Выбрать главу

Cien flexiones. Arriba, abajo, arriba, abajo. Su estómago estaba tan tenso como un tambor. Sus pensamientos, en la oscuridad, en el estacionamiento, con Lake. ¿Debería contarles a Frank y a Wayne? ¿Lo estaba imaginando? ¿Desviarían esas sospechas suyas la investigación y dejarían que el verdadero asesino se escapara?

Eran las seis y quince. Las pesas estaban en una sala pequeña junto al dormitorio. El sol comenzaba a ascender sobre los barrios ricos del Este. Nancy se quitó sus calzas y la camiseta y las arrojó al canasto de la ropa sucia. Había subido de peso después de la muerte de Ed. Salvo por un mes cuando se estuvo recuperando de un estiramiento, durante el segundo año del secundario, era la primera vez que no había hecho gimnasia con regularidad. Ahora había perdido peso y podía ver los músculos marcados de su vientre y de las piernas. El agua caliente la aflojó. Se lavó el cabello. No dejó un momento de pensar en Peter Lake.¿Por qué no se habían encontrado antes cadáveres? ¿Por qué los asesinatos de las Lake fueron diferentes? Sandra Lake había sido asesinada, aparentemente, de manera rápida. ¿Por qué? ¿Y por qué la habría asesinado Peter? ¿Había descubierto ella algo que lo vinculaba con los otros asesinatos y lo enfrentaba con la evidencia? Y aquello aún dejaba la pregunta más difícil de todas: ¿era Lake un monstruo tal que llegaría a asesinar a su propia hija para cubrir sus otros crímenes?

Mientras se vestía, Nancy trató de encontrar algún hecho concreto que pudiera presentarles a los otros detectives. Una prueba que vinculara a Peter con los crímenes. No encontró nada. Por el momento, debería guardarse aquellos sentimientos para sí.

7

Frank Grimsbo se pasó el antebrazo por la frente, manchando la manga de su saco con sudor. Llevaba puesta una camisa de mangas cortas de color blanco y pantalones marrones de poliester. Se abrió el nudo de su corbata estampada y se desabrochó el botón superior. El calor lo estaba matando y no podía pensar en otra cosa que no fuera una cerveza helada.

Herbert Solomon abrió la puerta al tercer timbre. Fatigado, Grimsbo levantó su placa y se identificó.

– ¿Se trata de los Lake, no es así? -preguntó Solomon, un fornido hombre de mediana estatura que lucía una barba bien cuidada y vestía unas bermudas sueltas a cuadros verdes y rojos y una camiseta amarilla.

– Eso es, señor Solomon. Mi socio y yo estamos haciendo un recorrido por el barrio.

– Yo ya hablé con un policía la noche en que sucedió.

– Lo sé, señor. Soy detective de un equipo especial de investigaciones que indaga todo lo relativo al asesinato, y deseo preguntarle algunos detalles.

– ¿Hubo otras muertes? Yo pensé que las mujeres habían desaparecido simplemente.

– Eso es, pero estamos pensando en lo peor.

– Entre y salga de este calor. ¿Puedo traerle una cerveza, o tiene prohibido beber cuando está de servicio?

Grimsbo sonrió.

– Una cerveza estaría muy bien.

– Espere aquí y le traeré una -dijo Solomon, señalando la pequeña habitación del frente. Grimsbo se abrió la camisa y caminó hacia la salita. Gracias a Dios que estaban recorriendo Meadows. donde todos tenían aire acondicionado.

– Espero que esto esté lo suficientemente fresco para usted -dijo Solomon, ofreciéndole a Grimsbo una Budweiser. Se colocó la botella contra la frente y cerró los ojos. Luego tomó un sorbo.

– Hombre, esto sí que da en el blanco. Desearía que pudieran inventar la forma de poner aire acondicionado allí afuera.

Solomon rió.

– ¿Es usted contador?

– Contador público nacional.

– Me lo imaginé -dijo Grimsbo, señalando con su cerveza dos grandes bibliotecas llenas de libros de práctica contable e impuestos. Ante la única ventana de la habitación había un escritorio. En el centro de éste, una computadora e impresora, junto a un teléfono. La ventana miraba sobre Sparrow Lane, a través de un ancho parque.

– Bueno -dijo Grimsbo, después de tomar otro trago de su botella-, déjeme hacerle unas preguntas y obtener así alguna información. ¿Estuvo usted en los alrededores la noche en que la señora Lake y su hija fueron asesinadas?

Solomon dejó de sonreír y asintió.

– Pobre bastardo.

– ¿Conoce usted a Peter Lake?

– Seguro. Los vecinos y todos. En Meadows tenemos un comité de propietarios. Pete y yo estábamos en él. Jugábamos dobles en el torneo de tenis. Marge, mi esposa; ella y Sandy eran buenas amigas.

– ¿Está su esposa en casa?

– Está en el club, jugando golf. Yo no tenía ganas con este calor. -Grimsbo dejó su cerveza y tomó un anotador y lapicera del bolsillo interior de la chaqueta.

– ¿Alrededor de qué hora llegó usted a casa la noche en que sucedió?

– Debían de ser cerca de las seis.

– ¿Vio algo fuera de lo normal aquella noche?

– Nada. Nos quedamos en el comedor hasta que terminamos la cena. El comedor mira al patio trasero. Luego fuimos a la sala de estar por unos minutos. Está también en la parte trasera de la casa. Después de eso estuve aquí trabajando con la computadora con las persianas bajas.

– Muy bien -dijo Grimsbo, reticentemente preparado para dar por finalizada la entrevista y volver a traquetear por el calor.

– Una cosa que me olvidé cuando el oficial habló conmigo la noche del asesinato. Había tal excitación… y Marge estaba histérica. Sí, vi regresar a Pete a su casa.

– ¿Oh, sí? ¿Cuándo fue eso?

– Puedo ser bastante exacto en eso. Los Yankees jugaron ese día y yo vi los resultados en el programa de deportes de la CNN, que da los resultados cada veinte minutos pasados la hora. Entré en mi estudio justo después de los resultados, de modo que creo que serían las siete y veintidós o algo así. Vi el Ferrari de Pete cuando cerré las persianas.

– ¿Llegaba él a su casa?

– Correcto.

– Y usted está seguro de la hora.

– Veinte minutos pasados la hora, cada hora. De modo que puede haber sido alrededor de esa hora, agréguele o quítele un minuto.

– ¿Vio en algún momento el camión de la florería en cualquier momento de aquella noche, cerca de Meadows o en el barrio?

Solomon pensó por un segundo.

– Había un service de televisores en Osgoods. Ése fue el único vehículo extraño que vi.

Grimsbo se levantó de su asiento y extendió la mano.

– Gracias por la cerveza.

Wayne Turner estaba apoyado contra el coche, con aspecto tan fresco con su traje tostado y su corbata marrón que le molestó a Grimsbo.

– ¿Tuviste suerte? -preguntó Turner, mientras se separaba del automóvil.

– Nada. Oh, Solomon, el último tipo con el que hablé vio que Lake llegaba a su casa alrededor de las siete y veinte. Otra cosa que no sea ésa, no tengo nada que sea distinto de lo que está en los informes de los policías.

– Yo tampoco tengo nada, pero no me sorprende. En un barrio como Meadows, las casas tienen terreno. Ellos no viven unos encima de otros. Menos oportunidad de que vean lo que pasa en la casa del vecino. Y, con un calor como éste, están todos en el interior con el aire acondicionado o afuera en sus clubes de campo.

– Entonces, ¿qué hacemos ahora?

– Volver.

– ¿Conseguiste algo del camión de la florería? -preguntó Grimsbo, cuando puso el automóvil en marcha.

– Había un service de televisión en Osgoods, pero no de la florería.

– Sí, yo también tengo al tipo de la televisión. ¿Qué opinas de Waters?

– No opino nada, Frank. ¿Lo has visto?

Grimsbo negó con la cabeza.

– ¿Nuestro asesino debe de tener un alto coeficiente intelectual, no es así? Waters tiene cero. Un chico flaco con el rostro lleno de granos. Tiene un asomo de barba. Si no es retardado mental, no está lejos de eso. Dejó la escuela antes de terminar. Tiene dieciocho años. Trabajaba como empleado en una gasolinera y como ascensorista en Safeway. Cuando lo arrestaron por masturbarse en la ventana de una vecinita de dieciséis años, perdió su trabajo. El padre de la chica lo hizo escupir mierda.