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Gordon se inclinó hacia adelante.

– Piense en los crímenes más repulsivos, señor Page. Piense en Bundy, Manson, Dahmer. El hombre que deja estas notas es más inteligente y mucho más peligroso que cualquiera de ellos, ya que aquellos están muertos o en prisión. El hombre tras el cual está usted es el que se fue.

– ¿Usted sabe quién es? -le preguntó Alan.

Gordon asintió.

– He estado esperando a que salga a la luz durante diez años.

La mujer hizo una pausa. Miró el vapor que subía desde su taza. Luego volvió a mirar a Alan.

– Este hombre es astuto, señor Page, y es diferente. No es humano, de la forma en que nosotros pensamos acerca de un ser humano. Sabía que no podría controlarse para siempre, y tuve razón. Ahora ha salido a la superficie y yo puedo atraparlo, pero necesito su ayuda.

– Si puede esclarecer esto, usted tendrá toda la ayuda que necesite. Pero todavía estoy algo confundido acerca de quién es usted y de qué hablamos.

– Por supuesto. Lo siento. Estuve involucrada en este caso por tanto tiempo, que me olvido que otra gente no sabe lo que sucedió. Y usted necesitará saber todo o no lo comprenderá. ¿Tiene tiempo señor Page? ¿Puedo contárselo ahora? No creo que podamos esperar, incluso hasta mañana. No mientras él todavía está allí afuera, libre.

– Si no está fatigada.

Gordon miró a Alan a los ojos con una intensidad que lo obligó a éste a desviar la vista.

– Siempre estoy fatigada, señor Page. Hubo un tiempo en que no podía dormirme sin pastillas para dormir. Eso acabó, pero las pesadillas no han cesado y todavía no duermo bien. No lo haré hasta que lo atrape.

Alan no supo qué decir. Gordon bajó la vista. Bebió más café. Luego le contó a Alan Page lo de Hunter's Point.

Segunda Parte

Hunter´s Point

Capítulo 5

1

La irregular y gran casa colonial de dos plantas estaba a mitad de una calle sin salida, bien apartada del camino. Un gran jardín bien cuidado creaba la ancha zona de amortiguación entre la casa y las otras que estaban en la vereda de enfrente. Un Ferrari de color rojo estaba estacionado en la entrada para automóviles, delante de un garaje para tres coches.

Nancy Gordon supo que la situación sería mala tan pronto como vio las asombradas expresiones en los rostros de los vecinos, quienes se agrupaban detrás de las barreras impuestas por la policía. Estaban impresionados por la presencia de los patrulleros y de una ambulancia de la morgue, en los tranquilos barrios periféricos de Meadows, lugar en que las casas comenzaban desde un valor de medio millón y el crimen simplemente no estaba permitido. Supo que sería verdaderamente malo cuando vio los sombríos rostros de los dos detectives de la división homicidios que conversaban en voz baja, en el jardín, cerca de la puerta del frente.

Nancy estacionó su Ford detrás de un automóvil marcado y se escabulló a través de los caballetes. Frank Grimsbo y Wayne Turner dejaron de conversar cuando la vieron. Vestía un par de pantalones vaqueros y una camiseta. La llamada se había producido cuando ella se acomodaba frente al televisor vestida con una andrajosa bata, bebiendo un vino blanco barato y mirando a los Mets ganarle por escándalo a los Dodgers. La ropa constituía para ella lo primero que encontraba y lo último en lo que pensaba.

– Newman dijo que hay un cadáver esta vez -dijo ella, excitada.

– Dos.

– ¿Cómo podemos estar seguros de que se trata de él? -preguntó Nancy.

– La nota y la rosa estaban en el suelo, cerca de la mujer -contestó Grimsbo. Este era un hombre grande con vientre abultado, producto de la cerveza, y ralo cabello negro, vestido con una barata campera y pantalones de poliéster.

– Es él -dijo Turner, un hombre enjuto y negro de cabello corto y encrespado y un permanente gesto ceñudo, que cursaba su segundo año de la facultad de derecho, en el turno de la noche-. El primer policía que apareció en la escena fue lo suficientemente inteligente como para imaginar lo que sucedería. Me llamó de inmediato. Michaels se apoderó de la nota y de la escena del crimen antes de que entrara cualquier otro.

– Eso fue una ayuda. ¿Quién es la segunda víctima?

– Melody Lake -contestó Grimsbo-. Tenía seis años, Nancy.

– Oh, mierda. -La excitación que sintió cuando por fin encontraba un cuerpo desapareció al instante-. ¿Él… le hizo algo?

Turner negó con la cabeza.

– No hubo abuso sexual.

– ¿Y la mujer?

– Sandra Lake. La madre. Muerte por estrangulación. Además la golpearon realmente mucho, pero no hay evidencia de actividad sexual. Por supuesto que no se le ha practicado la autopsia.

– ¿Tenemos testigos?

– No lo sé -contestó Grimsbo-. Tenemos policías hablando con vecinos, pero aún no hay nada. El marido encontró los cuerpos y llamó a la policía al 911, alrededor de las ocho quince. Dice que no vio a nadie, de modo que el asesino debe de haberse marchado antes de que regresara el marido. Tenemos una calle sin salida aquí que conduce a Sparrow Lane, el único camino para salir del barrio. El marido habría visto a alguien que entraba o que salía.

– ¿Quién habló con él?

– Yo, durante unos minutos -contestó Turner-. Y los primeros policías que llegaron al lugar, por supuesto. Estaba bastante desequilibrado como para poder razonar. Tú lo conoces, Nancy.

– ¿Sí?

– Es Peter Lake.

– ¿El abogado?

Grimsbo asintió.

– Él defendió a Daley.

Nancy frunció el entrecejo y trató de recordar lo que podía acerca de Peter Lake. Ella no había intervenido directamente en la investigación del caso Daley. Todo lo que recordaba del abogado de la defensa era su buen aspecto y sus modales eficientes. Nancy había estado en el estrado de los testigos menos de media hora.

– Será mejor que entre -dijo Nancy.

La entrada de la casa era enorme. Una pequeña araña colgaba del techo. La gran sala de estar estaba directamente ante ella. La habitación era inmaculada. Pudo ver un pequeño lago artificial a través de la ventana como si fuera un gran cuadro. Colocadas en forma estratégica por la habitación, lo más probable por un decorador de interiores, había mesas de nogal claro con la parte superior de granito, sillas y un sofá en tonalidades pastel y tapices de macramé que colgaban de las paredes. Se veía más como una sala de exposiciones que como un lugar donde vivía gente.

Una ancha escalera salía hacia la izquierda. La barandilla de lustrada madera seguía una curva de escalones que conducían al segundo piso. Las columnas que sostenían la baranda estaban dispuestas a espacios no muy separados. A través de dichos espacios, a mitad de la escalera, Nancy vio un pequeño bulto cubierto por una frazada. Se volvió para no mirar.

Los técnicos del laboratorio estaban buscando huellas, tomando fotografías y recogiendo evidencia. Bruce Styles, el médico forense, estaba de espaldas en medio de la entrada, entre un oficial de uniforme y uno de sus ayudantes.

– ¿Terminó? -preguntó Nancy.

El médico asintió y dio un paso al costado. La mujer estaba boca abajo sobre la blanca alfombra. Tenía un vestido blanco de algodón. Parecía bien apropiado para el calor del día. Estaba descalza y con la cabeza dada vuelta. La sangre enmarañaba su cabello marrón. Nancy supuso que la habían volteado de un golpe propinado en la cabeza, y Styles confirmó su sospecha.