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– ¿Señor Darius?

– ¿Quién habla?

Sólo unos pocos conocían el número del teléfono de su coche y él no le reconoció la voz.

– No necesita conocer mi nombre.

– Tampoco necesito hablar con usted.

– Tal vez, pero creí que le interesaría saber lo que tengo para decirle.

– No sé cómo consiguió este número, pero mi paciencia se está acabando. Vaya al grano o cortaré la comunicación.

– Correcto. Es usted un ejecutivo. No debería gastar su liempo. Sin embargo, si usted ahora me cuelga, le puedo garantizar que desapareceré pero que no me olvidaré.

– ¿Qué dijo?

– Le llamé la atención, ¿no?

Darius respiró profundo, lentamente. De pronto, en la frente y en su labio superior aparecieron gotas de sudor.

– ¿Conoce el Capitán Ned? Es una marisquería que está en el Marine Drive. Es un bar bastante oscuro. Vaya ahora allí y hablaremos.

La conexión quedó interrumpida. Darius colgó el aparato telefónico. Había disminuido la velocidad sin darse cuenta, y un automóvil apareció pegado a su parachoques. Cruzó dos carriles de tránsito y estacionó a un lado de la carretera. Su corazón palpitaba a la carrera. Tenía un dolor martilleante en las sienes. Cerró los ojos y se recostó contra el apoyacabezas. Con voluntad serenó su respiración y el dolor de las sienes se hizo leve.

La voz del teléfono era áspera y sin cultura. Por supuesto, el hombre debería de estar detrás de dinero. Darius sonrió con tristeza. Siempre debía manejarse entre hombres llenos de avaricia. Eran los más fáciles de manipular. Siempre creían que la persona con la que debían tratar era una estúpida y estaba tan atemorizada como ellos.

El dolor de las sienes ahora había desaparecido, y Darius volvió a respirar con normalidad. De alguna manera estaba agradecido con el extraño de la llamada telefónica. Se había tornado en una persona complaciente, creyendo que estaba seguro después de todos esos años, pero jamás se puede estar seguro. Tomaría en cuenta esa llamada de atención.

3

El bar Capitán Ned era una construcción de madera castigada por el tiempo y con vidrios manchados por la lluvia que miraban sobre el río Columbia. Un lugar tan oscuro como le había anticipado la persona que lo llamó. Darius se sentó en un reservado cerca de la cocina, pidió una cerveza y esperó con paciencia. Una joven pareja entró en el lugar, tomada del brazo. Él la descartó. Un marinero alto y calvo que vestía un desarreglado traje estaba sentado en uno de los taburetes del bar. Otro hombre fornido con impermeable sonrió y se puso de pie después de que Darius posara sus ojos en él.

– Esperaba ver cuánto tiempo le llevaría -dijo el hombre, mientras se sentaba en su reservado. Resultaba incómodo sentarse frente a Martin Darius, aun cuando se pensara que se contaba con la carta ganadora.

– Podemos ser civilizados con esto o se puede tener mala intención -le dijo el hombre-. A mí no me importa. Al final, será usted el que pague.

– ¿Qué es lo que vende o qué es lo que desea? -contestó Darius, a medida que estudiaba aquella cara carnosa a la luz mortecina del bar.

– Siempre el ejecutivo, de modo que vayamos al negocio. Estuve en Hunter's Point. Los viejos periódicos estaban llenos de información. También había fotografías. Tuve que mirar mucho, pero era usted. Tengo una aquí, si le interesa verla -dijo el hombre, y sacó de su bolsillo una fotocopia de la primera página de un diario, la que le pasó sobre la mesa. Darius estudió la fotografía por un momento; luego se la devolvió de la misma manera.

– Historia antigua, amigo.

– ¿Oh? ¿Cree eso? Tengo amigos en la fuerza, Martin. El público aún no lo sabe, pero yo sí. Alguien ha estado dejando pequeñas notas y rosas negras por todo Portland. Me imagino que es la misma persona que las dejó en Hunter's Point. ¿Que cree usted?

– Creo que usted es un hombre muy inteligente, ¿señor…? -dijo Darius, a fin de ganar tiempo para alejar cualquier implicación.

El hombre negó con la cabeza.

– No necesita conocer mi nombre, Martin. Sólo debe pagarme.

– ¿De cuánto está usted hablando?

– Creo que doscientos cincuenta mil dólares sería justo. Gastaría por lo menos esa suma en honorarios de abogados.

El hombre tenía cabello ralo de color pajizo. Darius podía ver carne entre los mechones que caían hacia adelante. Tenía el tabique de la nariz roto. Un vientre abultado, aunque los hombros eran gruesos y el pecho macizo.

– ¿Le contó a la gente que lo contrató lo de Hunter's Point? -preguntó Darius.

En el rostro del hombre se produjo un asomo de sorpresa; después mostró furtivamente unos dientes manchados de nicotina.

– Esto fue grandioso. Ni siquiera le preguntaré cómo se imaginó eso. Dígame qué piensa.

– Creo que usted y yo somos los únicos que sabemos, por ahora.

El hombre no contestó.

– Hay algo que deseo saber-agregó Darius, que lo miró a los ojos con curiosidad-. Sé lo que cree que yo hice. Lo que soy capaz de hacer. ¿Por qué no tiene miedo de que lo mate?

El hombre se rió.

– Es un gatito, Martin, como los otros violadores con los que me topo en los garitos. Tipos que son verdaderamente rudos con las mujeres y no tan rudos con cualquier otro. ¿Sabe lo que solía hacerles a esos tipos? Los convertía en mis chicas, Martin. Los convertía en mariquitas. Lo haría con usted también, si no estuviera tan interesado en su dinero.

Mientras Darius consideraba esta información, el hombre lo observaba con una mueca de sorna dibujada en el rostro.

– Me llevará algún tiempo juntar esa suma de dinero -dijo Darius-. ¿Cuánto tiempo puede darme?

– Hoy es miércoles. ¿Qué le parece el viernes?

Darius simuló estar considerando los problemas inherentes a la liquidación de acciones y al cierre de cuentas.

– Que sea el lunes. Muchas de mis empresas asociadas están en tierra. Me llevará hasta el viernes pedir préstamos y vender algunas acciones.

El hombre asintió.

– Oí por ahí que usted no cree en estupideces. Bien. Está haciendo lo correcto. Y, déjeme decirle, amigo, no soy alguien con quien se pueda joder. Además, no tengo avaricia. Éste es un trato de una sola vez.

El hombre se puso de pie. Luego pensó en algo y le sonrió a Darius.

– Una vez que me pague, me habré ido y olvidado

El hombre rió a causa de la bromita, le dio la espalda y abandonó el bar. Darius lo observó irse. Él no descubrió ninguna broma ni nada divertido en torno del hombre.

4

Una lluvia copiosa golpeaba el parabrisas. Gotas grandes que caían con rapidez. Russ Miller colocó el limpiaparabrisas al máximo. La cascada de agua todavía dificultaba la visual de la carretera y debió aguzar la vista para encontrar el centro de lo que los faros de luces altas iluminaban. Eran casi las ocho, pero Vicky estaba acostumbrada a cenar tarde. Uno suma las horas de Brand, Gates y Valcroft si espera llegar a algún lugar. Russ sonrió mientras imaginaba la reacción de Vicky ante las noticias. Deseó conducir más rápidamente, pero unos minutos más no harían gran diferencia.

Russ le había advertido a Vicky que no llegaría a casa en horario, tan pronto como la secretaria de Frank Valcroft lo convocó. En la empresa de publicidad, era un honor que se lo invitara a pasar a la oficina de la esquina, es decir a la de Valcroft. Russ había estado allí sólo dos veces. Las alfombras mullidas de color borravino y la madera oscura le recordaban dónde deseaba estar. Cuando Valcroft le dijo que él estaría a cargo de la cuenta de Construcciones Darius, Russ supo que estaba en camino.