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– ¿Se refiere a la novela del múltiple asesino? -preguntó Betsy, molesta por la dirección que estaba tomando la conversación.

Darius asintió.

– He visto unas pocas críticas, pero no tengo tiempo para leer nada que no sean los boletines legales. De todos modos, no es el tipo de libro que me gusta leer.

– No juzgue el libro por su autor, señora Tannenbaum. Es verdaderamente un trabajo muy razonable. Una historia adulta. Él maneja el tema del abuso de su protagonista con tal ternura que uno casi se olvida lo que Greig le hizo a esos niños. Sin embargo, Maxine cree que no debería haberse publicado, por la única razón de que fue Greig el que lo escribió. ¿Está de acuerdo con ella?

La pregunta de Darius era extraña, pero Betsy decidió seguir el juego.

– Me opongo a todo tipo de censura. No prohibiría el libro porque desapruebe a la persona que lo escribió.

– Si el editor aceptara la presión de, digamos, grupos de mujeres y retirara el libro de circulación, ¿representaría a Greig?

– Señor Darius…

– Martin.

– ¿Tienen estas preguntas algún objetivo en concreto o está usted simplemente hablando de trivialidades?

– Búrlese de mí.

– Podría representar a Greig.

– ¿Sabiendo que es un monstruo?

– Estaría representando un principio, señor Darius. La libertad de expresión. Hamlet seguiría siendo Hamlet, aun si Charles Manson fuera su autor.

Darius rió.

– Bien dicho. -Luego sacó un cheque de su bolsillo-. Dígame qué piensa después de leer esto -le dijo, colocando el cheque sobre el escritorio que los separaba. Éste estaba hecho a la orden de Elizabeth Tannenbaum. Era por $58.346,47. Algo de aquella cifra le era familiar. Betsy frunció el entrecejo por un instante; luego se sonrojó cuando se dio cuenta de que la suma era el ingreso exacto que ella había tenido el año anterior. Algo que Darius sólo podía conocer si había tenido acceso a su contribución tributaria.

– Creo que alguien ha estado invadiendo mi privacidad -le espetó Betsy-, y no me gusta.

– Doscientos cincuenta dólares de esto son sus honorarios por la consulta de hoy -le dijo Darius, pasando por alto el enfado de Betsy-. El resto es un anticipo. Colóquelo en una cuenta y guarde los intereses. Algún día, tal vez le pida que me lo devuelva. También puedo pedirle que me represente, en cuyo caso puede cobrarme lo que usted crea que el caso valga, sobre o por encima de este anticipo.

– No estoy segura de que desee trabajar para usted, señor Darius.

– ¿Por qué? ¿Porque la hice investigar? No la culpo por estar enfadada, pero un hombre de mi posición no puede correr riesgos. Hay una sola copia del informe de la investigación, y yo se la enviaré, no importa cómo concluya nuestra reunión. Estará contenta de saber lo que sus colegas tienen que decir de usted.

– ¿Por qué no le da este dinero a la firma que maneja sus asuntos comerciales?

– No deseo hablar de este asunto con mis abogados de negocios.

– ¿Está siendo investigado por algún delito?

– ¿Por qué no hablamos de eso si llegara a ser necesario?

– Señor Darius, en Portland hay una cantidad de excelentes abogados criminalistas. ¿Por qué yo?

Darius parecía divertido.

– Simplemente déjeme decirle que creo que usted es la persona más calificada para manejar mi caso, si tal representación fuera necesaria.

– Tengo algo de recelo de tomar un caso sobre esta base.

– No lo tenga. No tiene ninguna obligación. Tome el cheque, use los intereses. Si yo acudo a usted y usted decide que no puede representarme, siempre podrá devolverme el dinero. Y le puedo asegurar que, si me acusan, seré inocente y usted podrá hacerse cargo de mi defensa con la conciencia limpia.

Betsy estudió el cheque. Era por casi cuatro veces los honorarios más grandes que jamás hubiera ganado y Martin Darius era el tipo de cliente que una persona en su sano juicio no rechazaría.

– En tanto usted comprenda que no tengo obligación alguna -dijo Betsy.

– Por supuesto. Le enviaré el contrato por el anticipo que explícita los términos de nuestro arreglo.

Se estrecharon las manos y Betsy acompañó a Darius hasta la salida. Luego cerró con llave la puerta y regresó a su despacho. Cuando Betsy estuvo segura de que Darius se había marchado, le dio al cheque un gran beso, hizo una exclamación de alegría y giró sobre sus talones. De vez en cuando a una Betsy se le podía permitir tener una conducta inmadura.

3

Betsy estaba de un humor extraordinario cuando estacionó su rural en el garaje. No era tanto por el anticipo, sino por el hecho de que Martin Darius la hubiera elegido entre todos los demás abogados de Portland. Betsy se estaba haciendo de una reputación con casos como los de El Estado contra Hanunermill, pero los clientes de mucho dinero iban todavía a los estudios de abogados de gran nombre. Hasta esa tarde.

Rick Tannenbaum abrió la puerta antes de que Betsy sacara su llave de la cartera. Su marido era delgado y unos centímetros más bajo que Betsy. El tupido cabello negro estaba cortado de forma tal que le caía sobre la frente y la piel tersa y los claros ojos azules lo hacían verse más joven que los treinta y seis años que tenía. Rick siempre había sido extremadamente formal. Incluso ahora, cuando hubiese tenido que estar relajado, tenía todavía anudada la corbata y el saco del traje puesto.

– Demonios, Betsy, son casi las ocho. ¿Dónde estuviste?

– Mi cliente no apareció hasta las seis treinta. Lo siento.

Antes de que Rick pudiera decir nada, Kathy apareció corriendo por el pasillo. Betsy arrojó su portafolios y cartera sobre una silla y levantó a su hija de seis años.

– Te hice un dibujo. Debes venir a verlo -le gritó Kathy, luchando por bajarse tan pronto como recibió el beso y abrazo de su mamá.

– Tráelo a la cocina -contestó Betsy, dejando a Kathy en el suelo y quitándose la chaqueta. Kathy regresó corriendo por el pasillo hacia su habitación, con el largo cabello rubio que se movía como una estela detrás.

– Por favor, no me vuelvas a hacer esto, Betsy -le dijo Rick, cuando Kathy estuvo lo suficientemente lejos como para que no lo oyera-. Me siento como un tonto. Estaba en una reunión con Donovan y otros tres abogados y les tuve que decir que no podía seguir participando porque debía recoger a mi hija del colegio. Algo que habíamos acordado que sería de tu responsabilidad.

– Lo siento, Rick. No podía llamar a mi madre y debía encontrarme con este cliente.

– Yo también tengo clientes y una posición que mantener en la empresa. Estoy tratando de poder asociarme y eso no sucederá si tengo reputación de ser alguien en quien no se puede confiar.

– Por el amor de Dios, Rick. ¿Cuántas veces te he pedido que hicieras esto por mí? Ella también es tu hija. Donovan comprende que tú tienes una hija. Estas cosas suceden.

Kathy entró corriendo en la cocina, y ellos dejaron de discutir.

– Éste es el dibujo, mami -dijo Kathy, empujando hacia adelante un gran trozo de papel. Betsy estudió el dibujo mientras Kathy la miraba expectante. Ella se veía adorable con sus vaqueros y la camisa rayada de mangas largas.

– Pero, Kathy Tannenbaum -dijo Betsy, sosteniendo con ampulosidad el dibujo-, éste es el dibujo del elefante más fantástico que jamás haya visto.

– Es una vaca, mami.

– ¿Una vaca con baúl?

– Ésa es la cola.

– Oh. ¿Estás segura de que no es un elefante?

– Deja de bromear-le dijo Kathy muy seria.

Betsy rió y le devolvió el dibujo con un abrazo y un beso.