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Él negó con la cabeza.

– Eso no tiene sentido.

– No. Estoy segura de que no lo tiene para ti, pero sí lo tiene para mí.

– Es la excusa más estúpida que he oído en mi vida.

Su corazón se hundió. No la creía.

– He estado dándole muchas vueltas a lo largo de la semana, y me he dado cuenta de que en todas mis relaciones con hombres siempre he dejado una vía de escape por miedo a que me hiriesen. La historia de Bomboncito de Miel era mi vía de escape. El problema fue que no pude salir todo lo deprisa que quería. -Respiró hondo y añadió-: Te quiero, Luc. Me enamoré de ti, y tenía miedo de que nunca me quisieras. En lugar de pensar que una relación contigo no tenía ningún futuro debería haber luchado por lograr que funcionase. Debería… No sé qué. Pero ahora sé que lo he estropeado. Sé que la culpa es mía, y te pido disculpas. -Al ver que no decía nada, su corazón cayó en picado. No tenía nada más que decir, excepto-: Esperaba que pudiésemos seguir siendo amigos.

Él enarcó una ceja con expresión de duda.

– ¿Quieres que seamos amigos?

– Sí.

– NO.

Nunca había imaginado que una sola palabra pudiese herir de aquel modo.

– No quiero ser tu amigo, Jane.

– Lo entiendo. -Jane inclinó la cabeza y caminó hacia la puerta. No creía tener más lágrimas que llorar. Creía que ya había llorado todo posible, pero estaba equivocada. No le importaba si el resto del equipo de los Chinooks estaba en el túnel; tenía que salir de allí y alejarse. Agarró el pomo de la puerta y tiró, pero no pasó nada. Tiró con más fuerza, pero la puerta no se movió. Desechó el cerrojo, pero aun así no se abrió. Vio entonces que la mano de Luc, apoyada en la parte de arriba de la puerta, impedía que se abriese.

– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó Jane volviéndose para mirarle de frente. Estaba tan cerca, que su nariz quedó a escasos centímetros de su pecho y pudo oler el aroma del algodón limpio de la camisa mezclado con el del desodorante.

– No juegues conmigo, Jane.

– No estoy jugando.

– Entonces, ¿por qué me dices que estás enamorada de mí y al instante siguiente quieres que seamos amigos? -Luc colocó los dedos bajo la barbilla de Jane y la obligó a mirarle-. Ya tengo amigos. Yo quiero algo más que eso. Soy un tipo egoísta, Jane. Si no puedo ser tu amante, si no puedo tenerlo todo de ti, entonces no quiero nada.

Inclinó la cabeza y la besó, fue una ligera presión en sus labios, y las lágrimas que ella había estado intentando contener le llenaron los ojos. Agarró entonces la camisa de Luc y apretó fuerte. Quería ser su amante, y en esta ocasión no inventaría razones para acabar con todo. Lo quería con todas sus fuerzas.

Él deslizó su boca por la mejilla de Jane y le susurró al oído:

– Te quiero, Jane. Y te he echado de menos. Mi vida es una mierda sin ti.

Ella le empujó y le miró a la cara.

– Dilo otra vez.

Él alzó las manos hasta su cara y le acarició las mejillas con los pulgares.

– Te quiero, y quiero estar contigo porque a tu lado me siento mejor. -Le colocó el pelo detrás de la oreja-. Una vez me preguntaste qué era lo que veía cuando miraba hacia mi futuro. -La tomó de la mano-. Te veo a ti -agregó, y le besó los nudillos.

– ¿No estás enfadado conmigo? -preguntó Jane.

Él negó con la cabeza y sus labios rozaron el reverso de su mano.

– Creí que lo estaba. Creí que iba a estar enfadado contigo para siempre, pero no lo estoy. No entiendo realmente tus razones para enviar la historia de Bomboncito de Miel, pero ya no me importa. Creo que me molestó más el hecho de sentirme engañado que la historia en sí. -Apoyó la mano en su pecho-. Cuando te he visto esperándome, mi rabia se ha evaporado y he sabido que sería el hombre más tonto del mundo si te dejaba ir. Quiero pasar el resto de mi vida conociendo tus secretos.

– No tengo más secretos.

– ¿Estás segura de que no hay otro más? -Pasó un brazo por su espalda y la besó en el cuello.

– ¿A qué te refieres?

– ¿No serás ninfómana?

– ¿Hablas en serio?

– Pues…

Jane negó con la cabeza y dijo en voz baja:

– No -antes de echarse a reír.

– Chist. -Luc la apartó de sí y la miró a la cara-. Alguien podría oírte, y sería nuestro fin.

Ella no podía parar de reír, por lo que él la silenció con un beso. Sus labios eran tibios y acogedores, y ella se abandonó a su beso como una auténtica ninfómana. Porque hay veces en la vida en que Ken no elige a Barbie. Y por ese motivo, Luc tenía que ser recompensado.

EPÍLOGO. ¡Lanza y anota!

Luc salió del ascensor al mirador del Space Needle y miró a su izquierda. Una mujer vestida de rojo miraba hacia el brillante centro de Seattle. El pelo, rizado y oscuro, le caía sobre los hombros y la cálida brisa de agosto había lanzado algunos mechones sobre su cara. Acababan de cenar en el restaurante que había debajo y, mientras él esperaba la cuenta, ella había subido hasta el mirador.

Mientras le observaba caminar hacia ella, las comisuras de sus rojos labios se curvaron formando una seductora sonrisa.

– Bonita noche para mirar las estrellas -dijo él.

Ella se mordió el labio inferior, después susurró:

– ¿Te gusta mirar?

– Más bien prefiero hacer. -La rodeó con los brazos y la atrajo hacia su pecho-. Y justo ahora quiero hacerte mi esposa.

– Eso no estaba en el guión -dijo Jane.

Hacía cinco semanas que se habían casado. Cinco semanas de despertarse a su lado cada mañana. De mirarla al otro lado de la mesa del comedor, y de llevar juntos los platos al fregadero. De verla lavarse los dientes y ponerse calcetines. Nunca, ni en un millón de años, habría imaginado que todas esas actividades cotidianas podían resultar tan excitantes.

Y lo mejor de todo era que le gustaba verla trabajar. Imaginar todas esas historias eróticas, ver más allá de su cara sin maquillar, y ver a la auténtica mujer.

Desde su compromiso, dejó de escribir sobre el hecho de ser soltera en Seattle. Y Chris Evans regresó a su puesto tras el tratamiento médico. El Times la dejó marchar y ella se convirtió en la nueva cronista deportiva del periódico rivaclass="underline" el Seattle Post-Intelligencer.

Tuvieron que planear la boda durante los playoffs, y como Luc estuvo fuera de la ciudad la mitad de ese tiempo, Jane, Marie y Caroline tuvieron que hacer la mayor parte del trabajo. Lo cual a él le vino muy bien. Todo lo que tuvo que hacer fue decir: «Sí quiero.» Le resultó bastante fácil. Verla bailar con la mascota del equipo en la recepción no lo fue tanto.

Pocos meses antes de la boda, los Chinooks llegaron a la final, pero se quedaron sin la Stanley Cup porque cayeron derrotados ante los Colorado Avalanche en el tercer partido. Luc inclinó la cabeza y enterró la nariz en el pelo de Jane. Siempre podrían intentarlo el próximo año.

– ¿Quieres ir a algún otro sitio? -preguntó Jane.

Habían pasado mucho tiempo recorriendo Seattle juntos. Él, Jane y Marie. Jane conocía todos los lugares destacados y los rincones que había que evitar.

– Quiero irme a casa -dijo. Marie iba a pasar la noche con Hanna, y Luc quería aprovechar ese tiempo a solas con su esposa-. ¿Qué me dices?

Ella se volvió y le abrazó.

– Nuestra casa es mi lugar favorito.

También lo era para Luc. Pero su casa era para él allí donde estuviese Jane. Nunca en toda su vida había amado a nadie tanto como la amaba a ella. Tanto que a veces le daba miedo.

Él la apretó con fuerza y miró hacia la ciudad. Estaba enamorado de su mujer. Sí, sabía lo que eso significaba. Que se había retirado, cazado por una mujer bajita de carácter fuerte.