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En el instante en que el disco se puso en movimiento esta noche en el America West Arena, los Chinooks y los Coyotes ofrecieron a los espectadores toda una variedad rusa de potentes disparos y suspense de nudillos blancos. Ambos equipos mantuvieron el ritmo frenético hasta el final, cuando el portero de los Chinooks, Luc Martineau, les sacó a los Coyotes un gol cantado sobre la línea. Cuando sonó la bocina tras la prórroga, el marcador seguía mostrando empate a uno con…

Tras hablar de las muchas paradas de Luc, escribió acerca del gol de Lynch y los fuertes disparos de Martillo. Hasta la mañana siguiente, una vez enviado el artículo, no reparó en que Luc la había estado observando en el vestuario. Mientras iba de un lado para otro como una bola de billar, no todo el mundo había hecho caso omiso de ella. De nuevo, sintió un molesto estremecimiento en el pecho y las alarmas empezaron a sonar en su cabeza indicando problemas. Grandes problemas con el chico de los ojos azules y sus legendarias manos veloces.

Se dijo que lo mejor era no gustarle. Pues, definitivamente, a ella no le gustaba nada de lo que sabía de él.

Bueno, excepto su tatuaje.

Aquella misma mañana a primera hora, los integrantes de los Chinooks se vistieron de traje y corbata, luciendo sus cicatrices de batalla, y se encaminaron al aeropuerto. Cuando llevaba media hora del vuelo que debía conducirlos a Dallas, Luc se aflojó la corbata y se puso a barajar un mazo de cartas. Dos de sus compañeros y el entrenador de porteros, Don Boclair, se le unieron en una partida de póquer. Cuando jugaba a las cartas durante los vuelos largos, era una de las escasas ocasiones en que Luc se sentía parte del equipo.

Mientras repartía, Luc miró al otro lado del pasillo del BAC-111 en el que viajaban, a las consistentes suelas de unas pequeñas botas. Jane había levantado el brazo que separaba los asientos, se había tumbado y se había quedado dormida. Yacía de lado, y por una vez no llevaba el pelo recogido. Suaves mechones de cabello castaño caían sobre sus mejillas y la comisura de sus labios.

– ¿Crees que nos pasamos mucho anoche?

Luc miró a Bressler, alzado sobre el respaldo de su asiento.

– Qué va. -Negó con la cabeza, y después dejó la baraja sobre la bandeja que tenía delante. Echó un vistazo a sus cartas y vio un par de ochos, al tiempo que el tipo que se había sentado a su lado, Nick Oso Grizzell, doblaba la apuesta-. Éste no es su territorio -añadió-. Si Duffy tenía pensado forzarnos a llevar con nosotros a un periodista, como mínimo tendría que haber escogido a alguien que supiese un poco de hockey.

– ¿Os fijasteis en lo roja que se puso anoche?

Se echaron a reír.

– Le echó un vistazo a la polla de Vlad. -Bressler miró sus cartas-. Una -pidió mientras descartaban.

– ¿Se la vio al Empalador?

– Así es.

– Casi se le salían los ojos de las órbitas. -Luc le entregó tres cartas a Don Boclair, en tanto que él pidió otras tres-. Creo que ya nunca volverá a ser la misma -añadió.

Vlad era famoso por su polla enorme. El único que no parecía opinar lo mismo era el propio Vlad, pero todos sabían también que el ruso había recibido demasiados golpes en la cabeza.

Luc consiguió reunir tres ochos y su victoria quedó reflejada en la libreta de Don.

– ¿Cuánto tiempo estuvisteis llamándola a su habitación? -preguntó Luc.

– Acabó descolgando el teléfono a eso de la medianoche.

– La primera noche me sentí un poco mal cuando todos nos fuimos y ella se quedó sola en el bar del hotel -confesó Don.

Los otros lo miraron como si hubiese dicho una tontería. Lo último que querían era llevar a un periodista con ellos, especialmente una mujer, rondando a su alrededor cuando se relajaban intentando olvidarse de todo. Ya fuese acudiendo a un club de strip-tease o conversando en el bar del hotel sobre los siguientes rivales.

– Bueno -intentó rectificar Donny mientras repartía-, la cuestión es que no me gusta ver a una mujer sentada sola.

– Fue patético -apuntó Grizzell.

Luc le miró por encima de sus cartas e hizo su apuesta.

– ¿Tú también te sentiste mal, Oso? No me lo creo.

– No, demonios. Ella tiene que largarse. -Arrojó sus cartas-. Hoy no es mi día de suerte.

– ¿Jugamos demasiado fuerte para ti?

– Qué va, lo que pasa es que voy a tumbarme un poco y a leer el resto del vuelo. -Todo el mundo sabía que Oso no leía nada que no tuviese fotografías-. Leer es fundamental.

– ¿Te has comprado el Playboy? -preguntó Don.

– Compré Him anoche, después del partido, pero no se lo he podido arrancar de las manos al novato -dijo refiriéndose a Daniel Holstrom-. Está aprendiendo inglés leyendo «La vida de Bomboncito de Miel».

Todos soltaron la carcajada mientras Don apuntaba la victoria de Bressler en la libreta. Al vivir en Seattle, muchos de ellos eran seguidores de «Bomboncito de Miel». Leían la columna mensual para descubrir a quién había llevado al éxtasis comatoso y dónde había dejado el cuerpo.

Luc barajó las cartas y le echó un vistazo a Jane, que dormía como un angelito. No había duda de que era la clase de mujer que pondría el grito en el cielo si veía a uno de los chicos leyendo historias pornográficas.

La conversación cambió de orientación centrándose en el partido de la noche anterior. Ninguno parecía haber quedado satisfecho con el empate, y Luc menos que nadie. Phoenix había disparado veintidós veces a puerta, y él había detenido veintiuno de los tiros. No había sido una mala noche según las estadísticas, pero a pesar de todas las paradas, le habría gustado hacer desaparecer aquel único gol. No necesariamente porque hubiese entrado, sino porque el gol había sido cuestión de suerte más que consecuencia de un tiro preciso. Además de ser muy competitivo y mal perdedor, Luc detestaba perder por cuestiones azarosas más que debido a las habilidades del contrario.

Volvió a mirar a Jane, cuyo pecho ascendía y descendía suavemente mientras respiraba con la boca entreabierta. ¿Acaso el empate de la noche anterior había sido cosa de la mala suerte? ¿Una alteración en el transcurso normal de la temporada? Probablemente, pero Luc no podía dejar de pensar en aquel maldito gol. ¿Acaso su vida personal estaba afectando su juego? Debería hablar con su representante, pues la situación de Marie seguía sin resolverse.

Dormida, Jane se apartó el pelo de la cara. ¿O lo que había pasado se debía al influjo de la cronista deportiva? Un empate, por descontado, no era indicio de mala suerte. Pero podría tratarse del principio si perdían el viernes en Dallas.

– ¿Sabías que para los piratas era un signo de mala suerte que embarcase una mujer en su barco? -dijo Bressler, como si le hubiese leído el pensamiento.

Luc lo ignoraba, pero no le extrañaba. Nada podía alterar la vida de un hombre con tanta rapidez como la aparición no deseada de una mujer.

El viernes por la noche, los Chinooks perdieron por la mínima, cuatro a tres, contra Dallas. El sábado por la mañana, mientras esperaba junto al autocar que debía llevarlos al aeropuerto, Luc leyó la sección de deportes del Dallas Morning News.

El titular rezaba: «Los Chinooks sudan sangre y echan las tripas», lo cual venía a resumir el partido, pues el novato de los Chinooks, Daniel Holstrom, había recibido un golpe de disco en la mejilla recién empezado el segundo tiempo. Tuvieron que atenderlo fuera de la pista y se retiró lesionado. Los ánimos se crisparon y las represalias no se hicieron esperar. Martillo se ocupó de los atacantes de Dallas, agarrando a uno de los extremos en el tercer tiempo y propinándole un puñetazo en el túnel de vestuarios.

Tras esto, las cosas se pusieron muy feas, y mientras los Chinooks ganaban la batalla de los puñetazos, acabaron perdiendo la guerra. La línea ofensiva de Dallas sacó ventaja de todas las superioridades numéricas y acribilló a Luc con treinta y dos disparos a puerta.