Выбрать главу

– La familia… -él consideró la opción por un momento-. Bien. Dime lo que deba saber.

– Los Roseanova son una familia de mucha solera. Reinaron en Nabotavia durante casi mil años. Hace veinte años hubo un levantamiento dirigido por un grupo de rebeldes llamados Diciembre Radical -ella hizo un gesto que dejó patente cuál era su opinión sobre ellos-. El rey y la reina fueron asesinados…

Hizo una pausa al notar que la voz le temblaba. Respiró profundamente para calmar su congoja y continuó.

– Mucha gente tuvo qué huir del país.

– Incluida tú.

– Sí, claro. También el duque y la duquesa y…

– ¿La princesa? He oído que realmente hay una princesa.

Ella asintió con los ojos iluminados.

– ¡Claro que existe una princesa! La sacaron del país junto a sus tres hermanos mayores -lo miró con curiosidad-. ¿Qué te han contado sobre ella?

Él se encogió de hombros.

– Nada. Tim estaba demasiado preocupado por advertirme todo lo que no debía hacer para no alterar a la duquesa -levantó una ceja-.¿Es esa la mujer a la que tú me hiciste referencia?

Ella asintió.

– Así que es muy dura.

Karina dudó. No quería decir nada contra su tía. Después de todo, la había criado… o algo parecido. ¿Cómo podía decirle las cosas delicadamente?

– Creo que tú mismo podrás juzgarla mañana. Según tengo entendido, quiere que el señor Blodnick haga tu presentación oficial mañana. Cosas de la realeza -hizo un gesto cómico, como una especie de mueca jocosa.

Cada vez lo trataba con más familiaridad, y eso lo asustó. Tenía que escapar de allí, pero le resultaba tremendamente difícil alejarse de aquella atractiva mujer.

– Eso significa que voy a conocer a la gente para la que trabajo, ¿no es así? Supongo que no será más que pura rutina.

– Pues te equivocas. Es importante que la duquesa y la princesa te den su aprobación.

– No veo el motivo de que no lo hagan – dijo él completamente confiado-. Soy una persona que suele caer bien.

Ella lo miró críticamente. No le cabía duda de que caía bien. Pero el problema, quizá, sería lo tremendamente atractivo que resultaba. ¿Admitiría su tía que tuviera como guardia a alguien así? ¿Notaría la electricidad que se generaba entre ellos? Y, si lo notaba, ¿se libraría de él?

La respuesta era clara. Por supuesto que se libraría de él. Solo Karina podría encontrar el modo de garantizar su permanencia.

– Te aseguro que a la duquesa no le vas a gustar en ningún caso, porque no le gusta nadie -le dijo-. Pero la princesa es otra historia.

– ¿Cómo es ella?

– ¿La princesa? -Karina fingió un estremecimiento-. Es fea como un bulldog. Es tonta, carece totalmente de inteligencia.

Él sonrió.

– Se ve que eres muy buena amiga suya.

– Somos como hermanas.

– ¿Cómo hermanas? Ya… -él asintió y la miró con cinismo-. Pues yo he oído decir que es muy hermosa.

Ella hizo un gesto de impaciencia.

– Ya sabes cómo es la gente con las celebridades, les atribuyen belleza y cualidades que no les corresponden. Lo mismo ocurre con la realeza.

– ¿Tú crees?

– Sí. He visto a los hombres mirar a la princesa sin reparar en que es bizca; jorobada y enjuta.

– ¡Pobres dementes! -dijo él soltando una carcajada.

– Exacto -se rio ella también-. La gente puede llegar a estar realmente ciega.

Sus ojos se encontraron y, de pronto, ella se dio cuenta de lo suave y distinto que le resultaba el aire. Se sentía flotar.

– ¿No estarás insinuando que yo también estoy ciego?

– No -le aseguró ella-. Solo quería advertirte sobre la princesa para que estuvieras preparado. No querría que cayeras en sus trampas.

– ¿Por qué? -preguntó él con un noto grave y cadencioso-. ¿Tienes miedo de que me enamore de ella?

Ella se encogió de hombros de un modo tremendamente sugerente.

Algo hacía que se atrajeran peligrosamente, un magnetismo incontrolable. De pronto, parecía imposible que no se besaran. La noche, el sonido del agua, el aroma de las rosas, todo se combinaba para alterar sus sentidos.

Pero Jack sabía que, si se dejaba llevar, cometería el mayor error de su vida. Intentó levantarse, pero ella lo detuvo.

– Quédate quieto -le dijo-. Tienes una miga en la cara.

Acercó su mano cálida hasta el rostro de él y Jack notó cómo se le aceleraba el corazón.

Karina no sabía lo que estaba haciendo, solo sabía que no lo podía evitar. Necesitaba tocarlo.

Con los dedos le quitó suavemente el trozo de tarta, pero luego dejó que las yemas rozaran su piel.

De pronto, su mirada cambió y, por primera,vez en su vida, se sintió objeto del deseo de um hombre.Lo extraño fue que no la asustó, sino muy al contrario. Hizo que se sintiera viva. La palma de su mano se posó sobre la mejilla de Jack y lo acarició, mientras su mirada se centraba em los labios de él. Necesitaba urgentemente besarlo. Lentamente, se fue inclinando hacia él.

Jack gimió anticipando lo que estaba a punto de sentir. Pero recobró la razón justo a tiempo, la sujetó de la muñeca y la detuvo.

– Será mejor que te vayas a casa -le dijo secamente, tratando de controlar su respiración acelerada. Jamás antes se había sentido tan excitado. No sabía cómo había ocurrido tan rápido y tan fácilmente con aquella mujer. Solo sabía que tenía que evitar el peligro que representaba si quería conservar su trabajo.

Estaba claro que ella era inocente, y era precisamente esa inocencia la que lo atraía aún más.

Por eso, iba a tener que evitarla a toda costa.

De pronto, ella se volvió hacia la casa y vio en su ventana la sombra de la duquesa.

– ¡Me tengo que ir! -dijo repentinamente-. La duquesa me está buscando. Buenas noches.

Se despidió con una rápida sonrisa y salió a toda prisa, dejándolo más alterado de lo que jamás se había sentido.

Cinco minutos con aquella mujer habían sido suficientes para pensar en lo bien que se sentiría con ella en la cama. Indudablemente, era el tipo de mujer que tenía la palabra «peligro» escrita en el rostro.

¿Cómo había permitido que ocurriera lo que acababa de ocurrir? No volvería a pasar, porque se aseguraría de no acercarse a Karina.

Capítulo 3

KARINA, ¿puedes dejar de mirarte al espejo? -le dijo la duquesa desde un extremo del vestidor. Se estaban preparando para la primera de una larga lista de fiestas a las que la princesa tendría que asistir.

Tim Blodnick llegaría de un momento a otro para hacer la presentación oficial del nuevo jefe de seguridad. Jack Santini habría de encargarse de que llegaran a su destino sanas y salvas.

– Estás desarrollando un insano hábito de admirarte.

Karina miró una vez más a la impecable mujer que su propio reflejo representaba. Su figura delgada portaba con gran elegancia un vestido azul de seda con un delicado escote adornado de cuentas. Llevaba en la cabeza un pequeño sombrero con velo, cuidadosamente colocado de medio lado. Las perlas, complemento indispensable según su tía, daban el toque final.

Parecía sacada de un libro de historia.

¿Qué ocurriría si un día se atreviera a salir con un suéter y una falda ajustada de cuero? Su tía le formaría un consejo de guerra, estaba segura.

– Primero me dices que cuide de mi imagen y ahora me criticas por hacerlo.

La duquesa se volvió hacia ella y la miró con ojos inquisitivos.

– Es importante dar la imagen adecuada -le dijo-. Pero idénticamente importante es hacerlo sin que parezca que ha habido un esfuerzo. Tu aire real debería fluir naturalmente, como el agua en el rio Tannabee que atraviesa Nabotavia -hizo un elegante gesto con la mano-. La perfección es fundamental y obligada. Pero nunca permitas que los demás noten que te es dificultoso alcanzarla.