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El sol comenzaba a bajar cuando Nancy Gordon siguió a Wayne Turner y a Frank Grimsbo por el camino de lajas que conducía a la puerta del frente de la casa de Waters. Michaels esperó en el automóvil, en caso de que se necesitara procesar una escena de crimen. Tres oficiales uniformados se estacionaron detrás de la casa, en un callejón que dividía la cuadra. Dos policías precedieron a los detectives por el camino y se colocaron, con las armas prontas pero escondidas, del otro lado de la puerta.

– Tomémoslo con calma y seamos amables -dijo cauto Turner-. Quiero su consentimiento, o la búsqueda y requisa podrían tornarse complicados.

Todos estuvieron de acuerdo. Ninguno hizo una broma sobre Turner y su facultad de derecho, tal como lo podrían haber hecho en otras circunstancias. Nancy miró hacia atrás, al pasto crecido dei jardín del frente. La casa estaba maltratada por el tiempo. La pintura marrón se estaban descascarando. La hoja de una de las ventanas colgaba de un tornillo. Nancy espió por una grieta que había entre la persiana y el antepecho. No había nadie en la habitación de adelante. Oyeron la televisión en algún lugar al fondo de la casa.

– Tendrá menos miedo si ve a una mujer -dijo Nancy.

Grimsbo asintió y Nancy tocó el timbre. Tenía puesto una chaqueta que ocultaba la cartuchera de su arma. Aquel día el calor de la estación les había dado un respiro, aunque todavía estaba cálido. Pudo sentir una gota de sudor que le bajaba por el costado del cuerpo.

Nancy tocó el timbre una segunda vez y el volumen del televisor bajó. Vio que una sombra se movía por el pasillo, a través de la cortina de satén opaco que cubría el vidrio de la mitad superior de la puerta. Cuando esta se abrió, Nancy abrió la puerta de tejido metálico y sonrió. El hombre delgaducho, de miembros laxos, en cambio, no le sonrió. Tenía puestos unos vaqueros y una camiseta manchada. Su cabello largo y grasoso no estaba peinado. Los ojos inexpresivos de Waters estaban fijos, primero en Nancy y luego en los oficiales uniformados. Frunció el entrecejo, como si estuviera resolviendo un problema de cálculo. Nancy dejó que viera su identificación.

– Señor Waters, soy Nancy Gordon, detective del Departamento de Policía de Hunter's Point.

– No hice nada -dijo Waters, a la defensiva.

– Estoy segura de que es así-contestó Nancy, con tono firme pero amistoso-, pero recibimos información que nos gustaría verificar. ¿Le importaría dejarme pasar?

– ¿Quién es? -llamó una voz débil desde la parte trasera de la casa.

– Es mi mamá -explicó Waters-. Está enferma.

– Lo siento. Trataremos de no molestarla.

– ¿Por qué tienen que molestarla? Está enferma -preguntó Waters, con una ansiedad que iba en aumento.

– Usted no me comprendió, señor Waters. No molestaremos a su mamá. Sólo deseamos mirar. ¿Podemos hacer eso? No llevará mucho tiempo.

– No hice nada -repitió Waters, con los ojos que se movían ansiosos entre Grimsbo y Turner, luego hacia los oficiales de policía-. Hable con la señorita Cummings. Ella es mi agente judicial. Ella les dirá.

– Hablamos con su agente judicial de vigilancia y ella nos dio un muy buen informe. Dice que usted cooperó totalmente con ella. A nosotros también nos gustaría tener su cooperación. No deseará que nos quedemos aquí esperando mientras uno de los oficiales va a buscar una orden de allanamiento, ¿o sí?

– ¿Por qué tienen que revisar mi casa? -preguntó enfadado Waters. Los policías se pusieron en guardia-. ¿Por qué demonios no me dejan en paz? Ya no miré más a esa chica. Estoy trabajando bien. La señorita Cummings se los puede decir.

– No hay necesidad de enfadarse -le contestó Nancy con calma-. Cuanto más pronto miremos, más rápidamente no nos verá más el pelo.

Waters lo pensó.

– ¿Qué es lo que desean ver? -preguntó.

– El sótano.

– No hay nada en el sótano -dijo Waters, mostrándose genuinamente molesto.

– Entonces no estaremos aquí mucho tiempo -le aseguró Nancy.

Waters gruñó.

– El sótano. Pueden ver todo el sótano que deseen. No hay nada sino arañas allí.

Waters les señaló un pasillo oscuro que conducía a unas escaleras en el fondo de la casa.

– Por qué no viene con nosotros, señor Waters. Nos puede mostrar el camino.

El pasillo estaba oscuro, pero había luz en la cocina. Nancy vio un fregadero lleno de platos sucios y los restos de dos cenas sobre la mesa de fórmica. El suelo de la cocina estaba manchado y sucio. Había una sólida puerta de madera debajo de la escalera, junto a la entrada de la cocina. Waters la abrió. Luego sus ojos se abrieron y retrocedió. Nancy lo empujó para pasar. El olor era tan fuerte que la hizo retroceder un paso.

– Quédense con el señor Waters -dijo Nancy a los oficiales. Respiró profundo y pulsó el interruptor en la parte superior de las escaleras. No había nada anormal al pie de los escalones de madera. Nancy sostuvo su arma con una mano y la desvencijada barandilla con la otra. El olor a muerte se hizo más fuerte a medida que descendía. Grimsbo y Turner la siguieron. Ninguno hablaba.

A mitad de camino, Nancy se agachó y miró el sótano. La única luz que provenía de una bombilla colgaba del techo. En uno de los rincones pudo ver un horno. Extraños muebles, en general de aspecto ruinoso, estaban apilados contra una pared rodeada de cajas de diarios y viejas revistas. Una puerta trasera se abría al pozo de hormigón de la escalera, en la parte posterior de la casa, cerca del callejón. La mayor parte del rincón cerca de la puerta estaba en sombras, pero Nancy pudo distinguir un pie humano y un charco de sangre.

– Mierda -murmuró, tomando aire.

Grimsbo pasó a su lado. Nancy lo siguió de cerca. Sabía que nada de lo que había en el sótano la podía lastimar, pero tenía problemas para respirar. Turner dirigió una linterna hacia el rincón y la encendió.

– Jesús -pudo decir con una voz estrangulada.

La mujer desnuda estaba tendida en el suelo frío de hormigón, nadando en sangre y rodeada de un sobrecogedor olor a materia fecal. No había sido "asesinada". Había sido violada y deshumanizada. Nancy vio los parches de carne chamuscada donde la piel no estaba ni manchada de sangre ni de heces. Los intestinos de la mujer habían estallado por el agujero abierto de su vientre. Le recordaron a Nancy las tiras de salchichas mojadas. Debió volver la cabeza.

– Traigan a Waters -berreó Grimsbo. Nancy pudo ver los tendones de su cuello que se estiraban. Los ojos que reventaban.

– No pongas una mano sobre él, Frank -llegó a decir Turner entre tartamudeos.

Nancy tomó el macizo brazo de Grimsbo.

– Wayne tiene razón. Yo manejo esto. Retírate.

Un oficial obligó a Waters a bajar las escaleras. Cuando éste vio el cuerpo, se puso blanco y cayó de rodillas. Trató de pronunciar palabras, pero ningún sonido salió de su boca.

Nancy cerró los ojos y se recompuso. El cuerpo no estaba allí. No había olor en el aire. Se arrodilló cerca de Waters.

– ¿Por qué, Henry? -le preguntó suavemente.

Waters la miró. Su rostro estaba descompuesto y gemía como un animal herido.

– ¿Por qué? -repitió Nancy.

– Oh, no. Oh, no -lloró Waters, sosteniéndose la cabeza con las manos. La cabeza iba de atrás hacia adelante con cada negación, con el largo cabello que se movía al ritmo.

– ¿Entonces quién hizo esto? Ella está aquí, Henry. En tu sótano.