Выбрать главу

Lisa comenzó a abrir la boca por un instante.

– ¿Está usted sugiriendo…? Yo pensé que era usted la abogada de Martin. Si usted no cree en él, no tiene derecho en manejar su caso. De todas maneras, no sé por qué la contrató a usted. Papá dice que Oscar Montoya y Matthew Reynolds son los mejores criminalistas de Oregón. Él podría haber tenido a cualquiera de los dos.

– Un abogado que sólo piensa en lo que su cliente desea que piense, no está haciendo buen trabajo -dijo Betsy con calma-. Si existe algo que usted conozca de estos cargos, yo debo saberlo, a fin de poder defender a Martin adecuadamente.

– Bueno, no hay nada -contestó Lisa, desviando la mirada-. Todo esto es espantoso.

Betsy decidió no presionar.

– ¿Tiene a alguien que la acompañe? -le preguntó.

– Estaré bien sola.

– Esto será difícil, Lisa. La prensa la estará acosando día y noche y vivir bajo la luz es mucho peor de lo que la mayoría de la gente se imagina. ¿Tiene un contestador automático que pueda utilizar para seleccionar sus llamadas?

Lisa asintió.

– Bien. Conéctelo y no tome ninguna llamada de los medios de comunicación. Ya que no tenemos idea alguna del caso contra Martin, no sabemos lo que lo puede perjudicar. Por ejemplo, dónde estaba Martin en cierta fecha podría ser crucial. Si usted le dice a la prensa que no estuvo con usted en esa fecha, podría destruir una coartada. De modo que no diga nada. Si un reportero llega hasta usted, diríjalo a mí. Y nunca hable con la policía o con alguien de la oficina del fiscal de distrito. Existe el privilegio de las comunicaciones de marido y mujer y usted tiene el derecho a rehusarse a hablar. ¿Comprende?

– Sí. Estaré bien. Y siento haber dicho eso. Sobre que Martin podría haber conseguido a alguien mejor. Sólo que…

– No es necesario que se disculpe o me explique. Esto debe ser muy difícil para usted.

– No tiene por qué quedarse conmigo.

– Me quedaré hasta que termine el allanamiento. Quiero ver qué es lo que se llevan. Podría decirnos por qué ellos creen que Martin está involucrado. Oí a un oficial decirle a Barrow que la banda de rodamiento del BMW concordaba con algo. Eso significa que sitúan el automóvil de Martin en algún lugar. Tal vez en el escenario del crimen.

– ¿Entonces qué? Él va en automóvil hasta sus obras en construcción todo el tiempo. Todo esto es ridículo.

– Pronto lo sabremos -dijo Betsy, pero estaba preocupada. Lisa Darius tal vez pueda haberse sorprendido y asombrado del arresto de su marido, pero Betsy sabía que Martin Darius no lo estaba. Ninguno le da a un abogado un adelanto de $ 58.000 por un asalto a negocios. Éste es el adelanto que un abogado recibe para representar a alguien con cargo de asesinato.

Capítulo 9

– Tengo mucho gusto de verla, señora Tannenbaum -dijo Alan Page cuando Betsy se sentó ante su escritorio-. Randy Highsmith quedó muy impresionado por la forma en que usted llevó el caso Hammermill. No tuvo sino elogios que hacerle. Esto es realmente un halago, ya que Randy odia perder.

– Creo que Randy tal vez no hubiera presentado cargos de conocer él lo brutal que era el marido de Andrea.

– Eso es ser caritativo. Aceptémoslo. Randy pensó que la arrollaría. Usted le enseñó una buena lección. El perder el "Caso Hammermill" convirtió a Randy en un mejor procurador. Pero usted no está aquí para hablarme de viejos asuntos, ¿no es así? Usted está aquí para hablar de Martin Darius.

– El detective Barrow debe de haberlo llamado a su casa, al número que él se negó a darme.

– Ross Barrow es un buen policía que sabe cómo cumplir órdenes.

– ¿Desea decirme por qué arrestó a mi cliente?

– Creo que asesinó a cuatro personas que encontramos enterradas en una de sus obras en construcción.

– Eso es obvio, señor Page…

– ¿Por qué no me llama Al?

– Me gustaría hacerlo. Y usted llámeme Betsy. Ahora que nos manejamos por nuestros nombres de pila, ¿qué le parece si me dice por qué allanó la casa de Martin y lo arrestó?

Page sonrió.

– Me temo que no puedo hacerlo.

– No lo hará, querrá decir.

– Betsy, usted sabe que no tiene derecho a saber de nuestros informes policiales hasta que yo haya pedido el enjuiciamiento.

– Usted deberá decirle al juez lo que tiene durante la audiencia para la fianza.

– Verdad. Pero eso no está todavía programado y no hay enjuiciamiento, de modo que me remitiré a la letra de los estatutos de descubrimiento.

Betsy se apoyó en el respaldo de su asiento y le sonrió con dulzura.

– Usted no debe tener mucha confianza en su caso, Al.

Page se rió para encubrir la sorpresa de que Betsy lo hubiera descubierto tan fácilmente.

– Tengo mucha confianza en nuestro caso -le mintió-. Pero también tengo mucho respeto por su capacidad. No cometeré el error de Randy de subestimarla. Debo confesar, sin embargo, que con su compromiso por el movimiento feminista me sorprendió enterarme por Ross que asumiría la defensa de Darius.

– ¿Qué es lo que el feminismo tiene que ver con la representación de Martin Darius?

– ¿No le dijo él lo que hizo?

– Martin Darius no tiene idea de por qué ustedes lo retienen ni tampoco yo.

Page la miró por un momento, luego tomó la decisión.

– Supongo que no es justo dejarla completamente en la oscuridad, de modo que le diré que tenemos planeado enjuiciar a su cliente por secuestro, tortura y asesinato de tres mujeres y un hombre.

Page tomó de un sobre de papel Manila una fotografía en color del cuerpo de Wendy Reiser y se la pasó a Betsy. Ella quedó pálida. La fotografía había sido tomada justo después de que se desenterrara el cuerpo. La mujer desnuda estaba tendida en el barro. Betsy vio las incisiones en su estómago y los cortes y quemaduras que tenía en las piernas. Pudo también ver con claridad el rostro de Wendy Reiser. Aun muerta, parecía sufrir.

– Eso es lo que Martin Darius le hace a las mujeres, Betsy, y esta tal vez no sea la primera vez que lo hizo. Tenernos información muy concreta de hace diez años, sobre un hombre de nombre Peter Lake que asesinó a seis mujeres en Hunter's Point, Nueva York, de la misma manera en que fueron asesinadas estas víctimas. También tenemos pruebas concluyentes de que Peter Lake y Martin Darius son la misma persona. Podría preguntarle a su cliente sobre eso. Otra cosa. Hay otra mujer desaparecida. Ésta es una única oferta: si ella está viva y Darius nos dice dónde está, podríamos negociar.

El ascensor de la cárcel se abrió sobre un angosto pasillo de hormigón pintado de amarillo y marrón pastel. Desde el ascensor había tres sólidas puertas de rejas. Betsy utilizó la llave que el guardia le había dado, cuando se registró en el escritorio de visitas. La puerta del medio se abrió a un cuarto diminuto. Ante ella había una pared dividida por la mitad, mediante una angosta repisa. Debajo de esta había hormigón, arriba, una franja de vidrio a prueba de balas. Betsy colocó su anotador legal sobre la repisa, se sentó sobre una incómoda silla metálica plegable y tomó el auricular que estaba sobre la pared del lado izquierdo.

Del otro lado del vidrio, Martin Darius levantó el auricular. Estaba vestido con un traje de ejercicio de color anaranjado, pero todavía se veía tan imponente como en su oficina. Tenía el cabello y la barba bien peinados y se sentó erguido y con elegancia. Darius se inclinó hacia adelante hasta casi tocar el vidrio. Sus ojos se veían con un dejo de enfado, pero aquello constituía la única señal de descontento.