotavio.

En un momento dado, comenzó a halagar la belleza de la casadera princesa.

– Sí, estoy de acuerdo en que está preciosa -le dijo él.

Él duque sonrió.

– Sé que estás de acuerdo -el hombre miró a Jack-. He estado en todas las cenas y fiestas que se han organizado este verano, he visto a todos los pretendientes que le han presentado, y no puedo sino estar de acuerdo con ella: ninguno vale la pena como tú, muchacho. Voy a sentir mucho que tengas que marcharte.

Le dio unos golpecitos en el hombro y se encaminó hacia la fiesta.

Jack lo vio alejarse, confuso por el comentario que acababa de hacerle. Pero en el momento en que vio aparecer a Karina desterró todo pensamiento de su mente.

– Hola -le dijo ella.

Él admiró perplejo la inmensa belleza de la muchacha.

– Pareces realmente una princesa.

– Una princesa en busca de un guapo príncipe -dijo ella, tendiéndole los brazos-. ¿Quieres bailar conmigo?

Él dudó.

– ¿Aquí fuera?

– ¿Por qué no? Se oye perfectamente la música.

Él sonrió, dejó el walkie talkie en la silla más próxima y la tomó en sus brazos.

– Tus deseos son órdenes para mí -murmuró él.

La música era lenta, y daba al momento la atmósfera perfecta. Karina se sentía como Cenicienta a punto de perder su zapato, como Bella en brazos de la Bestia. Era una princesa y se merecía un instante de cuento en su vida. Apartó de su mente la cruda realidad y se dejó encandilar por la magia del momento.

El la apretó con fuerza y hundió el rostro en su pelo, aspirando su embriagador aroma.

Karina sentía que se derretía contra su cuerpo, que se fundían en uno.

Por un instante, Jack se permitió pensar que ella era suya y tuvo que admitir que estaba enamorada de él.

Ella aún no le había dicho a quién había elegido, pero quizá fuera lo mejor. No sabía cuál sería su reacción al ver a su competidor, al tenerlo delante.

La canción terminó y, lentamente, se separaron el uno del otro. Ella lo miró sin sonreír.

– Adiós, Jack Santini – le dijo dulcemente-. Espero que tengas una buena vida, que encuentres a alguien con quien tener muchos hijos y que tu trabajo te dé todas las satisfacciones que esperas -los ojos se le llenaron de lágrimas-. Tú siempre serás el único hombre al que he amado.

Él quería responder, pero tenía un nudo tan fuerte en la garganta que no podía.

Vio cómo se alejaba, cómo volvía a la fiesta.

Todo su ser ansiaba correr tras ella, confesarle que él sentía lo mismo, que nunca amaría a nadie como la había amado a ella, Pero sabía que eso no haría sino atarla a una relación imposible. Solo la decepción podría liberarla.

Capítulo 10

HABÍA pasado ya un mes desde su partida de la mansión de los Roseanova cuando Jack volvió a oír el nombre de Karina.

Había buscado en los periódicos alguna noticia sobre su enlace matrimonial, pero parecía que la familia había sido extremadamente discreta al respecto.

Se decía a sí mismo que cuanto menos supiera de ella, antes podría olvidarla. Pero no parecía funcionar así. Había días en los que lo único que ocupaba su pensamiento era ella.

Volver a trabajar le resultó reconfortante. Su nuevo compañero era un tipo estupendo y se llevaron muy bien desde el principio. Sus superiores, además, le habían recomendado que se examinara para ascender a capitán cuando se convocara la plaza, pues consideraban que estaba cualificado para ello. Las cosas iban muy bien en el terreno profesional.

No obstante, durante el tiempo que había trabajado para la familia de Karina había descubierto tener una serie de actitudes para otras funciones y no descartaba desarrollarlas en el futuro.

El día en que recibió la llamada del hermano de Karina estaba ante su escritorio, resolviendo unos papeles. Su compañero había salido a almorzar. El teléfono sonó y él respondió.

– Santini al habla.

– Jack, soy Garth-su voz sonó alarmada-. Tienen a Karina.

El policía apretó el auricular.

– ¿Quién?

– No lo sabemos. Suponemos que son los miembros de Diciembre Radical. Se dirigía a la biblioteca de Pasadena cuando ocurrió. Dispararon a Greg y al señor Barbera y la secuestraron a ella.

– ¡Cielo santo! -el estómago se le encogió y sintió una profunda desesperación-. ¿Cuándo ocurrió?

– Hace unos diez minutos. Hemos llamado a la policía, pero pensamos que tal vez tú…

– Conseguiré rescatarla. Rápido, necesito todos los detalles.

La información que obtuvo no le sirvió de mucho y se metió en el coche sin tener un destino claro al que dirigirse.

Al menos pudo ponerse en contacto con los oficiales que llevaban el caso, y decidió encaminarse al lugar de los hechos.

– ¡Piensa! -se ordenó a sí mismo.

De pronto, su móvil sonó. Respondió convencido de que sería alguno de los otros policías.

– Al habla Santini.

Nadie respondió. Esperó un segundo. Luego, resopló indignado e hizo un amago de colgar, cuando algo llamó su atención. Había raido de fondo, voces. Frunció el ceño y escuchó con detenimiento. De pronto se dio cuenta de que se trataba de una voz femenina.-¡Era Karina!

Apagó el motor del coche y se quedó escuchando atentamente.

– Ya veo que vamos hacia la autopista de San Diego -dijo Karina, pronunciando las palabras claramente-. ¿Vamos hacia la frontera? No, supongo que vamos al aeropuerto de Orange County.

– ¡Cállate!

Sonó una fuerte bofetada y Jack se estremeció. La idea de que alguien hiciera daño á Karina lo volvía loco.

Controló su rabia y trató de mantener la calma. Tenía que pensar.

Las voces se hicieron ininteligibles, pero ya tenía un destino.

– Al aeropuerto -se dijo-. Eres una chica lista, princesa.

Estaba seguro de que no se encaminaban a un terminal público, sino a embarcarse en un jet privado.

Informó por radio al resto de las unidades de hacia dónde se dirigía y puso rumbo al aeropuerto, dispuesto a llegar a su destino.

Al llegar al aeropuerto le pareció que todo estaba en calma. Pero, de pronto, los vio. Había un coche negro detenido junto a un jet privado que tenía los motores en marcha.

Solo había un modo de que pudiera alcanzarlos antes de que fuera demasiado tarde. Aceleró, y derribó la barrera de entrada; que saltó por los aires con gran estrépito. La adrenalina lo impulsaba a seguir sin mirar atrás.

Detuvo el coche y sé bajó de él a toda prisa.

No se paró a pensar, no había tiempo para eso. Agarró al primer hombre, lo golpeó y lo lanzó contra el suelo, donde lo dejó inconsciente. El segundo hombre estaba arrastrando a Karina hacia la puerta del avión, pero ella le dificultaba la labor, lo que le dio a Jaek tiempo de lanzarse sobre él. Un buen puñetazo fue suficiente para que la dejara ir.