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– Por eso avisaste a Champion.

– Le avisé porque era lo que debía hacer. Como avisar a Carrie Vaughn cuando pensé que ella iba a ser la próxima víctima, y a Mitchell…

Lucas le lanzó una mirada rápida y volvió a fijar los ojos en la carretera.

– ¿Avisaste a Callahan? Dijiste que no lo habías visto nunca en persona.

– Dije que no lo había visto… antes de tener esa visión sobre él.

– Eso está cogido por los pelos -masculló Lucas.

– Cuando quiero puedo ser muy literal, ¿recuerdas? Y, de todos modos, no lo vi, sólo hablé con él. -Como Lucas no respondía, Samantha añadió-: Era evidente que Metcalf no me tomaba en serio cuando fui a hablarle de un posible secuestro, así que llamé a Callahan y le advertí que tuviera cuidado. Dudo que me hiciera caso, y de todos modos no sirvió de nada, claro está, pero tenía que intentarlo.

Lucas sacudió la cabeza ligeramente, pero no dijo nada al respecto.

– ¿Y qué viste que os trajo a ti y a la feria a Golden? -preguntó.

– ¿Por qué estás tan seguro de que Leo estaría dispuesto a cambiar la ruta normal de la feria sólo porque se lo pida yo?

– Leo robaría un banco si tú se lo pidieras. Lo de montar la feria en un pueblo pequeño pero próspero porque tú se lo pidas, no lo dudaría ni un momento.

Samantha se quedó callada.

– ¿Y bien? ¿Qué viste? No sabías nada de esa serie de secuestros antes de llegar, ¿no? -No le sorprendió demasiado que Samantha contestara a la última pregunta y no a la primera.

– No, no lo sabía. La primavera pasada, cuando atravesamos el estado en dirección al norte, oímos rumores de que había habido un par de secuestros. Era tan raro en esta zona que llamaba la atención y se hablaba de ello. Oí contar algunas cosas más durante el verano, cuando cruzamos Virginia, Maryland, Nueva York y Pensilvania, pero como nunca parábamos en los pueblos de los desaparecidos, sólo oíamos habladurías.

– ¿Qué viste, Sam? ¿Qué fue lo que te trajo aquí? -Durante varios minutos que se hicieron muy largos, ella permaneció tan callada que Lucas creyó que no iba a contestar. Luego, por fin, dijo:

– Tuve un sueño.

Él frunció el ceño.

– Tus visiones no se presentan en forma de sueños.

– No, nunca antes me había pasado.

– Entonces, ¿por qué estás segura de que ese sueño era distinto?

– Porque tú estás aquí -contestó ella con sencillez.

Lucas entró en el aparcamiento del café donde se había descubierto el vehículo de Lindsay. No dijo nada hasta que se acercó al costado del edificio y se detuvo junto a la cinta policial amarilla que rodeaba el coche patrulla del departamento del sheriff.

– ¿Viniste a Golden porque sabías que yo estaría aquí?

Samantha salió del coche y esperó a que él también se apeara. Luego dijo tranquilamente:

– No te hagas ilusiones. El que estuvieras aquí sólo era una parte de un todo. Un indicio de que mi sueño era una visión. Estoy aquí porque tengo que estar aquí. Y no voy a decirte nada más, Luke.

– ¿Por qué?

– Porque, como le gustaba decir a Bishop, algunas cosas tienen que suceder como tienen que suceder. Si estás destinado a saber más, tendrás una visión propia. Si no… lo descubrirás cuando llegue el momento.

Lucas se quedó mirándola. Intentaba decidir si Samantha sólo actuaba así por obstinación o si creía sinceramente que el contarle su visión afectaría negativamente a lo que hubiera visto. Samantha escondía bien sus pensamientos y sus emociones cuando quería. Él nunca había podido adivinarlos, quizá porque nunca la había visto asustada. Por nada.

– ¿Vamos? -sugirió ella, señalando el coche patrulla.

Los dos ayudantes del sheriff que vigilaban el vehículo informaron a Lucas de que la unidad de criminalística se había marchado ya. Al parecer, no habían encontrado rastros forenses que pudieran ayudar a descubrir el paradero de Lindsay, ni a identificar a su secuestrador.

– No va a ponérnoslo fácil -dijo Samantha-. No es de los que te dan ventaja sólo para exhibirse.

Pasaron por debajo de la cinta y se aproximaron al coche.

– Si tienes razón en lo de ese juego… -dijo Lucas.

– La tengo. Y tú lo sabes. Parece lógico, ¿no?

Sin contestar a aquello, Lucas dijo:

– Lo que dijo Jaylene tiene sentido. Ese tipo no puede esperar que yo juegue la partida hasta que las reglas estén claras.

– No, si pretende jugar limpio.

– Creo que jugará limpio… aunque su idea de lo que es jugar limpio sea muy retorcida. Por lo menos, mientras siga convencido de que va a ganar. Pero si me pongo por delante en el marcador, yo diría que seguramente tirará el reglamento por la ventana.

– El experto en perfiles eres tú -dijo Samantha.

Él la miró extrañado.

– ¿No estás de acuerdo?

– Sólo creo que sería un gran error dar por sentado nada sobre ese tipo, al menos hasta que sepas mucho más sobre él. Es distinto a cualquier otro criminal al que te hayas enfrentado. -Samantha titubeó y luego añadió-: Y creo que eso forma parte del juego, ¿sabes? Mantenerte en ascuas. Desafiar tus presunciones.

– ¿Qué es lo que no me estás contando? -preguntó Lucas.

Ella miró un momento a los ayudantes del sheriff para asegurarse de que no les oían y contestó:

– Os mirabais de frente a través del tablero de ajedrez, Luke. Los dos maestros. Los dos iguales en habilidad. ¿No ves lo que eso significa? Él entiende tu mente tan bien como tú entiendes la mente criminal. Él también es un experto en perfiles.

El sheriff Metcalf miraba fijamente al gerente de la feria ambulante, cuya compañía de circo se anunciaba como «Después del anochecer». Era un hombre de tez y ojos oscuros y procuraba refrenar su ira.

– ¿Me está diciendo que nadie vio nada en absoluto?

Leo Tedesco sonrió con aire de disculpa.

– Lo siento, sheriff, pero la feria funciona de noche, tiene que entenderlo. Mi gente suele estar levantada hasta muy tarde… y dormir hasta muy tarde. El equipo de mantenimiento se levantó temprano para ocuparse de los animales, claro, pero las jaulas están en la parte de atrás del recinto ferial, lejos de la carretera. Le aseguro que ninguno de nosotros ha visto a la inspectora Graham esta mañana.

– ¿Habla usted por todos? Yo no lo creo. Quiero hablar con todo el mundo.

Tedesco lanzó a Jaylene una mirada reticente. Obviamente, había decidido que, de los dos, ella era la que tenía la cabeza más fría.

– Agente Avery, sheriff, espero que sepan que estaremos encantados de cooperar. Sólo intento ahorrarles tiempo y energías. Sé que el tiempo es importante y…

– ¿Cómo lo sabe? -preguntó Metcalf con aspereza.

– Por favor, sheriff, ¿de veras cree que en Golden se habla de otra cosa? Además, la prensa ha venido más de una vez, y por sus preguntas y sus sospechas es evidente que se enfrentan ustedes a un secuestrador en serie un tanto puntilloso respecto a su horario. Siempre exige que el rescate se pague a las cinco de la tarde del viernes. Que, en este caso, sería mañana por la tarde. ¿Correcto?

Metcalf lo miró con enfado.

– ¿Eso es de dominio público? -dijo Jaylene suavemente.

Tedesco asintió con la cabeza.

– Un reportero de un periódico de Asheville al que conozco siguió una corazonada y ya ha descubierto unos cuantos secuestros más aquí, en el este, de las mismas… características, digamos. Estaba tan emocionado que no pudo callárselo. Supongo que hoy las noticias de las seis estarán repletas de datos que seguramente ustedes preferirían que no salieran a la luz.