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Nancy miró a través del patio. Encontró el automóvil en el que estaba Lake. Frank Grimsbo estaba de pie en el exterior montando guardia. El abogado de Lake había salido para fumar. Nancy pasó junto al gobernador. Él le preguntó si las mujeres estaban bien, pero ella no le contestó. Wayne Turner caminaba junto a ella.

– Que todo pase, Nancy -le dijo. Nancy lo ignoró.

Frank Grimsbo levantó la mirada expectante.

– Todas están con vida -dijo Turner. Nancy se inclinó y miró a Lake. La ventanilla trasera estaba entreabierta, de modo que el prisionero podía respirar en medio del insoportable calor reinante. Lake se volvió hacia Nancy. Estaba descansado y en paz, sabiendo que pronto sería libre.

Lake hizo una mueca burlona, devorándola con los ojos pero sin decir nada. Si esperaba que Nancy se enfureciera con él, estaba equivocado. Ella tenía el rostro en blanco, pero los ojos estaban clavados en Lake. -No terminó -le dijo. Luego se irguió y caminó hacia un grupo de árboles que estaban lejos del granero. De espaldas a la granja, todo lo que pudo ver fue belleza. Había una sombra fresca debajo del follaje. El aroma a pasto y flores silvestres. Un pájaro cantó. El horror que Nancy sintió cuando vio a las mujeres cautivas desapareció. Su rabia desapareció. Conocía el futuro y no le tenía miedo. Ninguna mujer jamás volvería a tener miedo de Peter Lake, ya que Peter Lake estaba muerto.

4

Nancy Gordon tenía puesto un equipo de gimnasia color negro y sus Nike blancas habían sido lustradas con pomada negra. Su cabello corto estaba echado hacia atrás por una vincha color azul marino, haciéndole imposible ver la luz mortecina del cuarto de luna que estaba en el firmamento Meadows. Tenía el automóvil estacionado en una tranquila calle lateral. Nancy lo cerró con llave y fue hacia el patio trasero. Estaba muy tensa y consciente de cada sentido. Un perro ladró, pero las casas a ambos lados permanecían en la oscuridad.

Hasta que Peter Lake llegó a su vida, Nancy Gordon jamás había odiado a ningún otro ser humano. No estaba segura de odiar a Peter Lake. Lo que ella sentía iba más allá del odio. Desde el momento en que vio a aquellas mujeres en el sótano de la granja, supo que Lake debía desaparecer, de la misma manera en que se retiraban los hongos de una superficie.

Ella era policía, había jurado defender la ley. Respetaba la ley. Pero esta situación iba muy por afuera de la experiencia humana normal que ella no sintió en todos los días en que se aplicaba la ley. Nadie podía hacer lo que Peter Lake le había hecho a aquellas mujeres y quedar libre. No se podía desear que ella esperara al día siguiente a que los diarios anunciaran otra desaparición. Sabía que al minuto en el que se encontrara el cuerpo de Lake, ella sería la primera sospechosa. Dios sabe que ella no deseaba pasar el resto de su vida en una prisión, pero no había alternativa. Si la apresaban, que así fuera. Si mataba a Lake y se escapaba, era la voluntad de Dios. Ella podría vivir las consecuencias de sus acciones. No podría vivir con las consecuencias de dejar a Peter Lake en libertad.

Nancy rodeó la casa de Lake por detrás, junto al lago artificial. Las casas de los lados estaban a oscuras, pero había luces en su sala de estar. Nancy miró su reloj digital. Eran las tres y treinta de la mañana. Lake debería estar durmiendo. Ella sabía que el sistema de seguridad de la casa estaba provisto de sincronizadores automáticos para las luces y decidió apostar a que esa era la razón por la que la sala de estar estaba iluminada.

Nancy se agazapó y corrió por el jardín trasero. Cuando llegó a la casa, se apretó contra la pared lateral. Tenía una 38 en la mano, que Ed le había sacado a un traficante de drogas, hacía dos años. Ed jamás informó de aquello y el arma no podía ser rastreada.

Nancy se arrastró hacia la puerta del frente. Había estudiado las fotografías del lugar del crimen, temprano aquella noche. Mentalmente, entró en la casa de Lake, recordando tanto cuanto podía la distribución, del recuerdo que tenía de su única visita al lugar. Durante la investigación del asesinato, había aprendido el código de alarma de Lake. El panel de la alarma estaba a la derecha de la puerta. Debería desactivarla rápidamente.

La calle frente a la casa de los Lake estaba desierta. Nancy había tomado las llaves de Sandra Lake de la caja de pruebas que estaba en la estación de policía. Giró la llave en la cerradura, luego retiró un lápiz fotosensible. Tornó el picaporte con la mano que le quedaba libre, respiró profundo y empujó para abrir. La alarma emitió un chirrido. Colocó el lápiz fotosensible sobre el tablero y pulsó el código. El sonido se detuvo. Nancy se volvió y sacó su arma. Nada. Exhaló, apagó el lápiz y se enderezó.

Una rápida requisa de la planta baja confirmó lo de las luces de la sala de estar. Después de asegurarse de que no había nadie allí, Nancy se dirigió a las escaleras, con el revólver por delante. El segundo piso estaba a oscuras. El primero de los cuartos sobre la izquierda era el dormitorio de Lake. Cuando llegó al descanso vio que la puerta estaba cerrada.

Nancy se aproximó allí lentamente, caminando con cuidado aun cuando las pisadas eran acalladas por la mullida alfombra. Se detuvo en la siguiente puerta y luego avanzó. Abrir la puerta con cuidado, encender la luz, luego dispararle a Lake hasta descargar el cargador. Inhaló y exhaló cuando abrió la puerta, de a milímetros por vez.

Sus ojos estaban acostumbrados a la oscuridad. Pudo ver el contorno de una enorme cama matrimonio que dominaba la habitación. Nancy vació su mente del odio y de cualquier otro sentimiento. Se retiró de la acción. No estaba matando a una persona. Estaba disparándole a un objeto. Como lo hacía en sus prácticas de tiro. Nancy entró en la habitación, encendió la luz y apuntó.

S exta Parte

Ángel vengativo

Capítulo 19

– La cama estaba vacía -le dijo Wayne Turner a Betsy-. Lake se había marchado. Comenzó a planear su desaparición al otro día de asesinar a su esposa e hija. Había vaciado todas, menos una, de las tantas cuentas bancarias después del asesinato y también vendió varias de sus empresas de bienes raíces. Su abogado era el que manejaba la venta de su casa. Carstairs dijo que no sabía dónde estaba Lake. Nadie podía obligarlo, de todas maneras, ya que existía el privilegio de cliente y abogado. Suponemos que Carstairs tenía instrucciones para enviar el dinero que juntara de las cuentas abiertas en bancos suizos o de las islas Caimán.

– El jefe O'Malley me llamó de inmediato -dijo el senador Colby-. Yo estaba enfermo. La firma del perdón de Lake fue lo más difícil que jamás debí hacer, pero no pude pensar en otra salida. No podía dejar que esas mujeres murieran. Cuando O'Malley me dijo que Lake había desaparecido, no pude pensar en otra cosa que no fueran las víctimas inocentes que tal vez cobraría por causa de mi proceder.

– ¿Por que no lo hizo público? -preguntó Betsy-. Podría haber hecho saber a todo el mundo quién era Lake y lo que había hecho.

– Sólo unas pocas personas sabían que Lake era el asesino de la rosa y habíamos jurado guardar silencio, según los términos del perdón.

– Una vez que liberaron a las mujeres, ¿por qué no lo envió al diablo e hizo público el caso, sin importar las consecuencias?

Colby miró el fuego. Cuando contestó su voz sonó sin expresión.

– Hablamos de la posibilidad pero tuvimos miedo. Lake dijo que tomaría venganza matando a alguien si nosotros quebrantábamos el acuerdo con él.