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– Y tú estás evitando darme una respuesta.

Jack supuso que, fuera quien fuera, ella merecía saber la verdad.

– No soy un ladrón. Solo estoy comprobando el sistema de seguridad y evaluando su efectividad.

Ella hizo un gesto de incredulidad.

– Sí, claro, «evaluando su efectividad», y yo soy un deshollinador.

Él no pudo evitar una sonrisa.

– Pues debes de serlo, porque yo realmente estoy comprobando el sistema de seguridad. Dame un segundo y habré desaparecido de aquí.

Ella lo miró con aquellos ojos inmensos y él notó que algo inusual le ocurría a su corazón. Se creó un silencio tenso y cargado de electricidad. De pronto, Jack notó que las orejas le ardían.

¡Maldición, se estaba ruborizando!

Un repentino ruido lo obligó a volver a la realidad.

Estaba claro que la suerte no estaba dispuesta a acompañarlo.

– Se marcharán en un minuto -le dijo-. Son un par de cotorras.

– ¿Son criadas? -preguntó él.

Ella asintió.

– Se dirigían a mi dormitorio, pero no han entrado porque piensan que estoy dormida. Me estoy recuperando de una gripe.

El la miró de nuevo. Era tan hermosa que resultaba casi inevitable no hacerlo.

– La verdades que me preguntaba qué hacías en la cama a esta hora del día.

Ella lo observó de reojo.

– Si no te crees que soy una princesa, ¿qué piensas que soy?

Él se encogió de hombros.

– Supongo que trabajarás aquí.

– Lo has adivinado. Soy la acompañante de la princesa, la verdadera, me refiero, y de la duquesa.

– ¿La duquesa? ¿Qué duquesa?

Ella lo miró con aire majestuoso.

– ¿Me estás diciendo que has entrado en esta casa sin saber quién vive en ella?

– No tengo ni la más remota idea.

– Ese es el problema. Deberías haber investigado un poco antes de entrar así. Te habrías evitado ciertos inconvenientes.

Él se encogió de hombros.

– Mi amigo Tim me dijo que había un puesto vacante como jefe de seguridad en esta dirección. Yo he venido a hacer la entrevista, eso es todo.

Ella inspiró profundamente.

– Así que vas a trabajar aquí.

– Quizá -frunció el ceño al darse cuenta de que sería responsable de aquella mujer. Sin duda necesitaba unas cuantas lecciones sobre cómo protegerse-. Y si lo hago, serás la primera a la que tenga que enseñar. Me preocupas.

– ¿Yo? -lo miró con los ojos muy abiertos-. ¿Porqué?

Él se inclinó ligeramente sobre ella y Karina retrocedió.

– No sabes quién soy o cuáles son mis intenciones -le dijo él en tono acusador-. Deberías haberte puesto histérica nada más verme entrar.

– Me temo que ese no es mi estilo.

Él la miró fija e intensamente.

– Te estás tomando todo esto muy a la ligera. En el futuro, si un hombre irrumpe en tu dormitorio, quiero que grites como una loca.

– ¿Lo hago ahora?

– ¡No! -dijo él y se aproximó a ella con intención de sujetarla. Pero pronto se dio cuenta de que sería un error-. ¡Ahora, no!

– Así que tú eres el único hombre que tiene permitido acceder a mi habitación por el balcón, ¿es así?

– Será así si me convierto en jefe de seguridad aquí. Te aseguro que, de ser así, habrá algunos cambios en esta casa.

– Estoy convencida de ello -dijo ella en tono burlón-. Desde luego, el viejo señor Sabrova jamás se atrevió a entrar en mi cuarto sin llamar primero.

– ¿Quién es el señor Sabrova?

– El anterior jefe de seguridad. Claro que dudo que hubiera podido escalar hasta aquí. Era un hombre encantador y tremendamente educado -y, como todos allí, era serio y aburrido. No tenía una hermosa mata de pelo negro, ni un torso musculoso de ensueño-. Tendrás que llevar uniforme, ¿sabes?

Sonrió internamente al imaginarse lo ridículo que estaría aquel hombre con el estúpido atuendo que usaba el señor Sabrova.

– Estoy acostumbrado a los uniformes. He estado en la Armada y en el cuerpo de policía -de pronto, reparó en que había un tono jocoso en el comentario de ella. Aquella era una casa extraña con hábitos extraños. Quizá debiera preguntar-. ¿De qué tipo de uniforme me estás hablando?

– Blanco, con un gorrito rojo ridículo…

Él la interrumpió sin querer escuchar más.

– ¡Ni hablar! -se rio él-. Ese no es mi estilo.

Ella lo miró con escepticismo.

– Así se hacen las cosas aquí. Se han hecho siempre.

– Pues quizá ha llegado el momento de modernizarse.

Karina se rio.

– Estoy ansiosa por oír la respuesta de la duquesa a semejante propuesta.

El la miró interrogante.

– ¿Hay un duque?

– Sí, claro que lo hay. Es un verdadero encanto de hombre. Pero él no pinta mucho aquí. Es ella la que manda.

Él levantó la mano para indicarle que se callara y puso el oído sobre la puerta.

– Ya se han marchado -dijo y abrió la puerta con precaución. Escrutó el pasillo y se volvió hacia ella-. Gracias por la información. Nos vemos.

Se aventuró a salir a toda prisa, cerrando la puerta silenciosamente detrás de él.

Karina miró a la puerta cerrada durante unos segundos. Luego, se encaminó al teléfono e hizo una llamada.

– Blodnick al habla -respondió una profunda voz masculina.

– Señor Blodnick, soy Karina. Según creo tenía una entrevista con un hombre hoy, un candidato para el puesto de jefe de seguridad.

– Sí, así es. Pero llega tarde.

– No, no ha llegado tarde, muy al contrario. Me temo que yo lo he entretenido.

– ¿Su Excelencia qué? -preguntó él claramente desconcertado.

Ella ignoró su reacción.

– Si fuera posible, me gustaría que lo contratara.

Hubo una pausa, y el hombre se aclaró la garganta, Finalmente, respondió.

– Lo que Su Excelencia diga.

– Y, por cierto, creo que debería plantearse un nuevo diseño de uniforme. Su amigo parece tener algunas ideas al respecto. Estamos en un nuevo milenio y creo que es hora de que las cosas cambien un poco. Necesitamos actualizarnos.

– Parece una sugerencia razonable, princesa.

– Gracias, señor Blodnick.

Karina colgó y sonrió satisfecha. De pronto, se sentía repuesta de todos sus males. Quizá, aquel verano no fuera a resultar tan aburrido como había previsto. Iba a ser su último período de relativa libertad y estaba dispuesta a sacarle el mayor partido posible. Al llegar el otoño, tendría que casarse con alguien que su tía elegiría para ella, y estaba segura de que no sería como el nuevo jefe de seguridad.

Su sonrisa se desvaneció al tomar conciencia una vez mas de lo desafortunado que sería su destino. Una vez casada, tendría que regresar a Nabotavia, un lugar que ni siquiera recordaba.

– Pero todavía me quedan muchas semanas -se dijo a sí misma cerrando los ojos y respirando profundamente-. Muchas semanas…

Capítulo 2

JACK comprobó el estado de la valla de hierro forjado en la zona cercana a la colina. Le dictó los datos a su grabadora. No obstante, ya estaba oscureciendo y no podía hacerse una idea tan exacta como le habría gustado, pero al menos podía ver lo principal. Llevaba seis horas trabajando como jefe de seguridad y ya había anotado un número importante de cambios que debían hacerse.

Sus obligaciones incluían la mejora del sistema de seguridad y el control de los empleados.

El sueldo era más alto de lo que había esperado y le proporcionaban un lugar para dormir.

Se alegraba de haber conseguido aquel trabajo, aunque fuera temporalmente.

La propiedad era enorme y tenía una gran casa, edificios anexos para el servicio y un garaje para cinco coches con los correspondientes dormitorios para los chóferes. Además, había una oficina de seguridad y el apartamento en el que él viviría.