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– Se oye bastante patético -observó Grimsbo.

– El tipo no tiene vida. Vive con su madre. Ésta tiene casi setenta años y está mal de salud. Lo seguí por unos días. Es un robot. Todos los días hace la misma rutina. Sale del trabajo y camina hasta el One Way Inn; este bar está a mitad de camino de su casa. Pide dos cervezas, se las toma, no le dice nada a nadie, ni siquiera al encargado del bar. Cuarenta y cinco minutos después de entrar, se marcha, va derecho a su casa y se la pasa mirando televisión con su madre. Hablé con su jefe y con los vecinos. Si tiene amigos, nadie sabe quiénes son. Tuvo este empleo de entregas de la florería Evergreen durante más tiempo que los otros.

– ¿Lo estás eliminando?

– Es una posibilidad remota. Un tipo un poco torcido, seguro, pero yo no lo convierto en nuestro asesino. No es lo suficientemente inteligente como para ser nuestro muchacho. No tenemos nada con Waters.

– No tenemos nada, punto.

Glen Michaels entró en la oficina del equipo de investigación justo cuando Grimsbo y Turner terminaban los informes sobre sus entrevistas en Meadows.

– ¿Qué conseguiste? -preguntó Grimsbo. Ya se había quitado la chaqueta y estaba estacionado junto al pequeño ventilador.

– Nada en absoluto -dijo Michaels-. Es como si el tipo jamás hubiera estado allí. Acabo de terminar mi trabajo en el laboratorio. Todas las impresiones concuerdan con las de las víctimas, las de Lake o de algunos de los vecinos. No hay nada para hacer una prueba de ADN. Ni cabellos, ni fibras, ni semen, nada. Éste es un tipo inteligente, caballeros.

– ¿Crees que conoce los procedimientos de la policía? -preguntó Turner.

– Debo creerlo. Jamás he visto escenas de un crimen tan limpias.

– De todas maneras -dijo Michaels, rumbo a la puerta-, me voy de aquí. Este calor me hace hervir la sangre.

Turner se volvió hacia Grimsbo.

– Este tipo está comenzando a cansarme. Nadie puede ser tan bueno. No deja huellas, ni cabellos, nadie lo ve. Cristo, tenemos todo un barrio lleno de gente y ninguno informa nada fuera de lo normal. No hay extraños que merodeen, ni siquiera un automóvil que sea extraño. ¿Cómo entra y cómo sale?

Grimsbo no contestó. Tenía el entrecejo fruncido. Se irguió en su asiento y se puso de pie, luego se dirigió al archivo donde ellos tenían una ficha maestra de este caso.

– ¿Qué sucede? -preguntó Turner.

– Algo… Sí, aquí está.

Grimsbo sacó un informe del archivo y se lo enseñó a Turner. Era un informe de una página del telefonista que había tomado la llamada del 911 que hiciera Peter Lake.

– ¿Lo ves? -preguntó Grimsbo.

Turner leyó el informe y negó con la cabeza.

– La hora -dijo Grimsbo-. Lake llamó al 911 a las ocho y quince.

– ¿Sí? ¿Y?

– Solomon dijo que lo vio llegar a las siete y veinte. Estaba seguro, pues acababa de escuchar los resultados de los partidos. La CNN los da a los veinte minutos de transcurrida la hora.

– Y los cuerpos estaban allí en la recepción -dijo Turner, comprendiendo de pronto.

– ¿Cuánto tiempo lleva estacionar un automóvil, abrir la puerta? Démosle a Lake el beneficio de la duda y supongamos que Solomon se equivocó un poco. Él aún habría estado adentro para las siete y treinta.

– Mierda -dijo Turner suavemente.

– ¿Tengo razón, Wayne? -Preguntó Grimsbo.

– No lo sé, Frank. Si fuera tu mujer y tu hija… quiero decir, estarías en estado de conmoción.

– Seguro, el tipo estaba planchado. Dijo que se sentó un rato en las escaleras. Sabes, para recomponerse. Pero ¿durante cuarenta y cinco minutos? Ah, ah. Algo no va bien. Creo que pasó mucho tiempo limpiando la escena del crimen.

– ¿Cuál es el motivo? Jesús, Frank, tú le viste la cara. ¿Por qué le haría eso a su propia esposa?

– Tú sabes por qué. Ella sabía algo, ella encontró algo y cometió el error de decírselo a Lake. Piénsalo, Wayne. Si Lake las mató, eso explica la ausencia de pistas en la escena del crimen. No habría ningún automóvil extraño en el barrio, ni huellas que no concordaran con las de los Lake o de los vecinos.

– No lo sé…

– Sí, lo sabes. Él mató a la niña. Su propia hija.

– Cristo, Frank, Lake es un abogado de éxito. Su esposa era hermosa.

– Tú oíste a Klien. El tipo que buscamos es un monstruo, pero nadie lo verá. Es gentil, apuesto, el tipo de hombre que las mujeres dejarían entrar en sus casas sin pensarlo dos veces. Podría ser un abogado de éxito con una mujer hermosa. Podría ser cualquiera que no estuviera en sus cabales y que trabajara en algún mundo psicótico donde todo esto tiene sentido.

Turner caminó por la habitación mientras Grimsbo esperaba en silencio. Por fin, Turner se sentó y tomó una fotografía de Melody Lake.

– No haremos nada estúpido, Frank. Si Lake es nuestro asesino, es un engañoso hijo de puta. Una insinuación que hagamos sobre él, y buscará la forma de cubrirse.

– ¿Entonces cuál es el paso siguiente? No podemos traerlo y hacerlo sudar. Sabemos que no tenemos nada de Lake que lo conecte con las otras escenas del crimen.

– Estas mujeres no fueron elegidas al azar. Si es el asesino, todas ellas tienen algo con que conectarse con Lake. Debemos volver a entrevistar a los maridos, volver a los informes y volver a verificar las listas con Lake en la mente. Si tenemos razón, algo vamos a encontrar.

Los dos hombres se sentaron en silencio por un instante, imaginando ángulos.

– Nada de esto estará en un informe -dijo Turner-. Lake podría encontrarlo cuando esté aquí.

– Correcto -contestó Grimsbo-. Será mejor que me lleve conmigo la entrevista con Solomon.

– ¿Cuando le contamos a Nancy y al jefe?

– Cuando tengamos algo en concreto. Lake es muy inteligente y tiene conexiones políticas. Si es él, no deseo que lo ventile, quiero que lo atrapen.

8

Cuando sonó el teléfono. Nancy Gordon estaba en un sueño profundo. Se sacudió por un momento, aturdida, antes de darse cuenta de lo que sucedía. El teléfono siguió sonando, hasta que lo pudo encontrar en la oscuridad.

– ¿Detective Gordon? -dijo el hombre en el teléfono.

– Hable -dijo Nancy, mientras trataba de orientarse.

– Habla Jeff Spears. Soy de la patrulla. Hace quince minutos recibimos la queja sobre un hombre que está sentado en un automóvil en la esquina de Bethesda y Champagne. Parece que ha estado allí estacionado durante tres noches seguidas. Uno de los vecinos se ha preocupado. De todos modos, el oficial De Muniz y yo hablamos con el tipo. Se identificó como Peter Lake. Dice que está trabajando con el equipo de investigación en los asesinatos de esas mujeres. Él me dio su nombre.

– ¿Qué hora es? -preguntó Nancy. Lo último que deseaba era encender la luz y quemarse los ojos.

– La una y treinta. Perdón por despertarla -se disculpó Spears.

– No, está bien -le contestó, mientras ubicaba el reloj digital y confirmaba la hora-. ¿Está Lake allí?

– Justo a mi lado.

Nancy respiró profundo.

– Póngalo al habla.

– ¿Nancy? -preguntó Lake.

– ¿Qué sucede?

– ¿Desea que le explique con el oficial aquí a mi lado?