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Page estaba por decirle a los dos oficiales que llevaran a Reardon a su oficina, cuando Ross Barrow apareció corriendo por el recinto.

– Sabemos dónde está la niña. Ella está bien. El investigador de Tannenbaum la encontró en el condado de Washington.

3

La mujer que los paramédicos sacaron del oscuro sótano no parecía la mujer allética que le había contado a Alan Page lo de Hunter's Point. Nancy Gordon estaba macilenta, las mejillas hundidas, el cabello desgreñado. Kathy, por el contrario, parecía un ángel. Cuando Steward la encontró, estaba en un sueño profundo, tendida sobre la bolsa de dormir, abrazando a Oliver. Los médicos dejaron que Betsy le tocara la frente y la besara en la mejilla; luego la llevaron de urgencia al hospital.

En la sala, Ross Barrow tornó declaración al emocionado Reggie Steward, mientras Randy Highsmith miraba las fotografías de Martin Darius que se habían encontrado durante el allanamiento de la casa. En una de ellas, la luz del baúl mostraba con claridad a Darius levantando el cuerpo sin vida de Samuel Oberhurst, para sacarlo de su vehículo.

Alan Page salió al porche. Betsy Tannenbaum estaba de pie junto a la barandilla. Hacía frío. Page pudo ver su aliento en el aire.

– ¿Se siente mejor ahora que Kathy está a salvo? -le preguntó Page.

– Los médicos creen que Kathy estará bien físicamente, pero estoy preocupada por el daño psicológico. Debe de haber estado aterrorizada. Y yo tengo miedo de lo que Reardon hará si alguna vez la liberan.

– No debe preocuparse por eso. Ella estará en la prisión para siempre.

– ¿Cómo puede estar seguro de eso?

– La tengo civilmente comprometida. Lo habría hecho aunque me hubiera forzado a otorgarle el perdón. El perdón no me habría imposibilitado el hacerla confinar a una institución para enfermos mentales, si ella está mentalmente enferma y es peligrosa. Reardon tiene una historia documentada de enfermedad mental y de internación psiquiátrica. Hablé con la gente del hospital estatal. Por supuesto que habrá audiencia. Ella tendrá un abogado. Estoy seguro de que habrá algunos trucos legales. Pero lo concreto es que Samantha Reardon es una enferma mental y jamás volverá a ver la luz del día.

– ¿Y Darius?

– Haré todos los descargos por el asesinato de las mujeres, salvo por el de John Doe. Con la fotografía de Darius con el cuerpo de Oberhurst y la evidencia acerca de los asesinatos de Hunter's Point, creo que tendrá la pena capital.

Betsy miró el jardín. Las ambulancias se habían ido, pero todavía había varios patrulleros. Se abrazó el cuerpo, y se estremeció.

– Una parte de mí no cree que usted tenga a Darius. Reardon jura que es el diablo. Tal vez lo sea.

– Aun el diablo necesitaría de un gran abogado con el caso que tenemos.

– Darius tendrá el mejor, Al. Tiene el dinero suficiente como para contratar al que desee.

– No a cualquiera -dijo Page, mirándola-, y no el mejor.

Betsy se sonrojó.

– Hace demasiado frío para estar aquí afuera -dijo Page-. ¿Quiere que la lleve al hospital?

Betsy siguió a Page. Él le abrió la puerta del automóvil. Ella subió. Page puso en marcha el motor. Besty miró hacia atrás, hacia la prisión de Kathy. Un lugar tan encantador. Al mirarlo, nadie habría adivinado lo que estaba sucediendo en el sótano. Nadie sospecharía tampoco de Reardon. O de Darius. Los monstruos verdaderos no tienen aspecto de monstruos y, sin embargo, ellos están allí, sueltos, al acecho.

Epílogo

A las once y treinta de una sofocante noche de verano, Raymond Francis Colby colocó su mano izquierda sobre una Biblia, sostenida por el jefe de empleados de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos, levantó su mano derecha y repitió este juramento, después de la jueza Laura Healy:

– Yo, Raymond Francis Colby, juro solemnemente administrar justicia sin hacer diferencias entre personas y ejercer igual derecho con los pobres que con los ricos, y ejecutaré con fe e imparcialidad todos los deberes inherentes a mí como presidente de la Corte Suprema de los Estados Unidos de Norteamérica, de acuerdo con el máximo de mi capacidad y conocimientos, según la Constitución y las leyes de la nación. Y así lo quiera Dios.

– ¿Es ella juez, mami? -preguntó Kathy Tannenbaum.

– Sí -susurró Betsy.

Kathy volvió a concentrarse en la ceremonia. Tenía puesto un vestido nuevo de color azul que Betsy le había comprado para su viaje a Washington. Su cabello despedía aroma a flores y a sol, sólo como podía hacerlo el cabello recién lavado de una pequeña. Nadie que mirara a Kathy adivinaría el tormento que ella había soportado.

La invitación para la investidura del senador Colby llegó una semana después de que el Senado confirmara su nombramiento en la Corte. El perdón de Lake había sido la noticia más caliente de las últimas semanas. Las especulaciones corrieron desenfrenadas, en cuanto a que Colby no soportaría la revelación de que había dejado en libertad al asesino de la rosa. Luego Gloria Escalante públicamente elogió a Colby por haberle salvado la vida, y Alan Page alabó el coraje del senador al hacer público aquel perdón, aun cuando él no estaba confirmado. El voto final de la confirmación fue más difundido que anticipado.

– Creo que administrará bien la justicia -dijo Alan Page, cuando abandonaron el recinto de la Corte y se dirigieron al salón de conferencias, donde se había preparado una recepción para los jueces e invitados especiales.

– No me gusta la política de Colby -contestó Betsy-, pero me gusta el hombre.

– ¿Qué hay de malo en su política? -preguntó cortante Page.

Betsy sonrió.

Una gran mesa de bufete se había preparado en uno de los extremos del salón. Había un jardín con una fuente, afuera de las altas puertas ventanas. Betsy llenó un plato para Kathy y encontró una silla para que se sentara cerca de la fuente; luego regresó al interior para buscar su plato.

– Se la ve espléndida -le dijo Page.

– Kathy es un caballo de guerra -contestó orgullosa Betsy-. Además la investigación se hizo en un buen tiempo. La terapeuta de Kathy creyó que un cambio de escenario sería beneficioso. Y entonces regresaremos a casa, pasando por Disneylandia. Desde que se lo dije, ha estado en el quinto cielo.

– Bien. Tiene suerte. Y usted también.

Betsy llenó su plato con algunas comidas frías y fruta fresca y siguió a Page hacia el jardín.

– ¿Cómo está usted con el caso Darius? -preguntó Betsy.

– No se preocupe. Oscar Montoya está haciendo mucho ruido con el perdón, pero lo meteremos en la evidencia.

– ¿Cuál es su teoría?

– Creemos que Oberhurst estaba chantajeando a Darius por los asesinatos de Hunter's Point. El perdón es relevante para probar que Darius los cometió.

– Si no obtiene la pena capital, deberá encerrarlo para siempre, Alan. No tiene idea de lo que es Darius.

– Oh, creo que lo sé -le contestó Alan.

– No, no lo sabe. Sólo cree saberlo. Yo sé cosas de Darius, cosas que él me confesó en privado, que lo cambiarían para siempre. Créame: Martin Darius jamás debe salir de prisión. Jamás.

– Muy bien, Betsy. Tranquilícese. No lo estoy subestimando.

Betsy había hablado con tanto fervor que no había notado la presencia del juez Colby, hasta que él le habló. Wayne Turner estaba junto al nuevo presidente de la Corte.

– Estoy encantado de que haya venido -le dijo Colby a Betsy.