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Unos pantalones negros, una máscara y un rompevientos de cuello alto también negros ayudaron a Lake a confundirse en la oscuridad. En la mano tenía un desagradable revólver de caño recortado. Nancy no lo oyó cruzar la sala. Un segundo, la entrada a su dormitorio estaba vacía, luego Lake apareció allí. Cuando encendió la luz, Nancy se sentó en la cama, fingiendo sorpresa. Lake se quitó la máscara.

– Lo sabías, ¿no es así, Nancy? -Ella abrió la boca, como si la visita hubiese sido inesperada-. En realidad me gustas, pero no puedo correr el riesgo de que vuelvan a abrir el caso.

Nancy miró el revólver.

– No puedes creer que te saldrás con la tuya matando a un policía.

– No tengo alternativa. Tú eres demasiado inteligente. Finalmente te habrías dado cuenta de que Waters era inocente. Entonces me perseguirías. Incluso podrías hacer aparecer suficiente evidencia como para convencer a un jurado.

Lake caminó hacia un lado de la cama.

– Coloca las manos arriba de las sábanas y levántate despacio -le dijo, haciendo un gesto con el arma. Nancy estaba acostada debajo de una liviana sábana, pues hacía calor. Ella la retiró lentamente, con cuidado de juntarla junto a su cadera derecha, de modo tal que Lake no viera el contorno del arma que allí tenía escondida. Vestía un bikini y una camiseta, ésta se le había subido a la parte inferior de los pechos y dejaba al descubierto los rígidos músculos de su abdomen. Nancy oyó una tranquila inhalación de aire.

– Muy linda -dijo Lake-. Quítate la camiseta.

Nancy se obligó a mirarlo con los ojos muy abiertos.

– No voy a violarte -le aseguró Lake-. No es lo que deseo hacer. He fantaseado en jugar mucho contigo, Nancy. Eres tan diferente a las otras. Ellas son tan blandas, unas vacas realmente y tan fáciles de entrenar. Pero tú eres difícil. Estoy seguro de que te resistirás. Sería muy reconfortante. Pero deseo que las autoridades crean que Henry Waters es el asesino de la rosa, de modo que tú morirás en un asalto.

Nancy miró a Lake con disgusto.

– ¿Cómo pudiste matar a tu mujer y a tu hija?

– No pienses que lo planifiqué. Las amaba, Nancy. Pero Sandy encontró la nota y la rosa que tenía pensadas utilizar al día siguiente. No me enorgullezco. Entré en pánico. No podía pensar en una sola explicación que le pudiera dar a Sandy una vez que las notas tomaran estado público. Ella habría ido a la policía y todo hubiera terminado para mí.

– ¿Cuál es tu excusa para matar a Melody? Ella era un bebé.

Lake meneó la cabeza. Se mostró genuinamente destrozado.

– ¿Crees que eso fue fácil? -Le tembló la mandíbula. Una lágrima apareció en el rabillo del ojo-. Sandy gritó. La alcancé antes de que pudiera volver a hacerlo, pero Melody la oyó. Ella estaba en las escaleras, mirando a través de los barrotes de la barandilla. La tomé en mis brazos y la abracé, mientras trataba de pensar en la manera de ahorrarle a ella eso, pero no hubo ninguna, de modo que lo hice sin que doliera. Fue lo más difícil que tuve que hacer en mi vida.

– Déjame ayudarte, Peter. Ellos jamás te encontrarán culpable. Hablaré con el fiscal de distrito: idearemos un juicio por insania.

Lake sonrió triste. Negó con la cabeza lleno de arrepentimiento.

– No funcionará, Nancy. Ninguno me va a dejar así de fácil. Piensa en lo que le hice a Pat. Piensa en las otras. Además, no estoy loco. Si supieras por qué lo hice, me comprenderías.

– Dímelo. Deseo comprender.

– Perdón, pero no hay tiempo. Además, no habrá ninguna diferencia. Tú morirás.

– Por favor, Peter. Debo saberlo. Debe de haber una razón para un plan tan brillante como éste.

Lake sonrió condescendiente.

– No hagas esto. No te sienta. ¿Cuál es el propósito de detenerme?

– Puedes primero violarme. Átame. Deseas hacerlo, ¿no es así? No tendría defensa -le rogó, deslizando la mano derecha desde abajo de la sábana.

– No te rebajes, Nancy. Pensé que tenías más clase que las otras.

Lake vio que la mano de Nancy se movía. Su rostro se oscureció.

– ¿Qué tienes ahí?

Nancy tomó el arma. Lake dejó caer su revólver con fuerza sobre su mejilla. El hueso se quebró. Quedó ciega por un segundo. Luego se abrieron de par en par las puertas del guardarropas. Lake se quedó helado cuando Wayne Turner salió de aquel lugar. Turner abrió fuego y golpeó a Lake en el hombro. El arma de Lake cayó al suelo y Frank Grimsbo apareció en la puerta del dormitorio y le dio un empujón a Lake contra la pared.

– Agáchate -le gritó Turner a Nancy. Rodó a través de la cama, dejándola sin aire. Lake estaba contra la pared y Grimsbo le estaba aplastando la cara.

– ¡Basta, Frank! -le gritó Turner. Mantuvo su arma apuntando a Lake con una mano mientras que con la otra tironeaba del arma de Grimsbo. Este último le dio otro golpe que le hizo separar a Lake la cabeza de la pared. Ésta quedó colgando hacia un lado. Un manchón húmedo se extendió por la tela negra de la camisa, cubriéndose de sangre el hombro derecho.

– Toma su revólver -dijo Turner-. Está junto a la cama. Y mira cómo está Nancy.

Grimsbo se puso de pie. Estaba temblando.

– Estoy bien -dijo Nancy. Tenía entumecida la mejilla y casi no podía ver con el ojo izquierdo.

Grimsbo tomó el arma de Lake. Se detuvo junto a él y su respiración se hizo más agitada.

– Espósalo -ordenó Turner. Grimsbo estaba allí, con el arma que se levantaba como si tuviera vida propia.

– No jodas, Frank -le dijo Turner-. Ponle las esposas.

– ¿Por qué? -preguntó Grimsbo-. Podría haber sido baleado dos veces cuando atacó a Nancy. Tú lo alcanzaste en el hombro cuando saliste del armario y yo le di el tiro fatal cuando este pedazo de mierda se me echó encima y, tal como seria el destino, ese tiro lo alcanzó entre los ojos.

– No sucedió así, ya que yo sé que no fue así -dijo Turner sin emoción.

– ¿Y qué? ¿Me culparás y testificarás en mi juicio por asesinato? ¿Me enviarías a Attica por el resto de mi vida por haber exterminado a esta basura?

– Nadie lo sabría, Wayne -dijo Nancy tranquila-. Yo apoyo a Frank.

Turner miró a Nancy. Ella observaba a Lake con ojos cargados de odio verdadero.

– No puedo creer esto. Ustedes son policías. Lo que quieren hacer ahora es asesinar.

– No en este caso, Wayne -dijo Nancy-. Para cometer un asesinato debes quitarle la vida a un ser humano. Lake no es un ser humano. No sé lo que es él, pero no es humano. Un ser humano no asesina a su propio hijo. No destroza el cuerpo de una mujer desnuda, para luego abrirla desde la entrepierna al pecho, sacándole los intestinos para que muera lentamente. Ni siquiera puedo imaginar qué les hizo a las mujeres desaparecidas. -Nancy se estremeció-. No quiero ni imaginarlo.

Lake escuchaba la discusión. No movía la cabeza, pero los ojos estaban concentrados en cada uno de los que hablaban, como si se estuviera debatiendo su destino. Vio que Turner renunciaba. Nancy salió de la cama y se puso junto a Grimsbo.

– Él saldrá algún día, Wayne -dijo ella-. Convencerá a un tribunal para que lo libere o a un jurado para que lo declare loco y el neuropsiquiátrico lo dejará en libertad cuando milagrosamente se cure. ¿Quieres despertarte una mañana y leer en el diario de una mujer que fue secuestrada en Salt Lake City o Minneapolis, y la nota sobre su almohada que le dice a su marido que ella "Jamás me olvidará".

Turner dejó caer un brazo al costado de su cuerpo. Tenía los labios secos. Su estómago estaba hecho un nudo.