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– Perdón por eso, pero tenemos tres horas de diferencia aquí y mi vuelo parte en treinta minutos.

– ¿Quién habla? -preguntó Page, lo suficientemente despierto como para estar enfadado.

– Me llamo Wayne Turner. Soy el asistente administrativo del senador Raymond Colby. Fui detective en el Departamento de Policía de Hunter's Point. Nancy Gordon y yo somos buenos amigos.

Page saltó en la cama y se sentó.

– Tiene toda mi atención. ¿De qué se trata?

– Estaré en el hotel Sheraton del aeropuerto a las diez, hora de Oregón. El senador Colby desea que me reúna con usted.

– ¿Tiene esto que ver con Darius?

– Lo conocimos corno Peter Lake. El senador desea que le informe de ciertos asuntos que tal vez usted no conozca.

– ¿Como cuáles?

– No por teléfono, señor Page.

– ¿Ayudará esto en mi caso contra Darius?

– La información que yo poseo hará cierta una convicción.

– ¿Puede darme una pista acerca de lo que me dirá?

– No por teléfono -le repitió Turner-, y a nadie sino a usted.

– Randy Highsmith es mi asistente principal. Usted habló con él. ¿Puede acompañarme?

– Que quede algo en claro, señor Page. El senador Colby se está jugando por usted una pierna como alguien en la vida pública jamás lo haría. Mi trabajo es ver que esa pierna no le sea amputada. Cuando el señor Highsmith llamó, yo no fui directo con él. Usted oirá cosas que yo deseo que el señor Highsmith no conozca. Ésta no es mi decisión. Es el senador el que insistió en que yo volara a Portland. Mi trabajo consiste en hacer lo que él desea, pero lo protegeré tanto cuanto pueda. De modo que no habrá testigos, ni notas y puede esperar ser palmado para verificar que no haya ningún cable. También puede tener la seguridad de que por lo que oirá valía la pena haberlo despertado por la madrugada. Ahora debo tomar mi vuelo, si usted aún lo desea.

– Venga, señor Turner. Respetaré sus deseos. Lo veo a las diez.

Page cortó la comunicación y se sentó en la oscuridad con los ojos bien abiertos. ¿Qué le diría Turner? ¿Qué posible conexión existía entre el nominado por el presidente para la Suprema Corte de Justicia y Martin Darius? Fuera lo que fuese, Turner pensó que garantizaba la convicción que tenía sobre Darius y eso era todo lo que importaba. Darius las pagaría. Desde la primera audiencia por la fianza, el caso pareció habérsele escapado de las manos. Ni siquiera la trágica muerte de Lisa Darius le había dado sustancia a la fiscalía. Tal vez la información de Turner lo salvara.

Wayne Turner abrió la puerta y dejó pasar a Alan Page a la habitación del hotel en el que se hospedaba. Turner estaba impecablemente vestido con un traje de tres piezas. El traje de Page estaba arrugado, los zapatos sin lustrar. Si había alguien que debía tener el aspecto de haber viajado casi cinco mil kilómetros, ese era Page.

– Hagamos el desnudo fuera del camino -dijo Turner cuando cerró la puerta. Page se quitó la chaqueta. Turner lo palpó con experiencia.

– ¿Satisfecho? -le preguntó Page.

– En absoluto, señor Page. Si fuera por mí, regresaría a D.C. ¿Desea café?

– El café está bien.

Había un termo de café sobre la mesa y restos de un emparedado. Turner sirvió dos tazas.

– Antes de que le diga una maldita cosa, tenemos algunas reglas que establecer. Hay una posibilidad excelente de que el senador Colby no sea confirmado si lo que le digo toma estado público. Quiero su palabra de que no me llamará a mí ni al senador como testigos en ninguna Corte o que le contará a alguien lo que le digo, incluyendo a los miembros de su personal, a menos que sea absolutamente necesario para asegurar la condena de Martin Darius.

– Señor Turner, yo respeto al senador. Deseo verlo en la Corte. El hecho de que él esté arriesgando su nominación para ofrecerme información, da más fuerza a mis sentimientos con respecto a él, como hombre valioso para mi país. Créame, no haré nada que ponga en peligro su oportunidad, si puedo evitarlo. Pero deseo saber, desde el comienzo, ya que este caso tiene muchos problemas. Y si tuviera que apostar, lo dejaría marchar a Martin Darius, basándome en lo que ahora tengo.

2

Kathy insistió en volver a comer en Spaghetti Factory. Tuvieron que esperar como siempre cuarenta y cinco minutos y el servicio fue lento. No llegaron al apartamento de Rick hasta pasadas las nueve. Kathy estaba fatigada, pero se sentía tan agitada que no deseaba irse a dormir. Rick se pasó media hora leyéndole. Se sorprendió de cómo le gustaba leerle a su hija. Eso era algo que siempre hacía Betsy. También disfrutó la cena. En realidad, había disfrutado todo el tiempo que estuvieron juntos.

Sonó el timbre. Rick miró el reloj. ¿Quién llamaría a las nueve y cuarenta y cinco? Rick miró por la mirilla. Le llevó a él un momento recordar a la mujer que estaba de pie en el pasillo.

– La señorita Sloane, ¿no es así? -preguntó Rick, cuando abrió la puerta.

– Tiene muy buena memoria.

– ¿En qué puedo servirla?

Sloane se mostró avergonzada.

– No debería haberme entrometido de esta manera, pero recordé su dirección. Usted se la dijo a Betsy antes de abandonar su oficina. Estaba en el barrio. Sé que es tarde, pero iba a arreglar una cita con usted para tener antecedentes para mi artículo, de modo que pensé en correr el riesgo. Si está ocupado, puedo venir en otro momento.

– En realidad, eso sería lo mejor. Tengo a Kathy conmigo y ella acaba de dormirse. No deseo molestarla y yo mismo estoy muy fatigado.

– No diga más, señor Tannenbaum. ¿Podría encontrarse conmigo esta semana?

– ¿Desea realmente hablar conmigo? Betsy y yo estamos separados.

– Sí, lo sé, pero me gustaría hablarle de ella. Es una mujer notable y la visión que usted tenga de ella será muy informativa.

– No estoy seguro de desear hablar de nuestro matrimonio para una publicación.

– ¿Lo pensará?

Rick dudó, luego dijo:

– Seguro. Llámeme a la oficina.

– Gracias, señor Tannenbaum. ¿Tiene una tarjeta?

Rick se palpó los bolsillos y recordó que su billetera estaba en el dormitorio.

– Pase un minuto. Le traeré una.

Rick le dio la espalda a Nora Sloane y se dirigió hacia el interior del apartamento. Nora era más alta que Rick. Ella se escurrió detrás de él y colocó su brazo izquierdo alrededor de su cuello, mientras sacaba un cuchillo de su bolsillo con la mano derecha. Rick sintió trastabillar sus pies cuando Sloane se inclinó hacia atrás y le levantó el mentón. No sintió nada cuando el cuchillo le cortó la garganta de lado a lado, ya que su cuerpo estaba en conmoción. Hubo otro sobresalto cuando el cuchillo lo atravesó por la espalda, luego otro sobresalto más. Rick trató de luchar, pero perdió el control del cuerpo. Le salía sangre por el cuello. Vio el rojo manantial tal como un turista mira una vista. La habitación comenzó a girar. Rick sintió que las fuerzas lo abandonaban tal como el fluir de la sangre que manchaba el suelo. Nora lo soltó y Rick se deslizó por la alfombra. Había una sala de estar al final del pasillo. Sloane pasó por él, a otro pasillo y se detuvo en la primera puerta. La empujó con suavidad y miró fijo a Kathy. La pequeña niña estaba dormida. Se la veía adorable.

Capítulo 26

Betsy estaba terminando de desayunar cuando sonó el timbre de la puerta. Una suave llovizna había estado cayendo toda la mañana y era difícil distinguir a Nora Sloane a través del vidrio mojado de la ventana de la cocina. Estaba de pie sobre el felpudo de la entrada, sosteniendo un paraguas en una mano y una gran bolsa de compras en la otra. Betsy llevó su taza de café a la puerta del frente. Nora sonrió cuando abrió.