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– ¿Cuándo hay que entregar el rescate?

– Mañana por la tarde, a las cinco.

Samantha frunció el ceño.

– Pero, si sabe que Metcalf tiene esa cantidad exacta en el banco, también debe de saber que podría conseguirla hoy mismo -dijo-. ¿Por qué darte más de veinticuatro horas para intentar encontrar a Lindsay?

– Justamente por esa razón, supongo. Para darnos tiempo a buscar. Para ver hasta qué punto somos buenos. Puede que incluso esté ahí fuera, vigilando, observando nuestros procedimientos.

Samantha lo miró desde el otro lado de la mesa.

– ¿Qué más crees? ¿Qué sientes?

– No siento nada.

– Conoces a Lindsay, has pasado varios días con ella. ¿No captas nada?

Lucas negó con la cabeza.

Samantha se negaba a dejarlo así.

– Puede que sea porque esté inconsciente -dijo.

– Puede.

No hacía falta que Samantha tocara a Lucas para saber qué se escondía tras su tono sereno y su cara inexpresiva, pero se limitó a decir:

– Si Metcalf recibió la nota de rescate, ¿crees que es porque es el jefe de Lindsay… o porque es su amante?

A Lucas no le sorprendió que ella estuviera al corriente de aquella relación.

– Más bien lo último. Ese tipo conocía su secreto y quería que supiéramos que lo conocía. Está convirtiendo esto en algo personal.

– ¿Dónde está Metcalf?

– Va de camino a la feria.

Samantha se levantó de la silla.

– ¿Qué? Dios mío, Luke…

– Cálmate. Jay está con él. Ella se encargará de que no se pase de la raya.

– ¿No creerá que alguien de la feria está relacionado con todo esto?

– La feria está muy cerca del bar donde encontraron el coche de Lindsay. Alguien podría haber visto algo. Metcalf se escuda en que quiere hablar con la gente de allí.

– ¿Hablar? Sabes perfectamente que quiere hacer algo más que hablar.

– Sé que hace diez minutos quería entrar aquí y arrojarte esa foto a la cara. Siéntate, Sam.

Ella obedeció, pero dijo amargamente:

– Ah, entonces es culpa mía otra vez, ¿no es cierto? Porque mi predicción sólo era cierta a medias.

– En este momento Wyatt no piensa con mucha claridad. Y no esperes que vuelva a hacerlo pronto. Tú eres un blanco fácil, los dos lo sabemos, y él quiere ponerle la mano encima al responsable de todo esto.

– Pero no soy yo. -Su voz sonó tajante.

– Lo sé. Y, en cierto modo, Wyatt también lo sabe. Incluso la prensa lo sabe. Lo cual complica las cosas, porque también saben que estabas aquí para demostrar tu inocencia.

Ella suspiró.

– Y lo que de verdad he demostrado es que sabía o tenía graves sospechas de que habría otro secuestro.

– Esta noche tu caseta recibirá muchas visitas, suponiendo que vayas a abrirla.

Samantha se recostó en la silla y lo miró fijamente.

– Sí, los videntes auténticos son bichos raros. ¿No es una publicidad estupenda, y muy conveniente, que la prensa me respalde ahora?

– Yo no he dicho…

– No hacía falta que lo dijeras.

Lucas respiró hondo y exhaló lentamente.

– La gente tendrá curiosidad, sólo me refería a eso.

– Sí, ya.

– No seas tan quisquillosa y ayúdame a encontrar a Lindsay Graham antes de que ese cabrón la mate.

– ¿Me lo estás pidiendo?

Lucas se levantó.

– Sí, te lo estoy pidiendo -dijo con aspereza-. Porque no tengo ninguna pista, Samantha. ¿Es eso lo que quieres oír? Ni siquiera sé por dónde empezar. Y no tengo tiempo para lamentarme, ni para dar explicaciones, ni para este juego que tú y yo parecemos traernos siempre entre manos. No tengo tiempo porque Lindsay no lo tiene. Si no la encontramos, con toda probabilidad mañana por la noche estará muerta. Así que, si no quieres ayudarme, al menos intenta ayudarla a ella.

– Al sheriff -dijo Samantha- no va a gustarle.

– Yo me ocuparé de Wyatt.

Ella se quedó mirándolo un momento. Después se encogió de hombros.

– Está bien -dijo al tiempo que se ponía en pie-. Vámonos.

Lindsay no sabía qué hora era, pero era vagamente consciente del discurrir del tiempo. Por más que lo intentaba, lo último que recordaba era haber desayunado esa mañana con Wyatt. Todo lo sucedido después estaba en blanco.

Aquel olvido no le preocupaba. De hecho, nada le preocupaba, y tenía la sospecha de que ello se debía a que la habían drogado. Recordaba haber experimentado aquella misma sensación de ir a tientas a través de la niebla cuando, unos años atrás, tomó una fuerte dosis de Valium antes de una pequeña intervención quirúrgica.

Sí, estaba drogaba; eso lo sabía.

Se hallaba tendida sobre una superficie dura y helada, boca abajo. Parecía además que algo oscuro le cubría holgadamente la cabeza: una capucha o algo semejante. Y tenía las muñecas atadas a la espalda con cinta aislante.

Se removió con cautela, no podía hacer otra cosa, y comprendió que no tenía los tobillos atados; no parecía, sin embargo, capaz de hacer que sus músculos funcionaran hasta el punto de darse la vuelta o intentar desatarse las manos. Ni siquiera estaba segura de sentir las manos.

Atada, encapuchada, drogada.

«Dios mío, me han secuestrado.»

Su emoción más intensa en ese instante fue una perfecta incredulidad. ¿Secuestrada? ¿Ella? Pues, si aquel tipo iba buscando dinero, no estaba de suerte. Aún le quedaba parte de su último sueldo en el banco, pero aparte de eso…

«Espera.» Sam había dicho que no se trataba de dinero. Que era todo un juego, un juego brillante y roto… No. Un hombre con una mente brillante y rota que quería jugar una partida. Una partida perversa y retorcida. Con Lucas Jordan. Para ver quién era más listo, más rápido de reflejos. Para ver quién era el mejor. Como en una partida de ajedrez, había dicho Sam.

Lo cual la convertía a ella en un peón.

No tuvo que andar mucho tiempo a tientas por entre la niebla para recordar lo que les había sucedido a prácticamente todos los demás peones.

Habían acabado muertos.

– Mierda. -Se oyó susurrar.

Casi esperaba que alguien -que él- contestara pero incluso a pesar de la neblina que cubría su cerebro tenía la fuerte convicción de que estaba sola allí. Donde fuera. Sola, atada y narcotizada.

Y a pesar del efecto sedante y apaciguador de las drogas, comenzó a sentir las primeras punzadas, aún leves, de la angustia y el miedo.

Decidieron salir por detrás para eludir a los periodistas apostados en la puerta principal y se encontraron con Glen Champion, uno de los ayudantes del sheriff, antes de abandonar el edificio.

Champion vaciló un instante al ver a Samantha. Luego balbució:

– Gracias. La secadora estaba… La llevé a revisar. El electricista me dijo que estaba a punto de provocar un incendio. Así que gracias.

– Fue un placer. Cuide bien de esa niña.

– Lo haré. -Él inclinó la cabeza vagamente-. Gracias otra vez.

Lucas vio alejarse al ayudante del sheriff.

– Bien -dijo-, parece que ya has hecho un amigo aquí. ¿Ves algo en el futuro de la niña?

– Sí. Va a ser maestra. -Samantha salió del edificio delante de él.

Lucas no hizo ningún comentario hasta que estuvieron en su coche alquilado y hubieron salido tranquilamente del aparcamiento sin llamar la atención de la prensa. Luego dijo pensativamente:

– Aparte de Bishop y Miranda, eres la única vidente que conozco que puede ver tan lejos. Esa niña será maestra dentro de… ¿cuánto? ¿Veinticinco años?

– Más o menos. -Y la ves convertida en maestra.

– En una buena maestra. Una maestra especial. Y entonces harán falta más que nunca maestras como ella. -Samantha se encogió de hombros-. Pero los momentos malos, en los que veo tragedias o atrocidades que no puedo cambiar, suelen ser mucho más numerosos que los momentos alegres, en los que veo cosas buenas que puedo ayudar a que sucedan.