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Ella asintió, sonrió y abandonó su oficina.

Pero lo hizo con el corazón compungido. No tenía derecho alguno a sentir celos, pero los sentía.

Había pasado casi una semana desde el incidente del beso y él la había estado evitando. Sabía que hacía bien, que era lo mejor para los dos. Tenían que mantenerse alejados el uno del otro.

Karina asumía que había cometido un grave error aquella noche. Pero, a pesar de todo, no se arrepentía.

No obstante, sabía que él había tenido razón al decir que no había posibilidades para ellos. Ella tenía que centrarse en elegir un marido adecuado antes de volver a su país.

Además, cuanto más sabía de Jack más cuenta se daba de lo precaria que era su situación. Cualquier movimiento en falso por parte de ella podría arruinarle la vida. Sería cruel perseguirlo y tentarlo, así que tendría que dejar de hacerlo.

Salió al jardín y se encaminó hacia la piscina, pero se detuvo de pronto, al ver a Jack en la distancia. Estaba junto al garaje hablando con sus subordinados. Al otro lado estaba su tía dándole órdenes al jardinero.

Los ignoró a los dos y se encaminó hacia la piscina.

Se lanzó y se hizo un largo.

Luego, se detuvo y pensó que se sentía mejor. Pero sabía que se estaba engañando a sí misma.

No sabía lo suficiente acerca de los hombres, ese era su mayor problema. Sus hermanos no habían crecido junto a ella.

Salió del agua, se vistió y se encaminó a la habitación del duque. Nada más entrar, se aproximó a él y sonrió con fingida animosidad.

– Hola, mi tío favorito. He venido a pedirte un favor -le dijo-. Necesito que me hables de mi madre.

Jack acababa de meter una escalera en la biblioteca, cuando reparó en la presencia de Karina.

– Hola -le dijo ella.

– Vaya -respondió él, parándose en seco-. Lo siento, no sabía que… Me marcharé en seguida.

– No es necesario. Solo he venido a transcribir mis notas -al ver que dudaba, ella continuó con cierta exasperación-. No voy a pedirte que me enseñes a besar. Lo del otro día fue un acto inmaduro, infantil y manipulador. Lo siento.

Él se volvió hacia ella.

– Buena., -continuó Karina-. La verdad es que no lo siento en absoluto. Pero sé que debería sentirlo. Lo estoy intentado, aunque, de momento, no lo consigo.

No podía evitarlo, lo hacía reír. También hacía que la deseara, que ansiara tenerla entre sus brazos.

¿Y si en lugar de ser una princesa hubiera sido una mujer normal? Sin duda, en aquel preciso instante estaría flirteando con ella, se estaría preguntando cómo iba a conseguir llevársela a la cama, estaría anticipando el dulce sabor de sus pezones, la suavidad de su piel. Se imaginaba la sensación de estar en sus brazos, de sentirla toda suya, de notar que el deseo crecía y crecía dentro de él hasta que, finalmente, podía hacerla suya, arrancándote un grito de placer.

¡Guau! Se esforzó por volver a la realidad y prestar atención a lo que ella acababa de decirle.

– ¿Notas? -preguntó él-. ¿Tienes que dar otra charla?

– No -respondió ella-. ¿No te he contado cuáles son mis tres objetivos para este verano?

– No -dijo él-. No recuerdo nada de esa

– Verás, mi primer objetivo es escribir una biografía sobre mi madre. ¿Recuerdas que fue asesinada por los rebeldes junto a mi padre?

Él asintió.

– Pues me gustaría recopilar toda la información que pueda sobre su vida, antes dé que sea demasiado tarde y todo se olvide.

– ¿Y tu padre? -le preguntó él.

– Han escrito toneladas de libros sobre él -dijo ella y se aproximó a la estantería para mostrarle uno de ellos-. Pero de mi madre nadie se ha acordado. Me gustaría contar su historia como un tributo a todas las mujeres de su tiempo. En realidad, se trataría de una memoria de cómo era Nabotavia antes de la revolución. Mi tío me está ayudando, pero también estoy entrevistando a los sirvientes mayores para que me cuenten anécdotas sobre su vida. Quiero obtener diferentes puntos de vista.

– ¿Cómo lo estás haciendo?

– Tengo una pequeña grabadora que pongo en marcha mientras habla la gente. Luego transcribo las notas. Mi tío revisa mi trabajo y me hace sugerencias.

– ¿De verdad? – estaba sinceramente impresionado. La imagen de una princesa malcriada que malgastaba su tiempo comiendo bombones no encajaba con ella.

– Cuando ya le haya dado forma, se lo enseñaré a algunos intelectuales nabotavios para que me den su sincera opinión. Espero que llegue a imprimirse y se lleve a la biblioteca nacional de mi país.

– Yo también lo espero -respondió él.

Era bastante ambiciosa a su modo y Jack admiraba su espíritu.

– Me gustaría que fuera un libro del que mi gente llegara a sentirse orgullosa. Al fin y al cabo, vivo para ellos.

Él notó un ligero tono amargo en su último comentario.

– ¿Cuáles son tus otros dos objetivos para el verano?

Ella sonrió.

– El segundo es aprender a cocinar.

Él la miró perplejo.

– ¿Para qué quieres aprender a cocinar? Siempre tendrás a gente que lo haga por ti.

– Pero no quiero ser una necia que no puede ni prepararse la comida. Pueden ocurrir muchas cosas y hay que estar preparado. Además, tú no sabes lo que es estar a merced de un chef real. Si de pronto le da el punto de decir que la crema de anchoas trae buena suerte o algo similar, puede convertir la hora de la comida en una tortura durante semanas. Créeme, lo he vivido. Es bueno estar listo para tomar el relevo si la cosa se pone muy mal.

Él asintió.

– ¿Y la tercera?

– La tercera es casarme.

Él la miró fijamente.

– Claro -dijo él, tratando de disimular la tensión-. ¿Qué tal van las cosas en ese tema?

– Bien. Nuestra próxima cena es el viernes. Habrá un montón de invitados especiales. Me pondré uno de los vestidos que elegí el otro día y vendrán a peinarme.

– Siempre te están peinando -dijo él.

Ella se rio.

– Claro, tengo que estar lo más guapa posible. Madame Batalli vendrá a ayudarme antes de cada fiesta.

– Ya -respondió él con cierto desdén. Madame Batalli debía de tener un millón de años y la peinaba como si fuera de su misma generación. Seguro que a Karina le gustaría algo más adecuado a su edad-. Y todo para poder cazar un marido poderoso.

Ella se quedó completamente inmóvil, mirándolo fijamente.

– No lo apruebas, ¿verdad?

Jack se quedó pensativo. ¿Quién era él para opinar? No era más que un empleado. No tenía derecho a reaccionar como lo estaba haciendo. Pero, antes de poder controlarlas, las palabras salieron de su boca.

– No, no lo apruebo. Me parece totalmente medieval. Es como vender a una hija al mejor postor. Me gustaría que te negaras a entrar en ese juego. Sinceramente, habría pensado que una mujer como tú, con todo lo que tienes en tu interior, jamás admitiría semejante barbaridad.

Ella se sintió como si acabara de abofetearla.

– Vaya…-dijo ella, herida.

– Lo siento. Pero tu me has preguntado.

– Sí, así es -lo miró fijamente-. Por lo que dices, no crees en la monarquía.

– Yo no he dicho eso -respondió él-. Fue útil en su momento, pero ahora tiene que dejar paso a otras cosas.

– ¿Y si la gente en mi país quiere la monarquía? ¿No tenemos cierta responsabilidad de atender a sus exigencias? Yo nací para darle a mi gente lo que necesita y creo que es mi obligación cumplir con ello.

El se preguntó cómo se había metido en aquella conversación.

– Fue tu gente la que te echó de allí.

– No. Fue solo un pequeño segmento de la población. Ahora se van a marchar y el pueblo parece querer nuestro regreso.

– ¿Así que, realmente, crees que se va a restituir la monarquía en Nabotavia?

– Sí, así es. Por eso tengo que casarme en otoño. Todos vamos a volver allí. Probablemente, mi hermano será coronado antes de finales de año.

Jack frunció el ceño.

– ¿Él quiere asumir ese cargo?

– Por supuesto. Es su destino y su obligación -ella notó que él la miraba con escepticismo-. A todos nos han educado con esa noción de responsabilidad y creo que es algo bueno. Nos ayuda a valorar más el bien ajeno que el nuestro propio. ¿No crees que uno se convierte en una mejor persona cuando se entrega la vida a una buena causa?

– Supongo que sí-murmuró él, recordando.

Karina asintió pensativa y lo miró con frialdad.

– ¿Eso lo haces para que no se me ocurra visitarte por las noches?

Él se aseguró que su rostro no diera muestras de sus sentimientos.

– No tiene nada que ver con eso-respondió.

– Bueno. En cualquier caso, gracias por advertirme. Estaré alerta.

Él se dio la vuelta con ímpetu y casi se tropieza con la duquesa, que acababa de hacer su entrada. La mujer asintió reverencialmente y frunció el ceño al mirar a su sobrina.

Jack salió a toda prisa.

– ¡Tía, no me mires así! Solo estábamos hablando.

La duquesa parecía escéptica.

– Creo que no fue buena idea contratar a ese hombre. Además, me he enterado de que está siendo investigado por encubrimiento criminal.

– ¡Es completamente inocente! – soltó Karina.

– ¿Cómo sabes tó eso?

– Yo… bueno, el señor Blodnick me lo dijo. Y lo conoce desde hace años.

La duquesa la miró con sospecha.

– Será mejor que tenga una charla con el señor Blodnick.

Karina sintió que el corazón se le aceleraba.

– ¡No voy a permitir que le despidas!

Su tía se indignó.

– ¿Por qué es tan importante para ti? ¿Qué está pasando aquí?

Karina reconoció de inmediato el error que había cometido hablando a su tía de ese modo. Con todo cuidado, recompuso sus formas, sustituyendo su indignación, por una actitud de ligera ofensa.

– Tía, no está ocurriendo absolutamente nada. Tengo demasiadas cosas en la cabeza como para que suceda nada más. Pero no me gustaría que despidieras a nadie injustamente, por acusaciones que son falsas. No me parece justo -sonrió a su tía.

Su tía pareció ligeramente pacificada.

– Bueno, en cualquier caso, no tengo tiempo de ocuparme de nada de eso ahora. Tengo que volar a San Francisco esta misma noche. Estaré de vuelta para la fiesta del viernes – suspiró-. Pero no quiero que te preocupes de nada que no sea tu futura boda y el regreso a Nabotavia. Esas son tus prioridades -se levantó de la mesa y se dirigió hacia la puerta-. Por cierto, mi hermano menor, el conde Boris, llegará la semana que viene. Se quedará con nosotros todo el verano. Te apreciaba mucho cuando eras pequeña. Espero que todavía os sigáis llevando bien.

Karina respiró aliviada al ver que su tía se marchaba y no prestó mucha atención a la noticia.

– Estoy segura que nos llevaremos bien – dijo sin pensar.

– Por supuesto -dijo la mujer, sonriente-. Yo también lo estoy.