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– Betsy.

Levantó la mirada. Samantha Reardon estaba de pie junto a ella. Tenía un impermeable negro y un sombrero de ala ancha que dejaba su rostro en la sombra. Betsy miró a su alrededor por ayuda. La mayoría de los asistentes caminaban deprisa hacia los automóviles para escapar de la lluvia. Su hermano caminaba junto al rabino. Rita hablaba con dos de sus amigas. La familia de Rick se había reunido en un grupo, dando la espalda a la tumba.

– Se suponía que hoy sería la audiencia.

– Es el funeral. No pude…

– No habrá retrasos, Betsy. Yo contaba con usted y me defraudó. Fui a la Corte y no estaba allí.

– Es el funeral de Rick.

– Su marido está muerto, Betsy. Su hija aún está viva.

Betsy vio que sería inútil tratar de razonar con Reardon. Su rostro carecía de toda compasión. Sus ojos estaban muertos.

– Puedo llamar al juez -dijo Betsy-. Lo haré.

– Será mejor que lo haga, Betsy. Me molesté tanto que se retrasara la audiencia que me olvidé de alimentar a Kathy.

– Oh, por favor -suplicó Betsy.

– Usted me hizo enfadar, Betsy. Cuando usted lo haga, yo castigaré a Kathy. Una comida por día es todo lo que ella tendrá hasta que haya dicho lo que dice ahora. Habrá sólo suficiente alimento y agua para que pueda seguir viva. La misma dieta que yo recibí en Hunter's Point. Kathy sufrirá pues usted me desobedeció. Cada lágrima que derrame será por culpa suya. Verificaré en la Corte. Será mejor que me entere que se ha fijado una fecha para la audiencia.

Reardon se alejó. Betsy la siguió unos pasos; luego se detuvo.

– Se olvidó de su paraguas -le dijo Alan Page.

Betsy se volvió y lo miró sin expresión en el rostro. El paraguas se le había caído de las manos mientras Reardon le hablaba. Page se lo sostenía.

– ¿Cómo lo está soportando? -le preguntó Page.

Betsy meneó la cabeza, sin confianza en sí misma para hablar.

– Se sobrepondrá a esto, Betsy. Usted es una persona fuerte.

– Gracias, Alan. Aprecio todo lo que ha hecho por mí.

Fue difícil manejar la pena en una casa llena de extraños. Los agentes del FBI y la policía trataban de no molestar, pero no había forma de estar sola sin esconderse en su dormitorio. Page había sido maravilloso. Había llegado con la primera invasión el sábado por la noche y se había quedado en la casa hasta el amanecer del otro día. El domingo, Page regresó con emparedados. El gesto simple y humanitario la hizo llorar.

– Por qué no se va a su casa. Lejos de esta lluvia -le sugirió Page.

Ambos se alejaron de la tumba. Page la cubrió con el paraguas mientras subían la colina hacia donde estaba Rita Cohén.

– Alan -dijo Betsy, deteniéndose de repente-, ¿podemos arreglar la audiencia de Darius para mañana?

Page se mostró sorprendido por el pedido.

– No conozco la agenda del juez Norwood, pero ¿por qué desea ir a la Corte mañana?

Betsy trató de buscar una explicación racional para su pedido.

– No puedo soportar quedarme sentada en casa. No creo que el secuestrador llame, si no lo ha hecho hasta ahora. Si… si esto es un secuestro por rescate, debemos darle una oportunidad al secuestrador para que se comunique conmigo. Tal vez él haya adivinado que los teléfonos están intervenidos. Si yo estoy en la Corte, en medio de una multitud, él podría intentar acercarse a mí.

Page trató de pensar en una razón para disuadir a Betsy, pero lo que ella decía tenía sentido. No había habido intento de telefonear o de escribirle a Betsy a su casa ni a su oficina. Él comenzaba a aceptar la posibilidad de que Kathy estuviera muerta, pero no deseaba decírselo a Betsy. Acompañarla en sus decisiones le proporcionaría a Betsy alguna esperanza. Ahora mismo, eso era todo lo que él podía hacer.

– Muy bien. Prepararé todo tan pronto como pueda. Mañana, si el juez está dispuesto.

Betsy bajó la mirada al pasto. Si el juez Norwood daba la audiencia, Kathy podría regresar mañana a casa. Page le colocó una mano en el hombro. Le dio el paraguas a Rita, que había bajado la colina para reunirse con ellos.

– Vamos a casa-dijo Rita. La familia de Rick se acercó a ella y la siguieron al coche. Page la observó alejarse. La lluvia lo golpeaba en el rostro.

Capítulo 28

1

Reggie Steward estaba en su modesto apartamento mirando las listas que tenía extendidas sobre la mesa de la cocina. No se sentía bien con lo que estaba haciendo. Era un investigador excelente, pero hacer la verificación cruzada de los cientos de nombres en las docenas de listas que tenía requería muchas manos y podría haberse hecho de una manera mil veces más eficiente si eso hubiera estado a cargo del FBI o de la policía.

Steward también estaba preocupado por obstruir el trabajo de la justicia. Sabía el nombre de la secuestradora de Kathy y estaba ocultando información. Si Kathy moría, siempre se preguntaría si la policía podría haberla salvado. Al él le gustaba Betsy, y la respetaba, pero ella podía no estar pensando correctamente. Comprendió su preocupación acerca del modo en que podría actuar el FBI y la policía, pero no estaba de acuerdo con ella. Casi había decidido recurrir a Alan Page, si no conseguía algo pronto.

Tomó un sorbo de café y recomenzó con las listas. Las había de inmobiliarias, de compañías de servicios, de la compañía de teléfonos. Algunas de ellas habían tenido un costo monetario, pero a él no le había importado el precio. Hasta aquí, no había listados en los que apareciera Samantha Reardon o Nora Sloane, pero Steward sabía que no sería fácil.

En su segunda revisión de una lista de nuevos abonados al servicio telefónico del condado de Washington, Steward se detuvo en el doctor Samuel Félix. El nombre del primer marido de Samantha Reardon era Max Félix. Cruzó las listas y encontró que la señora Samuel Félix había alquilado una casa en el condado, en la semana en que Oberhurst regresó a Portland desde Hunter's Point. Llamó por teléfono a la inmobiliaria Pangborn tan pronto abrió sus puertas. La vendedora que estaba a cargo recordaba a la señora Félix. Era una mujer alta, atlética de cabello castaño corto. La describió como una mujer amistosa que no estaba del todo feliz de mudarse desde Nueva York, donde su marido era neurocirujano.

Steward llamó a Betsy, pero Ann le dijo que ella estaba camino de la Corte para el caso Darius. Entonces se dio cuenta de que se había presentado la oportunidad. Reardon atendía todas las audiencias de la Corte en el caso Darius. Probablemente iría a ésta, dejando sola a Kathy.

La casa estaba situada al final de un camino de tierra. Era blanca, con un porche y una veleta de los vientos, una casa alegre que lo que menos representaba era un lugar que escondiese sufrimiento en su interior. Reggie Steward hizo un rodeo por el bosque. Vio huellas de neumáticos en el jardín del frente, pero no había automóvil alguno allí. La puerta al pequeño garaje separado de la casa estaba abierta y este vacío. Las cortinas estaban cerradas en casi todas las ventanas, pero la de la ventana del frente estaba abierta. No había luces en el interior. Steward pasó veinte minutos observando para comprobar si había movimientos en la habitación del frente y no vio nada. Si Samantha Reardon vivía en esta casa, ella ahora no estaba allí.

Reggie cruzó el patio y se agazapó en un tanque de cemento que estaba junto a la casa. Eran seis los pasos que lo separaban de la puerta del sótano. Las ventanas de este habían sido pintadas. Si Reardon había hecho lo que Darius, Kathy estaría en el sótano. Las ventanas pintadas reforzaron esa idea.

Intentó abrir la puerta. Estaba cerrada con llave. La cerradura no se veía muy fuerte, y Steward pensó que podría propinarle una patada para abrirla. Retrocedió dos pasos y se apoyó contra la pared de cemento del tanque; luego con un envión pegó un pie contra la puerta. La madera se rompió y la puerta comenzó a ceder. Steward dio otro envión y su pierna pasó por el agujero que ya había abierto en esa superficie. Lo hizo con gran estrépito.