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– ¿Qué significa eso?

– El pentobarbital no es una droga que se ingiere comúnmente, razón por la cual el laboratorio no la encontró. Es un anestésico.

– No puedo seguirte.

– Se utiliza en los hospitales para anestesiar a los pacientes. No es una droga que las mujeres tomarían por su cuenta. Alguien se las suministró. Ahora bien, es aquí donde se torna extraño, Betsy. Todas estas mujeres tenían tres o cuatro miligramos de pentobarbital en la sangre. Ese es un nivel muy alto. En realidad, es un nivel que provoca la muerte.

– ¿Qué es lo que me dices?

– Te digo que las tres mujeres murieron de sobredosis de pentobarbital, no por las heridas.

– Pero fueron torturadas.

– Sí, fueron mutiladas. Vi marcas de quemaduras que probablemente se hicieron con cigarrillos y cables eléctricos, con los pezones, que fueron cortados con hojas de afeitar; los labios de la vagina estaban quemados y el clítoris cortado, los pechos mutilados y había muestras de que se les habían introducido objetos en el ano. Pero existe una posibilidad de que las mujeres estuvieran inconscientes cuando se les infligieron esas torturas. Las secciones microscópicas que rodeaban las heridas mostraron un proceso temprano de cura. Eso dice que la muerte se produjo entre doce y veinticuatro horas después de que se produjeran esas heridas.

Betsy se quedó en silencio por un momento. Cuando habló lo hizo llena de dudas.

– Eso no tiene sentido, Ray. ¿Qué posible beneficio existe en torturar a alguien que está inconsciente?

– Me mataste. Ése es tu problema. Soy un matasanos.

– ¿Y qué me dices del hombre?

– Aquí tenemos una historia diferente. Primero, no hay pentobarbital. Nada. Segundo, hay muestras de cura en varias de las heridas, lo que indica que hubo tortura durante un tiempo. La muerte se produjo después de producida la herida de bala, tal como lo dice Sue.

– ¿Cómo pudo equivocarse la doctora Gregg en cuanto a la causa de muerte de las mujeres?

– Fácil. Uno ve a una persona abierta desde la entrepierna al pecho, el corazón destrozado, los intestinos colgando, se presume que fue eso lo que la mató. Yo habría pensado lo mismo, si no hubiera encontrado el pentobarbital.

– Me has dado un terrible dolor de cabeza, Ray.

– Toma dos aspirinas y llámame por la mañana.

– Muy gracioso.

– Estoy contento de haber podido traerte alguna alegría a tu vida.

Cortaron la comunicación, pero Betsy siguió mirando las notas. Hizo unos garabatos en el papel. Aquellos dibujos tenían tanto sentido como lo que el doctor Keene le había dicho

3

El vuelo de Reggie Steward arribó tarde en el JFK, de modo que debió correr por la terminal aérea para poder tomar la conexión. Se sintió demolido para cuando el avión aterrizó en el aeropuerto de Albany. Después de registrarse en un hotel cercano a la estación aérea, Steward fue a comer algo caliente, se duchó y se cambió sus botas de vaquero, sus pantalones y la camisa de franela por un traje de color azul marino, una camisa blanca y corbata a rayas finas rojas y amarillas. Se volvió a sentir un ser humano, cuando estacionó su automóvil alquilado en el estacionamiento de la corporación Marlin Steel, quince minutos antes de la cita concertada con Frank Grimsbo.

– Gracias por recibirme casi sin aviso -le dijo Steward, tan pronto como la secretaria lo dejó a solas con el jefe de seguridad.

– Me embargó la curiosidad -le contestó Grimsbo con una fácil sonrisa-. No podía imaginar qué desearía de mí un investigador privado de Portland, Oregón. -Grimsbo le hizo un gesto señalando el bar-. ¿Desea beber algo?

– Un coñac -dijo Steward, mientras miraba por la ventana la deslumbrante vista del río Hudson.

La oficina de Grimsbo estaba equipada con un enorme escritorio de palo de rosa. Viejas escenas de caza colgaban de las paredes. El sofá y las sillas estaban tapizados de cuero negro. Era algo muy distinto del atestado depósito que él había compartido con el equipo de investigación de Hunter's Point. Como todo lo que lo rodeaba, también Grimsbo había cambiado. Conducía un Mercedes en lugar del vapuleado Chevy y hacía ya tiempo que había perdido su gusto por la ropa de poliéster. Sus sobrios trajes a rayas grises estaban confeccionados a medida para esconder lo que le quedaba de su vientre de cerveza, que ahora había sido dramáticamente reducido por las dietas y el ejercicio físico. Además había perdido casi todo su cabello, pero había ganado en otro sentido. Si los viejos conocidos pensaban que él extrañaba los antiguos días en la división homicidios, estaban equivocados.

– Bueno, ¿qué lo trajo de Portland, Oregón, a Albany? -le preguntó Grimsbo mientras le ofrecía a Steward su trago.

– Trabajo para una abogada llamada Betsy Tannenbaum. Ella está representando en este momento a un prominente hombre de negocios que ha sido inculpado con el cargo de asesinato.

– Así me dijo mi secretaria cuando usted llamó. ¿Quétiene que ver conmigo?

– Usted trabajó para el Departamento de Policía de Hunter's Point, ¿no es así?

– No he tenido nada que ver con ese departamento en los últimos nueve años.

– Tengo interés en hablar con usted de un caso en el que trabajó hace diez años. El asesino de la rosa.

Grimsbo estaba llevándose el vaso a los labios, pero al escucharlo a Steward, se detuvo abruptamente.

– ¿Por qué tiene usted interés en el asesino de la rosa? Es historia antigua.

– Si me soporta un rato se lo explicaré.

Grimsbo meneó la cabeza.

– Ese es un caso difícil de olvidar.

– Cuénteme sobre él.

Grimsbo echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, como si tratase de recordar los hechos. Bebió de su whisky.

– Comenzamos a recibir informes de mujeres desaparecidas. Sin señales de lucha, nada que faltara en los escenarios del crimen, nada, sino siempre una rosa y una nota que decía: "Jamás me olvidarán", que se encontraban sobre las almohadas de las mujeres. Luego asesinaron a una madre y a su hija de seis años. El marido encontró los cuerpos. Había una rosa y una nota junto a la mujer.

"Un vecino había visto un camión de la florería en la casa de una de las víctimas o tal vez estaba cerca de la casa. Ha pasado algún tiempo y tal vez yo no recuerde con exactitud los hechos. De todos modos, descubrimos quién era el repartidor. Fue un tipo de nombre Henry Waters. Tenía antecedentes de conducta indecente. Luego una persona que no se dio a conocer manifestó haber hablado con Waters en un bar y este le dijo que tenía una mujer en el sótano. Con seguridad suficiente, encontramos a una de las mujeres desaparecidas”.

Grimsbo meneó la cabeza.

– Chico, eso sí que fue algo de ver. Uno no podía creer qué tipo de bastardo le había hecho eso a ella. Lo quería matar allí mismo y lo habría hecho, pero el destino se hizo cargo del hijo de puta que trató de escapar. Otro policía le disparó y eso fue todo.

– ¿Era Peter Lake el marido que encontró los dos cuerpos? ¿El de la madre y su hija?

– Correcto, Lake.

– ¿Estaba usted satisfecho con que el repartidor había sido el asesino?

– Definitivamente. Diablos, encontraron algunas rosas y una nota. Y, por supuesto, estaba el cuerpo. Sí, atrapamos al hombre correcto.

– Había un equipo de investigaciones asignado al caso, ¿no es así?