– Casi parece que les respetas.
– Les respeto. Muchos de ellos han tenido que arreglárselas solos desde que eran unos críos y aun así han logrado ganarse el sustento sin quebrantar la ley ni hacer daño al prójimo. En mi opinión, eso los incluye en la lista de la gente decente.
Lindsay notó que a su terco amante no le hacía gracia oír aquello. Lo dicho por Lucas ponía rostro humano a blancos fáciles y hacía más difícil que Wyatt metiera a todos los feriantes en el mismo saco, bajo una misma etiqueta. También le hacía consciente de lo que se proponía, y ello, naturalmente, le irritaba.
Lindsay no pudo evitar sonreír con ironía, pero se limitó a decir:
– Supongo que hoy vamos a comer todos aquí. ¿Qué queréis? Iré a comprarlo.
Pasaron el resto del día entrando y saliendo de la sala, repasando los papeles una y otra vez y debatiendo acerca de los secuestros y los asesinatos anteriores. Sin llegar a ninguna conclusión.
Incluso lo que parecía una pista prometedora, el pañuelo que Samantha había recogido en la feria, resultó inútil, según el informe de Quantico. Fabricado en serie y vendido en cualquier establecimiento al por menor, el pañuelo contenía unas cuantas partículas de polvo, que sin duda se le habían adherido al caer al suelo, pero ningún indicio de secreciones humanas.
El técnico de laboratorio reconocía que había un leve rastro que contenía un residuo aceitoso todavía sin identificar, pero haría falta más tiempo para determinar qué era.
– Diez a uno -dijo Metcalf- a que resultará ser aceite de palomitas. Y hay… ¿cuántas?… por lo menos dos casetas en la feria que las venden.
– Cuatro, las noches de mucho jaleo -dijo Lucas con un suspiro.
– Otro callejón sin salida -murmuró Jaylene.
No había razón para que se quedaran en jefatura esa noche y sí para que descansaran mientras pudieran, de modo que mucho antes de medianoche decidieron poner fin a la jornada e irse a sus respectivas casas y habitaciones de hotel.
La mañana del jueves resultó ajetreada; numerosos avisos hicieron ausentarse a Metcalf y a Lindsay durante considerables periodos de tiempo, y Lucas y Jaylene se encontraron a menudo solos en la sala de reuniones.
– ¿Es una impresión mía -dijo él a eso de las diez y media- o el tiempo pasa muy despacio?
– Más que pasar, se arrastra. -Ella levantó la vista y lo miró pasearse de un lado a otro, lleno de nerviosismo, por delante de los tablones de anuncios en los que habían ido colgando la información y la línea temporal de los secuestros y asesinatos-. Y al mismo tiempo se nos agota. Si va a actuar esta semana…
– Lo sé, lo sé. -Lucas vaciló y luego añadió-: Tú hablaste con Sam esta mañana.
– Sí.
– ¿Y no tenía nada más que añadir?
– No. Pero está tan inquieta y susceptible como tú.
Lucas frunció el ceño y volvió a sentarse a la mesa de reuniones.
– Me pone enfermo saber que preferiría que ese tipo actuara de una vez e hiciera lo que se proponga hacer para que tengamos algo nuevo con lo que trabajar. No quiero que haya más víctimas, pero…
– Pero, si hubiera otra víctima, eso significaría que vamos por el buen camino. Más o menos.
– Sí. Maldita sea.
Metcalf entró en la sala y se sentó con un suspiro.
– ¿Es que todo el mundo se ha vuelto loco de repente? Es jueves, por el amor de dios, y cualquiera diría que es sábado por la noche. Accidentes de tráfico, allanamientos de morada, riñas domésticas… Y un cretino ha intentado robar uno de los tres bancos del pueblo.
– Sin éxito, supongo -dijo Lucas.
– Sí, pero no gracias a mis hombres. El tipo llevaba una pistola de bengalas. ¡Una pistola de bengalas! Me dieron ganas de pegarle un tiro sólo por una cuestión de principios. Y porque me ha fastidiado la mañana.
Jaylene se echó a reír.
– Cuánta acción para un pueblo tan pequeño -dijo-. Puede que las historias que cuentan los periódicos estén trastornando a la gente.
– Sí, vamos a echarles la culpa a ellos. -Metcalf suspiró-. Bueno, ¿habéis hecho algún progreso?
– No -contestó Lucas lacónicamente.
– Está un poco irritado -explicó Jaylene.
– ¿Y no lo estamos todos? -Metcalf levantó la vista con el ceño fruncido cuando uno de sus ayudantes entró y le entregó un sobre-. ¿Qué narices es esto?
– No sé, sheriff. Stuart me ha dicho que se lo diera. -Stuart King era el agente que ese día se ocupaba del mostrador de recepción.
Lucas miró por encima de la mesa mientras el agente se iba y Metcalf abría el sobre. Notó que un temblor agitaba los largos dedos del sheriff. Vio que su cara se ponía mortalmente blanca.
– Dios mío -musitó Metcalf.
– ¿Wyatt? -Al no obtener respuesta, Lucas se levantó de la silla y rodeó la mesa para acercarse al sheriff. Vio la carta impresa dirigida a Metcalf. Vio una fotografía. Miró la fotografía, consciente de la profunda impresión que se había apoderado de él.
– Dios mío -repitió Metcalf-, ese cabrón tiene a Lindsay.
Capítulo 4
Lucas dejó caer sobre la mesa, delante de Samantha, la fotografía enfundada en una bolsa de plástico y dijo con calma:
– Por favor, dime que sabes algo de esto.
Samantha recogió la fotografía, frunció el ceño y perdió el escaso color natural que tenía su piel.
– No lo entiendo. ¿Lindsay? ¿Se ha llevado a Lindsay?
– Obviamente. Ahora dime por qué nos dijiste que vigiláramos a Carrie Vaughn.
– Es lo que vi. No era esto, no era Lindsay.
– ¿Todo lo demás en la fotografía es igual?
– Lindsay… No entiendo por qué…
Lucas apoyó las manos bruscamente sobre la mesa; ella se sobresaltó y lo miró por fin.
– Piensa, Sam. ¿Todo lo demás es igual?
Visiblemente impresionada, Samantha fijó de nuevo la mirada en la fotografía y la observó con cuidado.
– La misma habitación. La misma silla, el mismo periódico. Hasta la venda de los ojos parece la misma. La única diferencia entre esto y lo que vi es Lindsay. -Dejó caer la fotografía y la apartó casi sin darse cuenta.
Lucas se sentó frente a ella.
– La fotografía está sacada por impresora; está limpia, desde luego. Abre la bolsa. Tócala.
– Habría sentido algo incluso con la bolsa.
– Puede que no. Ábrela, Sam.
Samantha vaciló; luego volvió a coger la bolsa y la abrió. Sacó la foto y al principio la tocó con suma cautela. Su ceño contestó a la pregunta de Lucas antes incluso de que ella moviera la cabeza de un lado a otro y dijera:
– Nada.
– ¿Estás segura?
– Sí, estoy segura. -Devolvió la fotografía a la bolsa-. ¿Se la llevó esta mañana? No puede hacer mucho tiempo. Lindsay ha estado entrando y saliendo. La he visto.
– Wyatt recibió la nota hace menos de una hora. Hace veinte minutos encontraron su coche aparcado junto a un pequeño bar en el que Lindsay suele tomar café. -La voz de Lucas seguía siendo firme y desprovista de emoción, como desde el instante en que había entrado en la habitación-. Nadie del bar la vio llegar, y Lindsay no llegó a entrar. De momento, no hemos encontrado a nadie que la viera por allí.
– ¿El sheriff recibió la nota del rescate?
Lucas asintió con la cabeza.
– ¿Cuánto pide?
– Exactamente lo que Wyatt tiene ahorrado. Veinte de los grandes.
– ¿Exactamente eso?
Lucas asintió de nuevo.
– El secuestrador nunca había sido tan preciso, sólo pedía la cifra aproximada de lo que la familia o la pareja de la víctima podían permitirse. Esta vez ha pedido casi la cifra exacta. Y dudo que sea una coincidencia.
– No, no creo que lo sea. Está siendo muy osado, ¿no crees? Como si te estuviera provocando.
– A mí o a alguna otra persona. -Lucas sacudió la cabeza-. Esta vez ha secuestrado a una policía, lo cual es o muy estúpido o muy temerario. Y no creo que ese tipo sea estúpido.