Выбрать главу

– No necesariamente -le dijo Betsy. Luego le contó a su investigador la reunión que había tenido con Gary Telford.

– Tengo un mal presentimiento en todo esto, Reg. Déjame imaginar una situación. Digamos que tú eres un investigador inescrupuloso. Un ex convicto que trabaja al margen de la ley. Alguien que no se detendría en hacer un pequeño chantaje. La esposa de un prominente hombre de negocios te contrata ya que cree que su marido está teniendo una relación con otra mujer. También le da un álbum que contiene recortes de un viejo caso de asesinato.

– Supongamos que este corrupto i.p. vuela a Hunter's Point y habla con el doctor Escalante. No es de ninguna ayuda, pero sí le da suficiente información para que pueda rastrear a Samantha Reardon, la otra víctima sobreviviente. ¿Qué sucede si Oberhurst encontró a Reardon y ella identifica a Peter Lake como el hombre que la raptó y la torturó?

– ¿Y Oberhurst regresa a Portland y qué? -dijo Steward-. ¿Chantajear por un asesinato en serie? Debes de estar loca.

– ¿Quién es el John Doe, Reg?

Se produjo un silencio por un momento, luego Steward dijo:

– Oh, mierda.

– Exacto. Sabemos que Oberhurst le mintió a Lisa. Él le dijo que no había comenzado a investigar el caso de Hunter's Point, pero él fue a Hunter's Poinl. Y él desapareció. Yo hablé con todos los abogados que pude encontrar que trabajaron con él. Ningún contacto. No devuelve las llamadas. El John Doe es de la talla y contextura de Oberhurst. ¿Qué quieres apostar a que el cadáver tiene el tabique de la nariz roto?

– No hay apuestas. ¿Qué hacemos?

– No hay nada que podamos hacer. Darius es nuestro cliente. Nosotros somos sus agentes. Esto es confidencial.

– ¿Aun cuando él haya matado al hombre?

Beisy oyó cuan fuerte inhalaba el aire Steward, luego éste dijo:

– Tú eres la jefa. ¿Qué quieres que haga?

– ¿Has tratado de concertar una entrevista con Wayne Turner?

– No es posible. Su secretaria dice que está muy ocupado, ya que espera la confirmación.

– Maldición. Gordon, Turner, Grimsbo. Ellos todos saben algo. ¿Qué hay del jefe de policía? ¿Cómo se llama?

– O'Malley. Lenzer dijo que se jubiló y se fue a la Florida hace nueve años.

– Muy bien -dijo Betsy con un gesto de desesperación-. Sigue tratando con Samantha Reardon. Ella es lo mejor que nos queda.

– Lo haré por ti, Betsy. Si fuera otro… debo decírtelo, en general no doy un huevo, pero estoy comenzando a hacerlo. No me gusta este caso.

– Eso nos junta a los dos. Simplemente no sé qué hacer. Ni siquiera tenemos la certeza de que tenga razón. Primero, debo descubrir algo.

– Si lo haces, ¿qué hay después?

– No tengo idea.

3

Betsy llevó a Kathy a dormir a las nueve de la noche y se puso su bata de franela. Después de prepararse una cafetera de café, extendió todos los papeles del caso de divorcio sobre la mesa del comedor. El café la mantenía despierta, pero su mente vagaba por el caso Darius. ¿Era Darius culpable? Betsy no podía dejar de pensar en la pregunta que le había hecho a Alan Page durante el interrogatorio: con seis víctimas, incluyendo a una niña de seis años, ¿por qué el jefe de policía de Hunter's Point cerró el caso si existía una posibilidad de que Peter Lake, o cualquier otro, fuera el verdadero asesino? No tenía sentido.

Betsy hizo a un lado los papeles del divorcio y puso frente a ella un anotador de hojas amarillas. Hizo una lista de lo que conocía del caso Darius. La lista se extendió por tres páginas. Betsy llegó a la información que había obtenido esa tarde de Steward. Tuvo una idea. Frunció el entrecejo.

Betsy sabía que Samuel Oberhurst no era incapaz de hacer un chantaje. Lo había intentado con Gary Telford. Si Martin Darius era el asesino de la rosa, Darius no tendría compasión en asesinar a Oberhurst, si el investigador trataba de chantajearlo. Pero la suposición de Betsy de que John Doe era Samuel Oberhurst tenía sentido sólo si Samantha Reardon identificaba a Martin Darius como el asesino de la rosa. Y allí era donde se fundaba la dificultad. La policía habría interrogado a Reardon cuando la rescató. Si el equipo de investigación sospechaba que Peter Lake, no Henry Waters, era el secuestrador, le habrían mostrado a Reardon una fotografía de Lake. Si ella identificó a Lake como el secuestrador, ¿por qué el intendente y el jefe de policía anunciarían que Waters era el asesino? ¿Por qué se cerró el caso?

El doctor Escalante dijo que Reardon se había confinado en una institución. Tal vez ella no pudo ser entrevistada de inmediato. Pero en algún momento habría sido entrevistada. Grimsbo le dijo a Reggie que Nancy Gordon estaba obsesionada con el caso y que jamás creyó que Waters fuera el asesino. Entonces, Betsy pensó, supongamos que Reardon identificó en realidad a Lake como el asesino de la rosa. ¿Por qué no habría Gordon o cualquier otro reabierto el caso?

Tal vez no interrogaron a Reardon hasta que Oberhurst habló con ella. Pero ¿no habría leído ella acerca de Henry Waters y sabido entonces que la policía estaba acusando al hombre que no era? Ella pudo haber estado tan traumatizada que decidió olvidar todo lo que le sucedió, aun cuando aquello significara que Lake quedara en libertad. Pero si eso era cierto, ¿por qué decirle a Oberhurst que Lake fue su secuestrador?

Betsy suspiró. Algo faltaba. Se puso de pie y llevó una taza de café a la sala de estar. El New York Times del domingo estaba en una canasta de mimbre, junto a su sillón favorito. Se sentó y decidió hojearlo. A veces la mejor manera de solucionar un problema era olvidarse de él por un rato. Había leído la crítica literaria, la revista, la sección de arte, pero todavía no había leído los comentarios de la semana.

Leyó en síntesis un artículo acerca de la lucha en Ucrania y otro sobre el rebrote de hostilidades entre Corea del Norte y del Sur. Había muerte en todas partes.

Dio vuelta la página y comenzó a leer un perfil de Raymond Colby. Betsy sabía que Colby sería confirmado y eso la molestó. No había diversidad de opinión en la Corte. Hombres blancos ricos con antecedentes idénticos e idénticas ideas eran los que la dominaban. Eran hombres sin concepto de lo que era ser pobre o indefenso, que habían sido nombrados por presidentes republicanos, sin otra razón que su voluntad de colocar los intereses de la riqueza y del gran gobierno por encima de los derechos individuales. Colby no era diferente. Recibido en Harvard, trabajó para Marlin Steel, gobernador de Nueva York, luego miembro del Senado de los Estados Unidos durante los últimos nueve años. Betsy leyó un resumen de las realizaciones de Colby como gobernador y senador, además de una predicción de cómo votaría sobre varios casos que antes habían estado en la Corte Suprema. Luego revisó otro artículo de economía.

Cuando terminó con el diario, regresó al comedor.

El caso de divorcio era todo un problema. La clienta de Betsy y su marido no tenían hijos y ellos habían acordado dividir casi todas sus propiedades, pero deseaban litigar sobre un barato paisaje que habían comprado en una de las veredas de París, cuando estuvieron allí de luna de miel. Ir a la Corte por esa tonta pintura les estaba costando diez veces su valor, pero se mostraban inflexibles. Obviamente no era la pintura lo que alimentaba su ira. Fue un caso como este el que hizo que Betsy quisiera entrar en un convento. Pero, suspiró, eran también los casos como estos los que le pagaban un sobreprecio. Comenzó a leer la petición de divorcio, luego recordó algo que había leído en el artículo de Raymond Colby.