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– ¿Así que, realmente, crees que se va a restituir la monarquía en Nabotavia?

– Sí, así es. Por eso tengo que casarme en otoño. Todos vamos a volver allí. Probablemente, mi hermano será coronado antes de finales de año.

Jack frunció el ceño.

– ¿Él quiere asumir ese cargo?

– Por supuesto. Es su destino y su obligación -ella notó que él la miraba con escepticismo-. A todos nos han educado con esa noción de responsabilidad y creo que es algo bueno. Nos ayuda a valorar más el bien ajeno que el nuestro propio. ¿No crees que uno se convierte en una mejor persona cuando se entrega la vida a una buena causa?

– Supongo que sí-murmuró él, recordando.

Karina asintió pensativa y lo miró con frialdad.

– ¿Eso lo haces para que no se me ocurra visitarte por las noches?

Él se aseguró que su rostro no diera muestras de sus sentimientos.

– No tiene nada que ver con eso-respondió.

– Bueno. En cualquier caso, gracias por advertirme. Estaré alerta.

Él se dio la vuelta con ímpetu y casi se tropieza con la duquesa, que acababa de hacer su entrada. La mujer asintió reverencialmente y frunció el ceño al mirar a su sobrina.

Jack salió a toda prisa.

– ¡Tía, no me mires así! Solo estábamos hablando.

La duquesa parecía escéptica.

– Creo que no fue buena idea contratar a ese hombre. Además, me he enterado de que está siendo investigado por encubrimiento criminal.

– ¡Es completamente inocente! – soltó Karina.

– ¿Cómo sabes tó eso?

– Yo… bueno, el señor Blodnick me lo dijo. Y lo conoce desde hace años.

La duquesa la miró con sospecha.

– Será mejor que tenga una charla con el señor Blodnick.

Karina sintió que el corazón se le aceleraba.

– ¡No voy a permitir que le despidas!

Su tía se indignó.

– ¿Por qué es tan importante para ti? ¿Qué está pasando aquí?

Karina reconoció de inmediato el error que había cometido hablando a su tía de ese modo. Con todo cuidado, recompuso sus formas, sustituyendo su indignación, por una actitud de ligera ofensa.

– Tía, no está ocurriendo absolutamente nada. Tengo demasiadas cosas en la cabeza como para que suceda nada más. Pero no me gustaría que despidieras a nadie injustamente, por acusaciones que son falsas. No me parece justo -sonrió a su tía.

Su tía pareció ligeramente pacificada.

– Bueno, en cualquier caso, no tengo tiempo de ocuparme de nada de eso ahora. Tengo que volar a San Francisco esta misma noche. Estaré de vuelta para la fiesta del viernes – suspiró-. Pero no quiero que te preocupes de nada que no sea tu futura boda y el regreso a Nabotavia. Esas son tus prioridades -se levantó de la mesa y se dirigió hacia la puerta-. Por cierto, mi hermano menor, el conde Boris, llegará la semana que viene. Se quedará con nosotros todo el verano. Te apreciaba mucho cuando eras pequeña. Espero que todavía os sigáis llevando bien.

Karina respiró aliviada al ver que su tía se marchaba y no prestó mucha atención a la noticia.

– Estoy segura que nos llevaremos bien – dijo sin pensar.

– Por supuesto -dijo la mujer, sonriente-. Yo también lo estoy.

Capítulo 7

LA princesa Karina estaba en la cocina a la mañana siguiente cuando oyó un sonido extraño. De pronto, se dio cuenta de que se trataba de su móvil. Lo había llevado a la cintura varios días sin que hubiera llegado a sonar.

– ¡Me están llamando! -gritó excitada en la habitación vacía.

Lo abrió emocionada.

– Hola, princesa, soy Jack Santini.

– ¡Jackí -el corazón le dio un vuelco-. ¡Esto es tan emocionante!

– ¿Qué sucede?

Su voz se llenó de preocupación y ella se rio a carcajadas.

– No pasa nada. Simplemente que es la primera llamada que recibo.

– Ya -pareció algo confuso por su reacción-. ¿Estás sola?

– Sí.

– Bien. Tengo noticias que darte. Esta tarde ibas a recibir a tu peluquera, ¿verdad?

– Sí.

– Pues me temo que madame Batalli no podrá venir hoy y te he buscado una sustituta.

Karina frunció el ceño.

– Pero madame Batalli lleva conmigo desde que yo tenía dieciséis años.

– Esa es razón más que suficiente para que pruebes con otra peluquera. No te preocupes, la persona que te he conseguido es de toda confianza. Es una amiga mía: Donna Blake.

– A quien, por casualidad, tenías a mano – Karina no estaba segura de que le gustara aquello-. No habrás despedido a madame Batalli.

– No, claro que no. Solamente le he dado unas vacaciones.

– ¿Qué?

– No pasa nada, todo está bien -dijo él rápidamente-. Solo quería advertírtelo. Te gustará Donna. Te voy a dar su número, así podrás llamarla para confirmar la cita.

Le dictó el teléfono a toda prisa.

– Jack…

– Confía en mí. Ahora me tengo que ir.

Al colgar, Karina se sintió tan confusa como alegre. Jack la había llamado por teléfono y eso era un acontecimiento.

– Quizá sea la primera de una larga serie de llamadas -dijo ella en alto.

Claro que cuanto más lo pensaba más cuenta se daba de que las llamadas no serían sino un modo de evitar el contacto cara a cara con ella. De pronto, reparó en que las mujeres usaban el teléfono para mantener a su gente cerca. Los hombres lo hacían para mantenerla lejos.

Así que ese era su punto de vista. Bien. Pues ella iba a hacer que su arma para mantenerla a distancia se convirtiera en un instrumento para el acercamiento.

Agarró el móvil, marcó su número y esperó a que respondiera.

Jack suspiré y sonrió al pensar en Karina. Era tan abierta, tan inocente, tan carente de malicia.

Se sentía mal al reconocer que la iba a manipular tal y como muchas mujeres habían tratado de manipularlo a él en el pasado.

De algún modo, le estaba mandando una espía. Bueno, no exactamente una espía, pero sí algo parecido.

Aunque no era justo calificar así a su amiga, Donna era un verdadero encanto y Karina necesitaba una amiga. En el instante en que había pensado en darle a la princesa una necesaria compañía, Donna le había venido a la mente. Los dos habían vivido en el mismo grupo el año antes de que él entrara en la Armada. Aunque era unos años más joven que él, su amistad había perdurado desde entonces. Incluso habían compartido un apartamento como amigos cuando él había dejado el ejército. Donna era un persona tan honesta y con un brillo tan particular que tema la certeza de que a Karina le agradaría. Era una de esas personas que gustaba a todo el mundo.

Karina le había dicho que no tenía amigas. Pues bien, Donna lo sería si ella la aceptaba.

No obstante, algo hacía que se sintiera culpable. Probablemente, los motivos que lo habían impulsado a llamar a Donna.

Sabía, además, que la duquesa jamás aprobaría a alguien como ella; Pero, al fin y al cabo, iba a estar ausente durante un par de días y no podría opinar.

Su teléfono móvil volvió a sonar.

– ¿Diga?

– Hola, soy yo.

– Vaya, qué sorpresa -dijo él con una gran sonrisa.

– Dado que ahora podemos mantener contacto a fravés del teléfono, quizá sería bueno que nos inventáramos un código secreto por si alguna vez me secuestran. Así podría darte mi localización.

– Si alguien te secuestrara, lo primero que haría sería quitarte el móvil.

– No si fueran los Sinigonian. Son demasiado estúpidos.

– ¿Quiénes son los Sinigonian?

– Los que me secuestraron la última vez.

Jack se quedó completamente perplejo.

– ¿Te han secuestrado en alguna ocasión? ¿Cómo es que nadie me lo había dicho?

– Por que ocurrió hace mucho. No fue grave.

– ¿Que no fue grave? No daba crédito a lo que estaba oyendo.

– ¿Dónde estás?-te preguntó con preocupación.

– En la cocina. Pero estoy muy ocupada…