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El estómago de Betsy se comprimió. Sintió que se desmayaba.

– Me gustaría hablar con el señor Darius en privado. ¿Puedo usar la sala del jurado?

– Por cierto que sí.

Betsy salió de la cámara del juez. Sentía que su cabeza daba vueltas cuando le dijo a los guardias que el juez Norwood la dejaba hablar con Darius en la sala del jurado. Uno de los guardias fue hasta donde estaba el juez Norwood para verificar el pedido. Un minuto después regresó y escoltaron a Darius hasta el lugar indicado. Betsy miró hacia el fondo del tribunal, justo cuando Reardon salía al pasillo.

Un guardia se ubicó en el exterior, junto a la puerta de la sala. Otro estaba ante la puerta que se abría al pasillo. Betsy cerró la puerta de la sala y puso llave. Una mesa lo suficientemente larga como para acomodar a doce personas ocupaba el centro del recinto. Había un baño angosto en una de las esquinas y un fregadero, un mostrador y un armario lleno de tazas de café plásticas y de platos. La otra pared contenía una pizarra con anuncios y caricaturas de jueces y jurados.

Darius se sentó en uno de los extremos de la mesa. Todavía vestía las ropas del día en que fue arrestado. Los pantalones estaban arrugados y la camisa también. No tenía corbata y en los pies calzaba las sandalias que suministraba la prisión.

Betsy se quedó de pie al borde de la mesa tratando de no mirar hacia la puerta del corredor.

– ¿Qué sucede? -preguntó Darius.

– Page sabe lo del perdón. Colby se lo dijo.

– Ese hijo de puta.

– Page desea que el juez tome en secreto el testimonio de Colby, de modo que las posibilidades para su confirmación en la Corte no se vean afectadas.

– Que se joda. Si trata de joderme, yo lo haré con él. De todos modos, ellos no pueden usar ese perdón, ¿no es así?

– No lo sé. Es un tema legal muy complicado.

Se produjo un golpe en la puerta. Darius notó la forma en que Betsy volvió sobresaltada su cabeza.

– ¿Está esperando a alguien? -le preguntó, sospechoso.

Besty abrió la puerta sin contestar.

Reardon estaba de pie detrás del guardia. Tenía una bolsa de Gladstone en su mano.

– Esta señora dice que usted la está esperando -dijo el guardia.

– Es cierto -contestó Betsy.

Darius se puso de pie. Miró a Reardon. Sus ojos se abrieron. Reardon lo miró fijo.

– No… -comenzó a decir Darius. Reardon le disparó al guardia en la sien. Su cabeza estalló, echando carne y huesos por todo su impermeable. Betsy tenía la mirada fija. El guardia se desplomó en el suelo. Reardon empujó a Betsy a un lado, dejó caer la bolsa y cerró la puerta del pasillo.

– Siéntate -le ordenó, apuntando el revólver a Darius. Este retrocedió y se sentó en la silla situada en el extremo de la mesa. Reardon se volvió hacia Betsy.

– Tome una silla ante mí y lejos de Darius y coloque las manos sobre la mesa. Si se mueve, Kathy se muere.

Darius miró a Betsy.

– ¿Usted planeó esto?

– Cállate, Martin -dijo Reardon. Tenía los ojos bien abiertos. El aspecto de una maníaca-. Los perros no hablan. Si emites un sonido sin pedirme permiso, sufrirás el dolor más grande que jamás hayas sentido.Darius mantuvo su boca cerrada y los ojos clavados en Reardon.

– Me has convertido en una experta de! dolor, Martin. Pronto sabrás lo bien que he aprendido. Mi única pena es que no tendré esos privados momentos contigo como tú los tuviste conmigo. Aquellos días a solas, juntos, cuando me hacías suplicar por el dolor. Recuerdo cada minuto compartido. Si tuviéramos tiempo, te haría revivir cada momento de aquellos.

Reardon tomó la bolsa negra y la colocó sobre la mesa.

– Tengo una pregunta para ti, Martin. Es una pregunta simple. Una que no tendrás problemas en contestarme. Si puedes, te autorizo para que lo hagas. Si tenemos en cuenta el tiempo que pasamos juntos, debería ser una brisa. ¿Cómo me llamo?

Alguien golpeó a la puerta del pasillo.

– ¡Abran! Policía.

Reardon se volvió a medias hacia la puerta, pero mantuvo los ojos clavados en Darius.

– Aléjense o los mato a todos. Tengo a Betsy Tannenbaum y a Martin Darius. Si oigo a alguien en la puerta, los mataré. Ustedes saben que lo haré.

Se produjo un movimiento en la puerta que daba al tribunal. Reardon disparó por encima de la parte superior de dicha puerta. Betsy oyó varios gritos.

– Salgan de las puertas o todos morirán -aulló Reardon.

– ¡Ya nos hemos retirado! -gritó alguien desde el pasillo.

Reardon apuntó a Betsy con el arma.

– Hábleles. Dígales lo de Kathy. Dígales que morirá si tratan de entrar aquí. Dígales que estará a salvo si hacen lo que yo digo.

Betsy estaba temblando.

– ¿Me puedo parar? -pudo alcanzar a decir.

Reardon asintió. Betsy caminó hacia la puerta del tribunal.

– ¡Alan! -gritó, luchando por evitar que su voz se quebrara.

– ¿Se encuentra bien? -le respondió a gritos Page.

– Por favor, que no se acerque nadie. La mujer que está aquí es una de las mujeres que Darius secuestró en Hunter'sPoínt. Ella ha escondido a Kathy y no le está dando alimento. Si la capturan, no nos dirá dónde tiene a Kathy y ella morirá de inanición. Por favor, que nadie se acerque.

– Muy bien. No se preocupe.

– En el pasillo, también -ordenó Reardon.

– Desea también que nadie se acerque en el pasillo. Por favor. Hagan lo que dice. No dudará en matarnos.

Reardon volvió su atención hacia Darius.

– Tuviste tiempo para pensar. Contesta la pregunta, si puedes. ¿Cómo me llamo?

Darius negó con la cabeza, y Reardon sonrió de un modo que hizo que Betsy sintiera frío.

– Sabía que no podrías decirlo, Martin. Jamás fuimos personas para ti. Eramos carne. Figuras de fantasía.

Betsy oyó gente que se movía en 1a sala del tribunal y en el corredor.

Reardon abrió la bolsa. Sacó una hipodérmica. Betsy pudo ver los elementos quirúrgicos que estaban sobre bandejas.

– Me llamo Samantha Reardon, Martin. Lo recordarás cuando haya acabado. Deseo que conozcas algo más de mí. Antes de que me secuestraras y arruinaras mi vida, yo era instrumentista quirúrgica. Las enfermeras de cirugía aprenden a curar cuerpos destrozados. Ellas ven las partes del cuerpo enfermas y retorcidas y también lo que un cirujano debe hacer para aliviar los dolores que provocan esas heridas. ¿Puedes darte cuenta de cómo dicha información podría serle útil a una persona que deseara causar dolor?

Darius sabía que era mejor no responder. Reardon sonrió.

– Muy bien, Martin. Eres un alumno sagaz. No hablaste. Por supuesto, tú inventaste este juego. Recuerdo lo que sucedió la primera vez que me hiciste una pregunta después de decirme que los perros no hablan y que yo era lo suficientemente tonta como para responder. Siento no tener a mano la picana eléctrica, Martin. El dolor es exquisito.

Reardon colocó un escalpelo sobre la mesa. Besty sintió que se descomponía. Inhaló aire. Reardon no le prestó atención. Avanzó a lo largo de la mesa y se acercó a Darius.

– Debo ponerme a trabajar. No puedo pensar que esos tontos esperarán para siempre. Después de un rato, decidirán hacer algo estúpido.

– Probablemente pensarás que voy a matarte. Te equivocas. La muerte es un regalo, Martin. Es el fin del sufrimiento. Deseo que sufras tanto tiempo como sea posible. Deseo que sufras por el resto de tu vida.

"Lo primero que haré será dispararte en las dos rodillas. El dolor de las heridas será penosísimo y te inmovilizará lo suficiente como para que no representes una amenaza física para mí. Luego aliviaré tu dolor con anestesia”.