– Dímelo tú.
– Puntos, creo. En el juego. Puede que, si consigue su dinero, también gane puntos. Si tú no encuentras a las víctimas antes de que se haga con el dinero, gana puntos. Si rescatas a una víctima viva, eres tú quien los gana. Lo que significa que te lleva ventaja.
– Maldita sea -masculló Metcalf.
Ella lo miró.
– Lamento parecer frívola, sheriff. Verá, el caso es que lo único que sé es que ese hombre está jugando una partida y que Luke es su oponente. Todo lo demás son conjeturas.
– Esto es una locura -dijo Metcalf.
– Estoy de acuerdo. Es muy posible que el secuestrador esté loco. Esa mente rota de la que hablábamos antes. Rota y brillante.
– ¿Por qué brillante? -preguntó Lucas.
Fue Jaylene quien contestó.
– Porque tú eres muy bueno en tu oficio. Porque las probabilidades de que un secuestro salga bien son escasas, y ese tipo se ha salido con la suya demasiadas veces. Y porque no se trata de dinero.
Samantha asintió con la cabeza.
– Ha inventado un juego muy especial para que lo juguéis solos los dos. Y no creas que no conoce a su oponente. Los primeros secuestros pudieron ser tentativas, sólo para atraerte y ver cómo reaccionabas.
– No puedo creer que se esté tragando todo eso -le dijo Metcalf a Lucas.
– Usted no conoce todos los antecedentes, sheriff -respondió Lucas con el ceño fruncido-. Los casos se remontan a hace un año y medio. Esta… teoría… encaja.
– No es una teoría, Luke -dijo Samantha tajantemente-. Es un hecho. Para él, todo esto es un juego.
– Los juegos tienen reglas.
– Sí. Lo que significa que debes descubrir cuáles son sus reglas si quieres tener una sola esperanza de salvarle la vida a la próxima víctima, de atrapar al secuestrador… y de ganar la partida.
Capítulo 3
Martes,
25 de septiembre
– No necesito perros guardianes -dijo Carrie Vaughn con considerable energía-. Sé cuidar de mí misma y no me gusta que haya gente merodeando por aquí.
– Nadie está merodeando, señorita Vaughn. Tengo un coche patrulla aparcado al otro lado de la carretera, en ese viejo camino de tierra. Casi no puede verles si mira por la ventana. -El sheriff Metcalf procuraba hablar con la mayor paciencia posible-. Sólo están vigilando, nada más.
– ¿Porque una adivina gitana dice que estoy en peligro? Santo cielo, sheriff.
– Debo actuar conforme a la información que recibo, señorita Vaughn, sobre todo teniendo en cuenta que ya hemos tenido un secuestro que acabó en asesinato.
– ¿Información procedente de una adivina? -Carrie no intentó ocultar su desdén-. Confío en que no esté pensando en volver a presentarse a las próximas elecciones.
El resto de la conversación fue breve y, un minuto o dos después, Metcalf colgó el teléfono con el ceño fruncido. Se volvió para mirar a Lucas, que estaba al otro lado de la mesa de reuniones, y dijo:
– Dime otra vez por qué le hacemos caso.
Lucas no tuvo que preguntar a quién se refería.
– Porque es auténtica, Wyatt.
– ¿Me estás diciendo que crees de verdad que puede ver el futuro antes de que suceda?
– Sí.
– Porque te lo ha demostrado otras veces.
Lucas asintió con la cabeza.
– En toda mi vida había conocido a un policía crédulo. ¿Seguro que eres un federal?
– Sí, si mal no recuerdo. -Lucas suspiró-. Sé que es difícil de aceptar, sobre todo teniendo en cuenta su papel en esa feria ambulante.
– Ni que lo digas. Creo que la falta de credibilidad acompaña de algún modo al turbante morado.
– Pero te advirtió sobre Callahan.
– Eso fue un golpe de suerte. Una coincidencia. El único acierto, y de chiripa, entre un millar de errores.
– ¿Y si acierta con Carrie Vaughn?
– Pues será el segundo acierto de chiripa. -Metcalf hizo una mueca al ver que Lucas levantaba una ceja-. Está bien, otro acierto tan preciso sería demasiado. Pero no vas a convencerme de que esa chica puede ver el futuro.
Lucas había oído tan a menudo aquella nota peculiar en las voces de otras personas que la reconocía de inmediato: para Wyatt Metcalf, creer que era posible ver el porvenir por anticipado suponía un desafío directo a una convicción profunda y antigua. Haría falta una prueba contundente para convencerlo de ello y, si esa prueba se presentaba, el sheriff, más que alegrarse, se enfadaría.
Así que Lucas se limitó a decir:
– Entonces trata la información que te ha dado Samantha del mismo modo que tratarías un soplo anónimo. Toma precauciones y compruébalo.
– En este caso, eso significa vigilar a Carrie Vaughn y esperar.
– Yo diría que sí. A no ser que consigamos otra pista o alguna información más útil que todo esto. -Señaló las fotografías, los archivos, los informes diseminados por la mesa de reuniones.
– ¿En Quantico no han sacado nada en claro?
– De momento, no. Tu gente es muy minuciosa y está bien entrenada, como dijiste. No pasaron nada por alto. Lo que significa que no disponemos de muchas pruebas.
– ¿Qué hay de ese pañuelo que Zarina dice que provocó su visión?
Lucas se aclaró la garganta.
– Está siendo analizado en Quantico. Deberíamos tener los resultados mañana.
Metcalf lo miró fijamente.
– ¿Te preocupa algo?
– Yo no seguiría llamándola Zarina si fuera tú.
– ¿Qué pasa? ¿Es que va a lanzarme una maldición gitana?
– No es gitana.
Metcalf esperó con las cejas levantadas.
Lucas no quería enzarzarse en una discusión con el sheriff, y esa reticencia se reflejó en su tono de voz cuando dijo:
– Mira, no se merece que la desprecien, ni que la ridiculicen. Tú no crees que sea una vidente. Estupendo. Pero no la trates como si fuera risible.
– No puedo olvidarme del turbante -reconoció Metcalf.
– Inténtalo.
– Creo recordar que tú comentaste en tono burlón que el circo estaba en el pueblo.
– Sí, pero a mí se me permite -dijo Lucas irónicamente mientras se preguntaba si Samantha estaría de acuerdo con él.
– ¿Ah, sí?
– Creo que no voy a enseñarte mis cicatrices, si no te importa.
– Ah, entonces hubo algo entre vosotros.
– Para adivinar eso no se necesita una bola de cristal -masculló Lucas al tiempo que miraba ceñudo el informe de la autopsia de Mitchell Callahan.
– No, es bastante obvio. Y muy sorprendente. No me pareces de los que frecuentan ferias ambulantes.
– No.
– Entonces, ¿estuvo ella implicada en algún caso anterior? -Metcalf no intentó disimular su curiosidad.
– Algo parecido.
– Deduzco que acabó mal.
– No, el caso acabó bien. Atrapamos al culpable.
– Fue sólo vuestra relación la que hizo aguas, ¿eh?
Lucas se salvó de contestar cuando Lindsay dijo desde la puerta abierta:
– Dios mío, Wyatt, eres peor que una mujer.
– Estaba investigando -contestó él.
– Estabas cotilleando. -Ella entró en la sala sacudiendo la cabeza-. Luke, Jaylene viene de camino. Dice que no ha conseguido nada nuevo de la mujer de Callahan.
– Bueno, era de esperar -repuso él-. Pero había que intentarlo.
– Entonces, ¿esto es lo que lleváis haciendo un año y medio? -preguntó ella con curiosidad-. ¿Cruzar el país en ese avión privado en cuanto se recibe la denuncia de un secuestro? ¿Comprobarlo todo dos veces, revisar los informes, hablar con la familia y los compañeros de trabajo de las víctimas?
– Cuando nos llega a posteriori a la noticia de un caso, sí. -Sabía que la frustración se reflejaba en su voz, pero no trató de ocultarla. Después de más de veinticuatro horas en Golden, trabajando juntos, Wyatt y Lindsay tenían mucha más información acerca de los secuestros en serie, y gracias a ello Lucas se sentía más cómodo.