– Porque va a haber otro secuestro. Y, teniendo en cuenta cómo empieza a mirarme la gente de por aquí, preferiría no seguir siendo sospechosa a ojos de nadie.
Lucas se puso en pie inmediatamente.
– ¿Otro secuestro? Dios mío, ¿por qué no lo has dicho antes?
– Porque ella no está en peligro aún -contestó Samantha.
– ¿Cómo lo sabes?
– Por la visión. La vi atada a una silla, en una habitación que parecía pequeña y sin ventanas, y a su lado, en una mesa, había un periódico con la fecha del próximo jueves. Creo que el secuestrador mandará una foto suya con el periódico para demostrar que está viva cuando pida el rescate. Y creo que espera que lo pongamos en duda, sobre todo después de que Callahan apareciera muerto.
– Así que crees que la tendrá en su poder el jueves -dijo Lucas-. ¿Qué le impide secuestrarla esta noche o mañana?
– Nunca lo hace, ¿no es cierto? Los secuestra el miércoles a última hora o el jueves temprano, y siempre pide el rescate el jueves para que la familia tenga el tiempo justo de reunir el dinero.
– Ésa es la tónica, sí -dijo Lucas con acritud-. ¿Te importaría decirme cómo lo sabes?
– Esperen un segundo -terció Metcalf-. ¿Sabe quién es la víctima? ¿Qué aspecto tiene?
– Esta vez estoy segura de haber descubierto quién es.
– ¿Cómo? -preguntó Lucas.
– En la visión, llevaba una camiseta con el logotipo de un equipo local de softball, una variante del béisbol practicada por mujeres. Resulta que es la ayudante del entrenador. Carrie Vaughn. Vive en la carretera 211. Intenté advertirla hace un par de horas, pero me dio la sensación de que no creía que pudiera estar en peligro.
– Manda a alguien allí -le dijo Metcalf a Lindsay-. Prefiero pasar vergüenza que arrepentirme después.
Lindsay asintió y salió apresuradamente de la sala de reuniones.
– Contesta a la pregunta, Samantha -dijo Lucas-. ¿Cómo sabes cuál es la pauta que sigue el secuestrador?
– ¿Por adivinación?
– Eso no tiene gracia.
La sonrisa de Samantha se torció.
– En eso te equivocas. Sí que tiene gracia. De hecho, todo esto es una broma cósmica. Pero tú aún no has oído el mejor chiste.
– ¿Cómo sabías cómo actúa el secuestrador?
Ella se quedó mirándolo un momento inexpresivamente. Luego dijo:
– Nos alojamos en un pequeño motel que hay cerca del recinto ferial. Si vas allí…
– Creía que se alojaban en las caravanas y las furgonetas -la interrumpió Metcalf.
– Normalmente, sí. Pero a veces nos gusta darnos duchas calientes en cuartos de baño donde uno pueda moverse cómodamente. Algunos nos alojamos en el motel. ¿Está claro?
Metcalf se encogió de hombros.
– Sólo preguntaba.
– Pagamos por anticipado, por si se lo estaba preguntando.
– Se me ha pasado por la cabeza.
– Sí, ya me lo imaginaba.
Lucas dijo:
– ¿Les importaría ceñirse al tema y dejar de atacarse el uno al otro? Sam, ¿qué hay en tu habitación del motel?
Ella no se permitió mostrar reacción alguna al oír que la llamaba por su diminutivo.
– Mira en el cajón de arriba de la mesilla de noche y encontrarás un pañuelo metido en una bolsa de plástico. Al secuestrador se le cayó en la feria, seguramente ayer. Cuando lo recogí, ayer por la tarde, a última hora, tuve la visión.
– Ya te he dicho lo que vi.
– ¿Qué más?
– Destellos de los demás secuestros. De las otras víctimas. Diez, doce. Hombres y mujeres de distintas edades, sin nada en común. Salvo él. Supe lo que estaba haciendo, lo que lleva haciendo todos estos meses. Su pauta de comportamiento. Y sé por qué lo hace.
– ¿Por qué?
– ¿Seguro que quieres saberlo, Luke?
– Claro que sí.
Samantha se encogió de hombros.
– Está bien. Vi un tablero de ajedrez. No había muchas piezas; era el final de una partida. De una partida para dos. Vi sus manos moviendo las piezas. Y luego vi la cara de uno de los jugadores.
– ¿Quién era?
– Eras tú, Luke. ¿Lo entiendes? ¿Captas la broma? Estás aquí porque él quiere que estés aquí. No se trata de dinero. Nunca se ha tratado de dinero. Está jugando una partida. Está poniendo a prueba su capacidad y su ingenio contra ti. Contra ti, en concreto. Y no parará hasta que el juego tenga un ganador.
Metcalf masculló un exabrupto y luego, en voz más alta, dijo:
– Si espera que creamos eso…
– No espero que usted crea nada, sheriff -dijo ella sin apartar los ojos de Lucas.
– ¿Por qué yo? -preguntó Lucas-. ¿Por qué se ha fijado en mí?
– Porque eres el mejor. En los últimos años te has labrado una reputación por resolver secuestros y desapariciones. Y como esos delitos suelen llamar la atención, se te ha dado mucha publicidad. Has sido muy visible. Y supongo que él estaba mirando.
– No -dijo Lucas-, no me lo trago.
– Puede que no quieras tragártelo. -Ella pareció vacilar. Después dijo lentamente-: ¿Por qué crees que los mata?
– No los mata a todos -dijo Lucas inmediatamente.
– No mató a la primera -repuso Samantha-. La dejó marchar cuando consiguió el dinero, como un buen secuestrador, aunque ella estaba convencida de que iba a matarla. Si lo tenía previsto, debió cambiar de opinión. Pero creo que ese final le pareció poca cosa, ¿no? Porque desde entonces siempre los ha matado.
Lucas guardó silencio.
– Así que, ¿por qué fue, Luke? ¿Por qué empezó a matarlos? Nunca lo ven. No podrían identificarlo, así que no son una amenaza. Él consigue el dinero, o lo ha conseguido casi siempre. Así que, ¿por qué los mata? Vamos, Luke, tienes talento natural para trazar perfiles psicológicos. ¿Qué motivos puede tener el secuestrador para asesinar a esas personas una vez han pagado el rescate?
A pesar de su hostilidad, Metcalf se descubrió observando con atención al agente federal, a la espera de su respuesta.
Lucas se recostó en la silla sin apartar los ojos de Samantha. Pasado un momento, dijo lentamente:
– Según el perfil oficial, no quiere correr el riesgo de que puedan identificarlo.
– ¿Y qué hay del perfil oficioso? Tendrás tus propias ideas. ¿No irás a decirme que Bishop y tú estáis de acuerdo en esto?
– Es lo más lógico, Sam.
– Claro que sí. Psicológicamente tiene perfecto sentido. Yo no soy licenciada en psicología, así que tal vez sea la última persona a la que debas escuchar. Pero tengo la impresión de que las mentes rotas no funcionan como se supone que deben funcionar. Por eso están rotas.
– Mentes rotas -repitió Jaylene-. Buena definición.
– Ese tipo no secuestraría ni mataría a esa gente si no le faltara algún tornillo.
– Esperémoslo.
Lucas dijo:
– Lo importante es que el perfil encaja con lo poco que sabemos de él. Es lógico que mate a sus víctimas para evitar el riesgo de la identificación.
– Pero, si sabe que va a matarlas, ¿para qué molestarse en mantenerlas con los ojos vendados?
– No tenemos pruebas de que sea así.
– Te lo estoy diciendo. Es lo que hace. Desde el principio hasta el momento en que descubren que van a morir, los mantiene con los ojos vendados.
– ¿Y se supone que tenemos que creerla? -preguntó Metcalf.
– Como le decía, sheriff, no espero que usted me crea. Pero Luke sabe que estoy diciendo la verdad.
Metcalf miró al agente federal.
– Está claro que ya se conocían. ¿La cree usted?
El silencio se prolongó incómodamente antes de que Lucas contestara.
– Sí. Creo que podemos confiar en lo que sabe. En lo que ve.
Samantha sonrió con ironía al oír sus palabras, pero se limitó a decir:
– Así pues, ¿por qué vendarles los ojos si sabe que va a matarlos de todos modos? ¿Por qué matarlos? ¿Qué gana con su muerte?