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Encontraron a Lucas y a su compañera en la sala de reuniones. Él se paseaba de un lado a otro con la energía reconcentrada de un gato enjaulado. Sentada a un extremo de la mesa, Jaylene lo observaba meditativamente.

– Disculpad -dijo Lindsay cuando entraron.

Lucas se detuvo y la miró.

– ¿Por qué?

– Por la comida. Llegamos tarde.

– Ah, eso. -Lucas reanudó su paseo-. No tengo hambre.

Jaylene señaló dos recipientes de poliestireno que había tras ella, sobre la mesa, y dijo:

– Le he traído algo, pero está un poco… preocupado.

– ¿Ha ocurrido algo? -preguntó Metcalf.

– No -dijo Lucas. Miró a Jaylene y añadió-: Nada ha cambiado.

Metcalf miró a Lindsay.

– ¿Eso ha sido una evasiva? A mí me lo ha parecido.

– No preguntes -le dijo Lucas-. No te gustaría la respuesta, créeme.

– Es por Samantha -dijo Jaylene-. Cree que estaba destinada a estar aquí, a involucrarse en la investigación. A ayudar a Luke a ganar la partida.

– Mierda -dijo Metcalf.

– ¿Ayudarle cómo? -preguntó Lindsay.

– Si lo sabe, no lo dice.

– No creo que lo sepa -dijo Lucas-. Sólo sabe que está involucrada en esto de algún modo.

– Lo que yo decía -les recordó el sheriff.

Lucas dejó de pasearse y se sentó en una silla.

– Involucrada en la investigación. De nuestro lado.

– De tu lado -murmuró Jaylene.

– ¿Hay alguna diferencia? -preguntó él.

– Puede que sí.

Él hizo un gesto vago con la mano, como si hiciera a un lado aquel comentario y dijo:

– El que Sam esté implicada no cambia el hecho de que no tenemos nada sobre lo que apoyarnos. Ninguna prueba, nada que identifique a ese tipo ni que nos ponga siquiera tras su rastro. Si ese canalla sigue su pauta habitual, ya estará en otro estado, planeando su siguiente secuestro.

Lindsay dijo:

– Pero Sam dice que su siguiente secuestro será aquí, en Golden. -Frunció el ceño-. Si damos por supuesto por un instante que tenga razón, ¿por qué iba a cambiar él su modus operandi precisamente ahora? Quiero decir que por qué planear dos secuestros en la misma zona. ¿No es buscarse complicaciones?

– Puede que esté buscando a Luke -respondió Jaylene-. Tal vez parte del juego consista en acabar colocándonos en nuestros puestos antes de que se consume el hecho. Sería la primera vez.

– Y es el único modo en que podría hacerlo -dijo Lucas lentamente-. Estamos aquí investigando su último secuestro, así que, si quería tenernos en el escenario de los hechos antes de actuar de nuevo, tiene que planear su siguiente secuestro en esta zona, mientras estamos aquí.

Jaylene miró el montón de archivos y fotografías que había sobre la mesa.

– Entonces… si nos ha hecho venir aquí antes del secuestro y esto forma parte del juego, en ese caso es al menos posible que nos haya dejado una… pista, a falta de una palabra mejor. Algo que ofrezca a Luke al menos una oportunidad de luchar contra él. Si no, el ganador del juego está predeterminado. Y no hay competición.

Metcalf arrugó el ceño.

– Odio admitir que Zarina tenga razón, pero ese comentario acerca de las mentes rotas tiene en parte su lógica. Es decir, ¿podemos esperar razonablemente que ese tipo juegue siguiendo algún tipo de norma?

– Jugará conforme a sus normas -contestó Lucas lentamente-. Tiene que hacerlo. Para él, la cautela y la meticulosidad han sido hasta ahora cuestión de honor, así que esto también lo será. Los juegos tienen sus reglas. Y él se atendrá a ellas. En nuestro caso, el truco consiste en… descubrir cuáles son.

– Lo cual nos devuelve a mi argumento -dijo Jaylene-. El secuestrador no puede esperar lógicamente que le sigas el juego a menos que las normas estén claras. Así que en algún momento tienen que estarlo. Puede que éste sea el momento. Y dado que no nos ha mandado una lista impresa, tienen que estar aquí. -Señaló los papeles diseminados sobre la mesa-. En alguna parte.

– ¿Hablas en serio? -preguntó Metcalf-. Eso sería como buscar una aguja en un pajar.

– El pajar no es tan grande -le recordó Lucas-. Después de un año y medio, tenemos muy pocas pruebas. Tenemos la causa de las muertes; tenemos informes forenses, pero sólo de los lugares donde se encontraron los cuerpos, nunca del sitio donde fueron asesinadas las víctimas; tenemos la declaración de la única superviviente, que sólo revela que hablaba con ella, que parecía inteligente y que, por utilizar sus propias palabras, «daba un miedo de cojones»; tenemos declaraciones de amigos, familiares y compañeros de trabajo de las víctimas; tenemos algunas pruebas físicas de escasa importancia, pelos y fibras que pueden o no pertenecer al secuestrador; tenemos las notas pidiendo el rescate, hechas con una impresora de inyección de tinta de una marca muy corriente… y nada más.

– Muchos papeles -dijo Lindsay-. Pero como pajar no es gran cosa.

– Sí, pero tiene que servir -puntualizó Jaylene-. ¿No? Él está aquí y nosotros también. Después de seguirlo durante un año y medio, por lo visto hemos alcanzado la siguiente fase del juego.

– Si es que Zarina tiene razón -les recordó Metcalf.

– Su nombre -dijo Lucas- es Samantha.

– Eso no es lo que dice en los carteles.

– Wyatt… -murmuró Lindsay.

– Es que no es lo que pone. Se hace llamar Zarina, ¿no?

– Sólo cuando trabaja -contestó Lucas-. Wyatt, por favor. En todo caso, el problema de dar por válida la predicción de Sam es que tenemos que esperar. No sabremos si el secuestrador sigue en esta zona a no ser que secuestre a otra persona. Ahora bien, podemos dar por sentado que ya se ha ido y esperar a que se denuncie un secuestro en algún otro lugar de la costa Este, o suponer que sigue aquí y que está a punto de raptar a su próxima víctima… y esperar a que eso ocurra.

– Nuestra parte del plan de juego apesta -comentó Metcalf.

– O -prosiguió Lucas- podemos esperar a que secuestre a alguien mañana por la noche o el jueves por la mañana, a Carrie Vaughn, si Sam tiene razón, y podemos invertir ese tiempo en intentar descubrir sus malditas normas y en vigilar muy de cerca a su víctima potencial.

– Ya sabemos una de sus normas -dijo Lindsay-. Cuándo secuestra a sus víctimas. Entre el mediodía del miércoles y el mediodía del jueves. ¿No?

Jaylene asintió con la cabeza.

– Exacto. Todas las víctimas fueron secuestradas durante ese lapso de veinticuatro horas.

– Regla número uno -dijo Lucas. Alargó el brazo para acercar un archivo-. Empecemos a buscar la número dos.

Miércoles,

26 de septiembre

Metcalf dijo escuetamente al entrar en la sala de reuniones:

– Carrie Vaughn tiene un inspector en el cuarto de estar y un coche patrulla a la entrada de su casa. Está a salvo. No está muy contenta, pero está a salvo.

Lucas miró su reloj.

– Falta poco para las doce de la mañana. Si ese tipo sigue en Golden y ha planeado otro secuestro tan pronto, hará su siguiente movimiento de aquí a mañana a mediodía.

– Si no nos hemos equivocado de regla -dijo Lindsay.

– Sí, si no nos hemos equivocado.

– Para vuestra información -dijo Metcalf-, he encerrado a Zarina en su cuarto.

Lucas frunció ligeramente el ceño, pero no levantó la mirada al decir:

– ¿Es una precaución sensata, desde tu punto de vista?

– Creo que sí. Y a ella no ha parecido importarle.

– Seguramente porque no la llamaste Zarina a la cara.

Metcalf se encogió de hombros y se sentó a la mesa.

– Todavía me sorprende que sus amigos de la feria no se hayan presentado aquí.

– Seguramente les dijo lo que pensaba hacer y les pidió que se mantuvieran al margen. Son un grupo muy unido. Harán lo que ella les pida.

– Casi parece que les respetas.

– Les respeto. Muchos de ellos han tenido que arreglárselas solos desde que eran unos críos y aun así han logrado ganarse el sustento sin quebrantar la ley ni hacer daño al prójimo. En mi opinión, eso los incluye en la lista de la gente decente.

Lindsay notó que a su terco amante no le hacía gracia oír aquello. Lo dicho por Lucas ponía rostro humano a blancos fáciles y hacía más difícil que Wyatt metiera a todos los feriantes en el mismo saco, bajo una misma etiqueta. También le hacía consciente de lo que se proponía, y ello, naturalmente, le irritaba.

Lindsay no pudo evitar sonreír con ironía, pero se limitó a decir:

– Supongo que hoy vamos a comer todos aquí. ¿Qué queréis? Iré a comprarlo.

Pasaron el resto del día entrando y saliendo de la sala, repasando los papeles una y otra vez y debatiendo acerca de los secuestros y los asesinatos anteriores. Sin llegar a ninguna conclusión.

Incluso lo que parecía una pista prometedora, el pañuelo que Samantha había recogido en la feria, resultó inútil, según el informe de Quantico. Fabricado en serie y vendido en cualquier establecimiento al por menor, el pañuelo contenía unas cuantas partículas de polvo, que sin duda se le habían adherido al caer al suelo, pero ningún indicio de secreciones humanas.

El técnico de laboratorio reconocía que había un leve rastro que contenía un residuo aceitoso todavía sin identificar, pero haría falta más tiempo para determinar qué era.

– Diez a uno -dijo Metcalf- a que resultará ser aceite de palomitas. Y hay… ¿cuántas?… por lo menos dos casetas en la feria que las venden.

– Cuatro, las noches de mucho jaleo -dijo Lucas con un suspiro.

– Otro callejón sin salida -murmuró Jaylene.

No había razón para que se quedaran en jefatura esa noche y sí para que descansaran mientras pudieran, de modo que mucho antes de medianoche decidieron poner fin a la jornada e irse a sus respectivas casas y habitaciones de hotel.

La mañana del jueves resultó ajetreada; numerosos avisos hicieron ausentarse a Metcalf y a Lindsay durante considerables periodos de tiempo, y Lucas y Jaylene se encontraron a menudo solos en la sala de reuniones.

– ¿Es una impresión mía -dijo él a eso de las diez y media- o el tiempo pasa muy despacio?

– Más que pasar, se arrastra. -Ella levantó la vista y lo miró pasearse de un lado a otro, lleno de nerviosismo, por delante de los tablones de anuncios en los que habían ido colgando la información y la línea temporal de los secuestros y asesinatos-. Y al mismo tiempo se nos agota. Si va a actuar esta semana…

– Lo sé, lo sé. -Lucas vaciló y luego añadió-: Tú hablaste con Sam esta mañana.

– Sí.

– ¿Y no tenía nada más que añadir?

– No. Pero está tan inquieta y susceptible como tú.

Lucas frunció el ceño y volvió a sentarse a la mesa de reuniones.

– Me pone enfermo saber que preferiría que ese tipo actuara de una vez e hiciera lo que se proponga hacer para que tengamos algo nuevo con lo que trabajar. No quiero que haya más víctimas, pero…

– Pero, si hubiera otra víctima, eso significaría que vamos por el buen camino. Más o menos.

– Sí. Maldita sea.

Metcalf entró en la sala y se sentó con un suspiro.

– ¿Es que todo el mundo se ha vuelto loco de repente? Es jueves, por el amor de dios, y cualquiera diría que es sábado por la noche. Accidentes de tráfico, allanamientos de morada, riñas domésticas… Y un cretino ha intentado robar uno de los tres bancos del pueblo.

– Sin éxito, supongo -dijo Lucas.

– Sí, pero no gracias a mis hombres. El tipo llevaba una pistola de bengalas. ¡Una pistola de bengalas! Me dieron ganas de pegarle un tiro sólo por una cuestión de principios. Y porque me ha fastidiado la mañana.

Jaylene se echó a reír.

– Cuánta acción para un pueblo tan pequeño -dijo-. Puede que las historias que cuentan los periódicos estén trastornando a la gente.

– Sí, vamos a echarles la culpa a ellos. -Metcalf suspiró-. Bueno, ¿habéis hecho algún progreso?

– No -contestó Lucas lacónicamente.

– Está un poco irritado -explicó Jaylene.

– ¿Y no lo estamos todos? -Metcalf levantó la vista con el ceño fruncido cuando uno de sus ayudantes entró y le entregó un sobre-. ¿Qué narices es esto?

– No sé, sheriff. Stuart me ha dicho que se lo diera. -Stuart King era el agente que ese día se ocupaba del mostrador de recepción.

Lucas miró por encima de la mesa mientras el agente se iba y Metcalf abría el sobre. Notó que un temblor agitaba los largos dedos del sheriff. Vio que su cara se ponía mortalmente blanca.

– Dios mío -musitó Metcalf.

– ¿Wyatt? -Al no obtener respuesta, Lucas se levantó de la silla y rodeó la mesa para acercarse al sheriff. Vio la carta impresa dirigida a Metcalf. Vio una fotografía. Miró la fotografía, consciente de la profunda impresión que se había apoderado de él.

– Dios mío -repitió Metcalf-, ese cabrón tiene a Lindsay.