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– Melanie y yo nos amigamos. ¿Papi y tú harán también las paces?

– Tal vez. Ahora no lo sé. Mientras tanto, papi vive en otro lugar.

– ¿Está enfadado papá contigo porque debió pasarme a buscar por la escuela?

– ¿Qué te hace preguntar eso?

– Estaba muy enfadado el otro día y yo oí que discutían por mí.

– No, cariño -dijo Betsy, abrazando a Kathy-. Esto no tiene nada que ver contigo. Es entre nosotros dos. Estamos enfadados entre nosotros.

– ¿Por qué? -preguntó Kathy. La mandíbula le temblaba.

– No llores, cariño.

– Yo quiero a mi papá -dijo, llorando en el hombro de Betsy-. Yo no quiero que él se vaya.

– Él no se irá. Siempre será tu papá, Kathy. Él te ama.

De pronto Kathy se separó de Betsy y se bajó de su falda.

– Es culpa tuya por trabajar -le gritó.

Betsy se sintió sorprendida.

– ¿Quién te dijo eso?

– Papá. Tú deberías quedarte en casa conmigo como la mamá de Melanie.

– Papá trabaja-dijo Betsy, tratando de mantener la calma-. Él trabaja más que yo.

– Se supone que los hombres trabajan. Se supone que tú debes cuidar de mí.

Betsy deseó que Rick estuviera allí para poder golpearlo con los puños.

– ¿Quién se quedó en casa contigo cuando tuviste gripe? -le preguntó Betsy

Kathy pensó por un momento.

– Tú, mami -le contestó mirándola a los ojos.

– ¿Y cuando te lastimaste la rodilla en la escuela, quién te trajo a casa?

Kathy miró el suelo.

– ¿Qué quieres ser cuando seas grande?

– Actriz o doctora.

– Eso es un trabajo, cariño. Las doctoras y las actrices trabajan como las abogadas. Si te quedaras en casa todo el día, no podrías hacer ese trabajo.

Kathy dejó de llorar. Betsy volvió a recomponerse.

– Yo trabajo porque es divertido. También me ocupo de ti. Eso es más divertido. Yo te amo más a ti que a mi trabajo. No es una competencia. Pero no me quiero quedar todo el día en casa sin hacer nada mientras tú estás en el colegio. Sería aburrido, ¿no te parece?

Kathy pensó en eso.

– ¿Te amigarás con papá como yo lo hice con Melanie?

– No estoy segura, cariño. Pero de todas maneras, verás mucho a papá. Él te ama muchísimo y siempre será tu papá.

– Ahora, ¿por qué no miras un poco de televisión mientras yo limpio? Luego, te leeré otro capítulo de El mago de Oz.

– No deseo ver televisión esta noche.

– ¿Quieres ayudarme en la cocina?

Kathy se encogió de hombros.

– ¿Qué te parece un chocolate caliente? Podría preparártelo mientras lavamos los platos.

– Muy bien -dijo Kathy sin mucho entusiasmo. Betsy la siguió a la cocina. Ella era tan pequeña como para tener que cargar la pesada carga de los problemas de sus padres, pero lo haría de todos modos. Esa era la forma en que funcionaba y no había nada que Betsy pudiera hacer para evitarlo.

Después de terminar con la cocina, Betsy le leyó a Kathy dos capítulos de El mago de Oz, luego la acostó. Eran casi las nueve de la noche. Betsy miró la lista de programas de la televisión y estaba por encender el televisor cuando sonó el teléfono. Fue hasta la cocina y levantó el auricular al tercer llamado.

– ¿Betsy Tannenbaum? -preguntó un hombre.

– Hable.

– Habla Martin Darius. La policía está en mi casa con una orden de allanamiento. Deseo que venga de inmediato.

Una alta pared de ladrillos rodeaba la propiedad de Darius. Junto a la reja de hierro, había un policía en un patrullero. Cuando Betsy entró con el Subaru al camino de acceso a la propiedad, el policía bajó del automóvil y fue a pararse junto a la ventanilla del coche de ella.

– Me temo que no puede entrar, señora.

– Soy la abogada del señor Darius -dijo Betsy, mostrándole al policía una de sus tarjetas de identificación. El oficial la examinó por un segundo y se la devolvió.

– Tengo orden de no dejar pasar a nadie.

– Le puedo asegurar de que eso no incluye al letrado del señor Darius.

– Señora, se está llevando a cabo un allanamiento. Usted podría interrumpir.

– Estoy aquí por el allanamiento. Una orden de allanamiento no le da derecho a la policía a prohibirle a la gente el acceso al lugar en que se llevará a cabo. Usted tiene un radio en el automóvil. ¿Por qué no llama al detective a cargo y le pregunta si puedo pasar?

La sonrisa sobradora del oficial se transformó en la mirada de Clint Eastwood, pero fue hasta el coche y usó el radio. En menos de un minuto regresó y no se mostró feliz.

– El detective Barrow dice que puede pasar.

– Gracias-contestó amablemente Betsy. Mientras avanzaba pudo observar la mirada de odio del oficial reflejada en el espejo retrovisor.

Después de ver la anticuada pared de ladrillos y el trabajo de la reja del portón de entrada, Betsy pensó que Darius viviría en una tranquila mansión colonial, pero se encontró frente a una colección de vidrio y acero, combinados con ángulos agudos y delicadas curvas que no tenían nada que ver con el siglo XIX. Estacionó junto al patrullero, cerca del extremo del camino de entrada. Un puente cubierto por un toldo azul conectaba el camino con la puerta del frente. Betsy miró a través del techo de vidrio mientras caminaba por el puente y vio a varios oficiales de policía al borde de una piscina interior.

Un policía la estaba esperando en la puerta. La guió por una corta escalinata, para entrar en una cavernosa sala. Darius estaba de pie debajo de una gigante pintura abstracta de rojos vividos y verdes brillantes. Junto a él, una mujer delgada vestida de negro. El cabello brillante le caía en cascada sobre los hombros y el bronceado de su piel hablaba de unas recientes vacaciones en los trópicos. Era sobrecogedoramente hermosa.

El hombre que estaba junto a Darius no lo era. Tenía el vientre hinchado por la cerveza y un rostro más de cantina que de un condominio en las Bahamas. Tenía puesto un traje sin planchar y una camisa blanca. Su corbata estaba desanudada y el impermeable estaba doblado sin cuidado sobre el respaldo de un sofá tapizado de blanco.

Antes de que Betsy pudiera decir algo, Darius le dio un papel.

– ¿Es ésta una orden válida? No permitiré una invasión a mi privacidad hasta que usted haya revisado esta maldita cosa.

– Soy Ross Barrow, señora Tannenbaum -dijo el hombre del traje marrón-. Esta orden fue firmada por el juez Reese. Cuanto más pronto le diga a su cliente que podemos proseguir con esto, más pronto nos iremos de aquí. Ya podría haber comenzado, pero la esperé para asegurarme de que el señor Darius tuviera representante durante el allanamiento.

Si Darius hubiera sido un traficante de drogas en lugar de un prominente miembro de la sociedad y hombre de negocios, Betsy sabría que la casa habría estado en pedazos, para cuando ella llegara. Alguien le había ordenado a Barrow que tuviera cuidado con este caso.

– La orden parece que está correcta, pero quisiera ver la declaración jurada -dijo Betsy, pidiendo el documento que la policía prepara para convencer al juez de que existe una causa probable para la emisión de una orden de allanamiento. La declaración jurada es la que contendría los hechos básicos que sustentaban la sospecha de que en algún lugar de la casa de Darius había evidencia de un delito.

– Perdón, pero la declaración jurada no estaba sellada.

– ¿Puede por lo menos decirme por qué hay que registrar la casa? Quiero decir, ¿cuáles son los cargos?

– No existe todavía ningún cargo.

– No juguemos, detective. Usted no provoca a alguien como Martin Darius sin una razón.