Выбрать главу

Betsy recordó la descripción que había dado Colby de las mujeres que había visto. Los ojos vacíos, las costillas salientes. Recordó las miradas perdidas de los rostros de las mujeres muertas, que había visto en las fotografías.

– Admito que fui cruel con ellas, pero debía deshumanizarlas para poder moldearlas a la imagen que yo elegí. Cuando yo aparecía, tenía una máscara y les hacía usar máscaras de cuero sin orificios para los ojos. Una vez por semana les daba raciones de alimento científicamente calculadas, para mantenerlas al borde de la inanición. Limitaba las horas en que podían dormir.

"¿Le mencionó Colby los relojes y las videograbadoras? ¿No se preguntó para qué eran? Era mi toque maestro. Tenía esposa, hija y trabajo, de modo que sólo podía estar con mis subditos por cortos períodos a la semana, pero deseaba el control total, la omnipotencia, aun cuando yo no estaba. De modo que programé las videograbadoras para cuando estuviera ausente y les daba a las mujeres órdenes para que las ejecutaran. Ellas debían observar el reloj. A cada hora, a intervalos determinados, ellas se volvían hacia la cámara y realizaban piruetas de perros, rodaban, se colocaban en dos patas, se masturbaban. Lo que yo les ordenaba. Yo revisaba los vídeos y las castigaba con firmeza por las desviaciones”.

Darius tenía en el rostro una mirada de arrobamiento. Los ojos estaban fijos en una escena que ninguna persona en su sano juicio podía imaginar. Betsy sintió que se desarmaría si se movía.

– Yo las cambié de vacas pedigüeñas que eran a cachorritos obedientes. Ellas me pertenecían por completo. Las bañaba. Les daba de comer como a los perros, de un plato para canes. Tenían prohibido hablar a menos que se los dijera y la única vez que las dejaba era para que me rogaran que las castigara y que me agradecieran por el dolor. Al final hacían cualquier cosa por escapar al dolor. Suplicaban beber mi orina y me besaban los pies cuando las dejaba.

El rostro de Darius estaba tan tenso que Betsy pensó que se quebraría su piel. Una ola de náuseas le hizo revolver el estómago.

– Algunas de las mujeres se resistieron, pero pronto aprendieron que no podía haber negociaciones con Dios. Otras obedecieron de inmediato. Cross, por ejemplo. Ella no era ningún desafío. Una vaca perfecta. Tan dócil y falta de imaginación como un terrón de arcilla. Esa es la razón por la que la escogí para mi sacrificio.

Antes de que Darius comenzara a hablar, Betsy supuso que no había nada que él pudiera decir que ella no pudiera soportar, pero no deseaba oír más.

– ¿Le trajo paz su experimento? -le preguntó Betsy a Darius para que dejara de hablar de las mujeres. Tenía la respiración irregular y ella sentía la cabeza muy liviana. Darius se arrancó del trance en el que se encontraba.

– El experimento me provocó el más exquisito de los placeres, Tannenbaum. Los momentos compartidos con aquellas mujeres fueron los mejores momentos de mi vida. Pero Sandy encontró la nota y debió terminar. Había mucho peligro de s er descubierto. Luego me atraparon y después me liberaron. Aquella libertad fue exultante.

– ¿Cuándo fue la próxima vez que usted repitió el experimento, Martin? -preguntó fríamente Betsy.

– Nunca. Lo deseaba, pero aprendí de la experiencia. Tuve suerte una vez y no arriesgaría mi vida a la prisión o la pena de muerte.

Betsy miró fijo a Darius, con desprecio.

– Quiero que salga de mi oficina. No quiero volver a verlo más.

– No puede dejarme, Tannenbaum. La necesito.

– Contrate a Oscar Montoya o a Matthew Reynolds.

– Oscar Montoya y Matthew Reynolds son buenos abogados, pero no son mujeres. Apuesto a que ningún jurado creerá que una ardiente feminista representaría a un hombre que trató a una mujer de la manera en que el asesino trató a Reiser, Farrar o Miller. En un caso cerrado, usted es mi estímulo.

– Entonces, acaba de perder su estímulo, Darius. Es la persona más vil que jamás haya conocido. No deseo volver a verlo y menos aún defenderlo.

– Está renegando de nuestro trato. Le dije que no asesiné a Farrar, Reiser ni a Vicky Miller. Alguien me está tendiendo una trampa. Si me condenan, este caso se cerrará y usted será la responsable de la próxima víctima del asesino y de la que siga.

– ¿Piensa usted que le creeré después de lo que me contó, después de sus mentiras?

– Escuche, Tannenbaum -dijo Darius, que se inclinó sobre el escritorio y miró a Betsy con los ojos clavados en ella-, no asesiné a esas mujeres. Fui acorralado por alguien y estoy muy seguro de saber quién es ella.

– ¿Ella?

– Sólo Nancy Gordon sabe lo suficiente de este caso como para inculparme. Vicky, Reiser, esas mujeres jamás habrían sospechado de ella. Ella es mujer. Les mostraría su credencial. La dejarían pasar sin reparos. Esa es la razón por la que no hay signos de violencia en los escenarios del crimen. Probablemente fueron con ella deseosas y no supieron lo que sucedía hasta que fue demasiado tarde.

– Ninguna mujer haría lo que les hicieron a esas mujeres.

– No sea inocente. Ella ha estado obsesionada conmigo desde Hunter's Point. Es probable que esté loca.

Betsy recordó lo que se había enterado de Nancy Gordon. La mujer había tratado de asesinar a Darius en Hunter's Point. Había dedicado su vida a encontrarlo. Pero, ¿acorralarlo de este modo? Por lo que sabía, era más probable que Gordon hubiera ido adonde se hallaba Darius y Ie hubiese disparado.

– No lo creo.

– Usted sabe que Vicky abandonó el hotel Hacienda a las dos treinta. Yo estuve con Russell Miller y otras personas en la agencia de publicidad hasta casi las cinco.

– ¿Quién puede darle una coartada después de que usted se marchó de la agencia?

– Desafortunadamente, nadie.

– No haré esto. Usted representa todo lo que yo encuentro repulsivo en la vida. Aun cuando no matara a las mujeres de Portland, sí cometió aquellos crímenes inhumanos en Hunter's Point.

– Y usted será la responsable de que se asesine a otra víctima en Portland. Piénselo, Tannenbaum. Ahora no existe ningún caso contra mí. Eso significa que otra mujer deberá morir para suministrarle al Estado evidencia que pueda utilizar para condenarme.

Esa noche, Kathy se acurrucó cerca de Betsy, con la atención puesta en un dibujo animado. Betsy le besó la parte superior de la cabeza y se preguntó cómo esta escena llena de paz podía coexistir con una realidad en donde las mujeres, acurrucadas en la oscuridad, esperaban que un torturador les ofreciera un dolor insoportable. ¿Cómo podía ella reunirse con un hombre como Martin Darius y sentarse a mirar Disney con su hija, en su hogar, sin perder la cordura? ¿Cómo pudo Peter Lake pasar la mañana como el dios del horror de una retorcida fantasía y por la noche jugar con su pequeña hija?

Betsy deseó que hubiera una sola realidad: en la que ella y Rick se sentaran a mirar Disney con Kathy acurrucada entre los dos. En la que pensó era la realidad antes de que Rick se marchara y ella conociera a Martin Darius.

Betsy siempre había sido capaz de separar su vida del trabajo. Antes de Darius, sus clientes con causas en la justicia criminal eran más patéticos que aterradores. Ella representaba a ladrones de negocios, conductores borrachos, rateros y a delincuentes juveniles asustados. Todavía mantenía relación amistosa con las dos mujeres que había salvado de cargos de homicidio. Aun cuando traía trabajo a su casa, lo veía como algo que era temporario. Darius estaba en el alma de Betsy. La había cambiado. Ya no creía que estaba segura. Y mucho peor: sabía que tampoco Kathy estaba segura.